Después de Chávez: – LA ALCANTARILLA DESPIDE OLOR A ROSAS

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Como la historia tiene muchas vueltas y recovecos, muchos años después este mismo oficial, ahora vuelto general, vio con asombro como los esqueletos guardados en su armario privado pujaban por salir –o, en otras palabras, como los restos lanzados por el al mar muchos años antes volvían a la superficie turbando su sueño.

Sus anteriores subordinados, enfrentados a una investigación judicial, lo identificaban como el oficial que tuvo a cargo la operación, superviso su desarrollo, y dio las órdenes pertinentes.

El no era ahora un simple oficial de ejercito, ahora era no solo general de la republica –aunque el titulo esta muy venido a menos– sino que comandante de la división más poderosa del ejercito a cargo de resguardar la capital y la zona centro del país. Y, por añadidura, juez militar –aunque nadie sabe mucho qué cosa es eso y qué valor tiene.

Su Comandante en Jefe dijo poner «las manos al fuego por el», heroicamente. No fue suficiente, las manos de su Comandante en Jefe resultaron quemadas «en acto de servicio». Las pruebas eran abrumadoras.

Como ultimo recurso, este oficial –ahora general– decidió ir a ver a su casa al superior jerárquico de los policías que, a través de su informe, lo inculpaban. Lo conocía, eran amigos. No solo eso, eran hermanos en la masonería. Y los hermanos masones se deben apoyo y ayuda cuando lo necesitan.

En la casa de su amigo, el director de la Policía de Investigaciones, y en la privacidad y confianza que el lugar le brindaba, el general le pidió que cambiara el informe de sus policías. Que lo dejaran a el fuera de ese reporte. Que no lo mencionaran.

Y, conmovido, por ayudar a su amigo y «hermano», el director cumplió. Es decir, cumplió lo que pudo cumplir; efectivamente trato de cambiar ese informe y de alterar su contenido; dio orden a sus subordinados de modificarlo y dejar fuera de el a su amigo el general. Lo inesperado fue que se encontró con un grupo de policías que, ¡inconcebible!, se negaron a cumplir sus órdenes. Se negaron a cambiar su informe –habrían cometido un delito si lo hubieran hecho– y, por el contrario, acusaron al director ante un tribunal.

A estas alturas, el general se hundía mas rápido que los restos humanos que el había lanzado al mar muchos años antes. Su Comandante en Jefe no estuvo dispuesto a «morir con la bandera al tope» y sencillamente lo dio de baja. Lo mando a retiro. Lo envió a que se integrara a la «reserva moral» del ejercito y que desde ese momento en adelante se entretuviera dándole de comer a las palomas en la Plaza de Armas. Se sabe con certeza que esas palomas son «apolíticas» y prescindentes del acontecer diario. O a que se reuniera a tomar el te con otros colegas mas viejos que el para recordar «batallas», sacar lustre a antiguas medallas, desapolillar los antiguos uniformes, y de vez en cuando, cantar himnos militares y rendir honores al «Benemérito» (QEPD).

La jueza que recibió la denuncia de esos policías en contra de su propio director de Investigaciones, tomo declaraciones a todos los mencionados, quedando esas declaraciones incorporadas en el expediente judicial, pero ella prefirió considerar que el ámbito de su indagatoria –enfocada a la remoción de los restos de detenidos desaparecidos en Calama– no la autorizaba para iniciar una investigación paralela respecto de este otro «tema» que acababa de explotar inesperadamente en su tribunal y que incluía trafico de influencias, corrupción, abuso de autoridad, traición a la confianza y a la fe publicas, y quizás qué otras situaciones que quedarían al descubierto a medida que avanzara la investigación.

No. Muy complejo, muy peligroso, y no era bueno «menearlo». Probablemente el olor que podría salir de todo eso dejaría pálidos a los sulfuros que escupe el Volcán Chaitén. La investigación no continúo.

Cualquiera habría pensado que, llegado a este punto, y considerando que el tema era ya asunto publico, algún diputado –de los muchos que esperan con ansia la creación de una Comisión Investigadora para participar en ella– tomaría la iniciativa de hacer algunas preguntas, sugerir algunos modos de acción, enviar algunas cartas inquisitorias o, en el peor de los casos, hacer algún comentario sobre estos hechos a algún medio de comunicación. Esperanza vana. Nada, absolutamente nada.

Ni uno de ellos fue al parecer sorprendido por algo que, en cualquier país civilizado, significaría un escándalo de marca mayor: la intervención del Director de la Policía Civil usando su cargo para intentar cambiar un informe oficial de una unidad bajo su mando, con el propósito de favorecer a un amigo personal alterando el curso de una investigación judicial llevada en ese momento en un tribunal de la Republica.

Como digo, esto en cualquier otro país del mundo habría significado la creación de una comisión investigadora a nivel del Parlamento, con sesiones y audiencias públicas, y con una cobertura de prensa importante. Aquí no paso nada. El tema se coloco rápidamente bajo la alfombra y todos hicieron como los tres monitos: se taparon las orejas para no escuchar, se taparon los ojos para no leer, y se taparon la boca para no decir. Quizás no necesitaron taparse las narices porque, transcurridos ya tantos años en escenarios parecidos, el olfato se acostumbra a los hedores y estos ya empiezan a pasar inadvertidos.

Y las «Instituciones», frecuentemente mencionadas con voz engolada, tono solemne, y espíritu sacramental, no funcionaron. Ni el Poder Judicial (a través del tribunal donde se denuncio el asunto o través de la Corte de Apelaciones respectiva que tiene tuición sobre ese tribunal), ni el Poder Legislativo (a través de una comisión investigadora), ni el Poder Ejecutivo, que no dio señales de haberse enterado de un tema de este calibre, tomaron ninguna acción conocida. El Director de la Policía de Investigaciones continuo en el cargo sin que nadie le hiciera preguntas, posiblemente algunas de ellas incomodas, que ayudaran a esclarecer lo ocurrido. Los medios de comunicación, salvo honrosas excepciones (entre ellos el Diario La Nación, el Diario Electrónico El Mostrador y la Radio Bío Bío), prácticamente no se refirieron al tema.

Pero este tipo de situaciones tiene su propia dinámica, no siempre es posible controlar todo en todo momento. Cuando todo ya parecía olvidado y sepultado, y el Director de la Policía de Investigaciones –ahora Presidente Interino de INTERPOL– había ya recobrado su apacible sueño, inesperadamente el presidente Chávez lo volvió a colocar sobre el tapete al recordar públicamente la situación.

Y las declaraciones de apoyo irrestricto al director por parte de altos funcionarios de gobierno, y de desmentidos y lamentos por parte del Secretario General de la OEA y actual candidato presidencial –quien lo nombro en ese cargo cuando era Ministro del Interior de Lagos–, no parecen suficientes. Negar lo que esta acreditado en expedientes judiciales no parece ser la solución acertada.

Es que, quizás, es posible que ya no exista una solución acertada; ahora solo cabe llorar sobre la leche derramada –por no haberse oportunamente investigado y dilucidado el asunto– o, tomar como curso de acción lo que aparece ahora como una constante en la respuesta oficial de las autoridades: declarar que la alcantarilla abierta despide olor a rosas.

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*Ciudadano chileno, fue prisionero político de la dictadura militar-cívica.

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