Javier Sicilia: – EZLN: »SALIDA A LA LOCURA Y LA EXCLUSIÓN

1.992

Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

–¿Cómo eran las homilías de Sergio Méndez Arceo en la Catedral de Cuernavaca?

–Magníficas. El Excelsior de entonces, el de Julio Scherer, las reproducía cada lunes. Uno podía escuchar en ellas a la Iglesia de los pobres. Esas homilías eran la voz de una Iglesia silenciada y activa, una Iglesia que dio lo mejor de sí en sus Comunidades Eclesiales de Base, ese gran núcleo de la vida evangélica que la imbecilidad de una Iglesia paranoica y que entiende poco del espíritu de Cristo, desmanteló después de la muerte de don Sergio.

–Hablemos de los gajes del oficio periodístico ¿En qué año se incorpora al equipo editorial de Proceso? ¿Qué enseñanza dejó el dúo: Julio Scherer y Vicente Leñero en su vida y en la del país?

–Me incorporé en 1993 con una inmensa alegría, porque Proceso, desde su fundación, ha sido para mí la gran revista política del país, la voz de los silenciados de México, como lo fue la de Méndez Arceo para la Iglesia de los pobres; la voz de la democracia traicionada. Ahí donde la prensa estaba amordazada por la corrupción o el miedo, Proceso habló claro y alto. Esto no hubiese sido posible sin don Julio, Vicente y el equipo que se partió la madre junto con ellos por la libertad y la dignidad de la palabra y que ahora está al frente de la dirección.

«Todavía está por escribirse la importancia de Proceso en la conquista de la libertad de prensa que ahora vivimos. Si algo nos han enseñado Scherer y Leñero es la valentía, la honestidad y la dignidad frente a cualquier poder. Sus reportajes, sus entrevistas, sus respectivos olfatos periodísticos han sido una luz en medio de las tinieblas del Estado.

«Al recordarlos me vienen a la mente unas palabras del poeta Ezra Pound: ‘Si un hombre no es capaz de jugarse la vida por sus ideas o sus ideas no valen nada o ese hombre no vale nada’. Scherer y Leñero nos enseñaron que tanto sus ideas como sus personas valen todo y que eso se llama dignidad. Algo más me ha enseñado Vicente: la fidelidad a lo que se es, al vínculo profundo que debe haber entre la palabra y el acto. Leñero, en un mundo que veía con sospecha a la catolicidad y en donde muchos católicos se encerraban en el closet para no ser vituperados o mal vistos por el ‘establishment’ político y literario de la época, nunca renegó ni escondió su catolicidad.

«Por el contrario, fue ella, desde el principio, la que le dio esa fidelidad a la palabra, esa comprensión del Verbo encarnado, que lo ha hecho el gran periodista, el gran escritor y el gran hombre que es: ese espíritu libre que nos recuerda constantemente que por encima de cualquier ideología está la conciencia y la fidelidad a la palabra y a la verdad. Lo quiero mucho».

–¿Cuándo decide insistir en firmar todas sus notas con: ‘Además opino que se deben respetar los Acuerdos de San Andrés, retirar al Ejército de Chiapas y liberar a todos los zapatistas presos’? ¿Hubo otras demandas en sus columnas antes de 1994?

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–No, nunca antes. Cuando en 1994 se levantó el movimiento zapatista, me quedé fascinado. En su sustancia, ese movimiento daba cuerpo a un montón de cosas en las que yo he creído. En sus reivindicaciones, en su defensa de lo local y de la tradición, vi mucho de lo que Gandhi, Lanza y el propio Illich me habían enseñado: una salida a la locura y a la exclusión del mundo moderno; una recuperación de los límites y de la diferencia.

«Por ello cuando Ernesto Zedillo, en un acto digno de Hitler, firmó y luego desconoció los Acuerdos de San Andrés, me sumí en una profunda indignación. Sabía que en un mundo como éste, el del alzheimer social que provocan los medios de comunicación y en el que, por lo mismo, nada es más viejo que el periódico del día de ayer, esa traición que comprometía al país se iba a olvidar, y nadie debía olvidar esa afrenta, esa necesidad de respetar esos Acuerdos, porque, mire, Mario, cuando Zedillo los firmó como Presidente de la República los firmó por toda la nación, y desde ese momento la nación entera, en la que yo estoy incluido como ciudadano suyo, tiene una deuda con los indios que debemos cumplir; ni yo, ni la nación somos traidores.

«Así es que busqué una forma de perpetuar la memoria de esa deuda. Encontré en la frase con la que Catón el Viejo concluía sus discursos: ‘Además opino que hay que destruir Cartago’, una fórmula tan ancestral como los siglos que nos separan de Catón, una fórmula que apela a la memoria.

«Con el tiempo he ido agregando otras demandas que, desde mi punto de vista, son deudas que también ha adquirido la nación, que no podemos olvidar y que deben pagarse. Hay otras más –la mayoría de los gobiernos de México han sido de traidores– que, si las incorporara, terminarían por llenar todo el espacio de mis artículos».

–El año pasado nos reencontramos en algún lugar de la hostil ciudad junto al ‘Delegado Zero’ como adherentes de La otra campaña del EZLN ¿Qué análisis hace del desarrollo discursivo de Marcos?

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–Admiro a Marcos profundamente. Es un poeta y un hombre de acción, algo difícil de encontrar en nuestro mundo; quizá por ello levanta tantas envidias en el mundo intelectual, envidias que se manifiestan mediante la denostación. Es también algo más, un genio mediático –después de Marcos, el uso de los medios no será igual–, y una gran conciencia moral.

«Estas características hicieron posible que el levantamiento zapatista atrajera las miradas del mundo entero. Por vez primera una guerrilla, un movimiento político se expresaba mediante la poesía y rebasaba el espectro ideológico del marxismo clásico, de la ortodoxia guerrillera y de las armas.

«Podría decir que el mejor Marcos es, en este sentido, el que incorporó a su lenguaje poético el decir del mundo maya, de la tradición caballeresca medieval y de la poesía moderna: el Marcos de las historias del Viejo Antonio y de don Durito; el Marcos moral, el de la carta ‘¿De que tenemos que pedir perdón?’; el Marcos lúdico y chacotero, el de las posdatas, el de la irreverencia genial; el que maneja los símbolos como sólo los grandes poetas saben hacerlo, y nos muestra la verdad de la justicia no con el argumento ideológico, que siempre es excluyente y sospechoso, sino con el develamiento de la poesía, que siempre es inclusivo y luminoso. Ahí, en ese decir de Marcos, está la fuerza política del zapatismo y su enorme dignidad moral.

«En ese Marcos hay también una profunda intuición de lo que Gandhi, Lanza e Illich pensaron y que se presenta, desde mi punto de vista, como la única alternativa viable para volver a recuperar el sentido de lo humano en política. Pero como mera intuición, como esa ráfaga luminosa que repentinamente hace al poeta ver lo que nadie veía, pero que por lo mismo permanece oscura, en ese saber oscuro, en su luminosidad, de la poesía. Por ello, cuando fui a la selva a buscarlo, le llevé como regalo las obras completas en francés de Iván Illich.

«Recuerdo que le dije: ‘Le traigo esto, subcomandante, en ellas encontrará un sentido a las grandes intuiciones del zapatismo’. Por desgracia, Mario, hay también otro Marcos, el de la ideología marxista, el del epíteto duro y beligerante, el del discurso de la izquierda radical, tan gastado y añejo como el de la Iglesia, que repele, excluye y que es incapaz de mirar más allá de una retórica beligerante y trasnochada. Toda ideología, que pierde la fuente profunda de la que emanó, termina por empobrecerse y reducirse a guetos.

«Esa doble condición de Marcos, lo hace ambiguo, porque uno no sabe ya donde termina el poeta y el hombre moral y comienza el ideólogo, y viceversa. Sin embargo, Marcos sigue siendo un gran hombre, un hombre de una fidelidad y de una disciplina a toda prueba, en síntesis, un hombre frente al cual uno vuelve a sentir el orgullo de pertenecer a la raza humana».

–Usted integró el Frente Cívico Pro Defensa del Casino de la Selva ¿Cómo es posible que siendo Cuernavaca un efervescente semillero de ideas y talento ahora la ciudad esté desgobernada por la derecha?

–A 40 años de distancia ya pocos recuerdan a Illich y el CIDOC, a Gregorio Lemercier y la gran renovación litúrgica de Emaús, a Erich Fromm y a las Comunidades de base de Méndez Arceo. Ellos han quedado sepultados por la desmemoria que provocan los medios de comunicación, siempre al servicio del poder y del capital, y por la imbecilidad de las autoridades políticas y religiosas que han hecho de Cuernavaca el traspatio y el prostíbulo de la burguesía del DF.

«Lejos de cultivar, como usted dice bien, el semillero de ideas y talento que desde entonces existe en Cuernavaca, estos imbéciles –no hay otro nombre para calificarlos– han tratado, como la parábola del trigo y la cizaña, de ahogarlo entre la cizaña de la inversión acrítica, la barbarie, la igualación de todo y la moralina burguesa a la que la derecha ‘católica’ quiere reducir la marea de fuego del Evangelio. Estos tipos miden el progreso por kilómetro cuadrado de asfaltización, es decir, de desertificación urbana.

«La destrucción del Casino de la Selva y la erección de ese desierto asfáltico y comercial que es el Cosco (CM) como el monumento más acabado de su imbecilidad. Pero no puede esperarse otra cosa de unas autoridades que, desde la muerte de Sergio Méndez Arceo, han despreciado lo mejor de Morelos y, con el pretexto del desarrollo y la paranoia del comunismo, han puesto a Cuernavaca de rodillas ante el capital y lo peor de la burguesía del DF».

–Mario Benedetti escribió una serie que tituló Poemas de oficina (1956) a usted le sucede lo inversamente proporcional, hasta ahora debuta como alto burócrata ¿Le afecta en su inspiración? o ¿seguirá los pasos del poeta uruguayo para escribir con ironía sobre sindicatos y tratos cotidianos de la docencia?

–La verdad, Mario, la mayor parte de mi vida he trabajado dentro de la burocracia universitaria. Ha sido allí, entre ‘memos’, llamadas telefónicas, bomberazos y toda suerte de procesos contraproductivos donde he escrito la mayor parte de mi obra.

«La burocracia, esa cosa que inspiró a Kafka las más horrendas y aterradoras metáforas para describirla; que después desató la ironía de Benedetti y que hizo posible que Illich, a través de su historia de las instituciones, mostrara su génesis y su infernal contraproductividad, sobre todo la burocracia mexicana –dicen que si Kafka hubiera nacido en México, habría pasado inadvertido como un escritor obvio y costumbrista– no es el sitio más propicio para escribir nada. Pero allí, por una gracia especial, que me ha permitido aislarme interiormente de todo ese infierno laico, he podido crear.

«En ese sentido podría decir que soy un bienaventurado: ‘Bienaventurados los que han podido escribir en el infierno burocrático porque ellos han visto a Dios’; de lo contrario, dígame, Mario, como se podría crear algo allí. Recuerdo una frase magnífica de Alfonso Reyes, ese otro bienaventurado que pudo escribir en ese infierno: ‘El trabajo burocrático hay que hacerlo rápido y mal’. Esa es su condición, cualquier eficiencia, cualquier productividad real la haría desaparecer. Reyes lo comprendió e hizo de esa comprensión el espacio que le permitió ser el escritor que fue».

–Finalmente, ha tenido la amabilidad de enseñarme la maqueta de su próximo libro para el Fondo de Cultura Económica ¿Puede hablarles a nuestros lectores de su futuro texto e iconografía?

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–Me encanta que se haya acordado de esa mañana en que conversamos. Sí, es una biografía sobre Félix de Jesús Rougier; lleva por título, Félix de Jesús Rougier, la seducción de la virgen.

«Lo inquietante de ese hombre, poco conocido, francés, misionero de la Sociedad de María, es el encuentro y el enamoramiento que vivió con la mayor de las místicas mexicanas, Concepción Cabrera de Armida, en quien vio, como Dante con Beatriz, una posfiguración de la Virgen, y que lo llevó no sólo a abandonar la Sociedad de María, sino a fundar, en medio de la Revolución Mexicana, es decir, en uno de los peores momentos para la Iglesia mexicana, varias congregación religiosas, la de los Misioneros del Espíritu Santo, la de las Hijas del Espíritu Santo, la de las Misioneras Guadalupanas y la de las Oblatas de Jesús Sacramentado.

«Esta biografía es un espejo de la de Concepción Cabrera de Armida, la amante de Cristo (FCE, 2000). Usted sabe, Mario, la historia de la Iglesia está llena de parejas fantásticas e incómodas para la misma Iglesia, tan renuente a las relaciones heterosexuales; piense en la de Santa Teresa y Juan de la Cruz o en la del padre de la Colombiére y Santa Margarita Alacoque; hay muchas otras más –poco conocidas, pero no por ello menos magníficas e incómodas–: la del padre Finet y Marta Robin; la de el gran teólogo Urs von Baltasar y la doctora Adrienn von Spyer o la de ese matrimonio casto hasta la exasperación, el del filósofo Jacques Maritain con la mística y poeta Raïssa Omancoff, mejor conocida como Raïsa Maritain, por nombrar sólo algunas.

«A esas parejas espirituales y fecundas pertenece la de Félix y Concha, una relación fascinante y misteriosa en más de un sentido».

(La primera parte de este trabajo se leerá aquí)

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* Periodista..
Publicado originalmnente en la sección Correo del Sur del diario mexicano La Jornada Morelos
www.lajornadamorelos.com.
Se reproduce aquí por gentileza del autor.

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