LA CULPA ORIGINAL

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

La monstruosidad energética de la erupción volcánica de Chaitén o del terremoto de Sichuan, volvieron a plantearnos una inquietud que se ha transformado en esencial. ¿Está agotado el planeta y nos lo hace saber con esa iracundia, que para nosotros siempre es drama? Muchos se apresuraron a ver en estas manifestaciones el resultado de lo que ha hecho la Humanidad. El efecto invernadero; la explotación exagerada de recursos naturales en aras de un sistema económico que se mantiene sólo gracias a un consumismo creciente; la manipulación grosera de biosistemas que, a veces, ni siquiera entendemos.

Todos temores que reflotan cada vez que una catástrofe natural nos golpea. Ocurrió igual con el huracán Katrina, con el calor abrasador del verano europeo, con el derretimiento de los glaciares, con los inviernos congelantes del hemisferio Norte o el cambio en las manifestaciones estacionales en nuestra zona.

Casi automáticamente, como una expresión cultural más, miramos hacia la culpa original. El ser humano es el responsable de lo que ocurre. Y tenemos que pagar todos por ello. Es el legado de la civilización judeocristiana a la que pertenecemos. Para los católicos sólo María estuvo preservada de toda mancha. Un tema no menor, que desveló a los teólogos hasta 1854 cuando, con la bula Ineffabilis, el Papa Pío IX proclamó el dogma de la Inmaculada Concepción.

Y porque la cultura es así, un tema religioso, propio de los seguidores de determinada fe y sus dogmas, se coló bajo la epidermis civilizatoria. Hoy, el argumento del daño al planeta es una de las ideologías que se oponen al sistema neoliberal y su economía de mercado. Lo hace desde la culpa original. Porque al final de cuentas, somos todos culpables hasta por haber superpoblado el planeta.

En los días de la erupción del Chaitén asistí a una conferencia de la Dra. Ruiz. Mientras nos paseaba por la inmensidad del universo, sus explicaciones resonaban a juicios rotundos. Formamos parte de una realidad inconmensurable. Pertenecemos a ella como nuestras células al órgano a que dan vida. Somos un elemento más que entrega su energía en un proceso vital que aún no comprendemos y que pretendemos orientar para beneficiar intereses humanos. Es el pecado original reproducido a escala monstruosa. Pero por mucho que parezca determinante en la vida del planeta, no tenemos ni la fuerza ni el poder para generar una nueva glaciación o acabar con este maravilloso hogar que es la Tierra.

Esta sensación de culpa pareciera enclaustrarnos en una mirada estrecha. Empezando por quienes la propalan directamente. Frente a la miseria, plantean la solidaridad, la responsabilidad social. Pero, a la vez, impulsan como referente omnímodo el emprendimiento personal, el individualismo. ¿Cómo se puede ser solidario, si la sociedad tiene como objetivo la estructuración del individualismo más feroz?

El verdadero problema no parece estar en la destrucción del mundo. La vida de éste se encuentra regida por leyes que aún no develamos y que, posiblemente, nunca lleguemos a comprender en su infinita complejidad. Nuestra responsabilidad está en asegurar la felicidad humana.

Hoy, la respuesta frente a los desbordes del individualismo se remite sólo a represión. Si el sistema empuja a la competencia sin tregua para mantener un consumismo creciente ¿puede extrañar que los que se sienten desplazados delincan para insertarse o crear su propio ghetto?

Son diversas las voces que se levantan para decirnos que no es posible mantener por más de cuatro o cinco décadas un sistema que, como el actual, consume tal cantidad de energía. Wallerstein lo dijo en la década de los noventas. Y así, las alertas se repiten por todo el mundo.

Las manifestaciones de la naturaleza parecen advertirnos que nuestras acciones tendrán siempre un significado marginal para el transcurrir de la Tierra y del Universo. Y también nos hace sentir que los principales afectados seremos los seres humanos. Nuestras acciones sí nos afectan a nosotros. Cuando ejerciendo el libre albedrío tomamos decisiones equivocadas, es la Humanidad la que se encuentra expuesta. La fortaleza vital de la naturaleza va por otro carril, aunque pertenecemos a ella como una manifestación más.

La culpa original no debiera obnubilarnos. La disyuntiva que hoy enfrentamos viene larvándose hace a lo menos ocho mil años. Pareciera estar en nuestras manos crear un futuro. Pero para eso el ser humano tendrá que enfrentarse a su tremenda capacidad con su infinita insignificancia.

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* Periodista.
wtapiav@vtr.net.

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