Escribir para niños

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¿Por qué se escribe? un impulso emocional, un estímulo o varios, hay una necesidad en juego. La percepción y la memoria, los sentimientos, la escena, el suceso, el recuerdo, el presente. Un aroma, un tacto. Acaso una melodía, la hoja de un árbol, una gota de sangre, cuántas cosas pueden convertirse en un resorte que abre compuertas y nos lleva a la escritura.

Después viene “la carpintería”, el lenguaje, la construcción del texto, las decisiones de léxico y gramática, la formulación semántica. Escribir para niños no es diferente del escribir en general. En mi caso ha significado la escogencia de protagonistas más jóvenes, niños o adolescentes en cuentos o novelas.

Mi padre me decía, ya al final de su vida, que el cuerpo envejece la imaginación no, solo necesita de un resorte, un breve impacto, una motivación y allí se abre la ventana y estalla la refulgencia. Hoy entiendo la certeza indiscutible de tal idea.

Insisto: la literatura tiene que ver con los sentimientos, con marcas indelebles, con eso de lo que estamos hechos. El niño tiene todo ello a flor de piel, no se enmascara. Katherine Paterson, una escritora de libros para niños a quien admiro, ha declarado en una entrevista lo siguiente:  “(.. ,)creo que si uno escribe para niños el primer lector es el niño que uno solía ser, es el niño que uno lleva consigo siempre.(…)Conservo el recuerdo de los sentimientos tan fuertes que tenía de niña, entiendo que los niños tienen sentimientos muy profundos y creo que si escribo para los niños, esa parte interna de niña es la parte más importante, la parte que muchos adultos dejan de lado”(Paterson,2003,p.41)

Con frecuencia pensamos en la literatura para niños en términos pedagógicos y psicologizantes, pero la literatura es siempre literatura, a lo mejor “la loca de la casa”, y esa es su esencia.

Fui una niña tímida y una lectora voraz, quizá lo uno tuvo que ver con lo otro. He escrito desde muy temprano, pero el interés en escribir para niños estuvo ligado en principio con el ejercicio en el teatro de títeres, y en segunda instancia con el nacimiento de mis dos hijos.

Café y lectura. Ilustración Ana Varela
Café y lectura. Ilustración Ana Varela

El teatro de títeres fue una actividad fundamental para mí durante los años de la adolescencia en el liceo y los años universitarios, de hecho fundamos el teatro de títeres Chimpete Chámpata de la Universidad del Zulia y estuve allí durante una década. Solíamos adaptar cuentos de autores, textos ya conocidos y también hacer ejercicios de improvisación de los que surgían historias. Fue un tiempo que disfruté particularmente, y que me enseñó muchas cosas sobre la complicidad de esos pequeños espectadores críticos. Inventar historias para niños, o inventar historias con niños protagonistas, me sitúa en la óptica del otro, intento hablar desde él o ella.

Cuando pienso en los protagonistas de mis libros para niños, por ejemplo Diana y Juyá de “Diana en la tierra wayúu”, siento niños normales, con sus debilidades, miedos, inseguridades, Diana vive con su abuelo y su madre, con su mascota, un gato, tiene problemas como niña alta para su edad, y de paso usa anteojos, y sufre una maestra demasiado rígida; Juyá, es su compinche, insertado en el corazón de una cultura ahora híbrida, en donde los elementos de la tradición wayúu definen el contorno de su destino. Se parecen ambos a muchos niños que he conocido, tienen curiosidad y alegría, propósitos en construcción, ternura y deseos de crecer.

Emilio, de “Emilio en busca del Enmascarado de Plata” es un niño de Maturín, con una madre que trabaja, unos compañeros traviesos, pendencieros a veces, pero profundamente solidarios, sus anhelos son también los de un niño que conocí.

El protagonista de “¿Cenan los tigres la noche de Navidad?” también es un niño que hace preguntas, que participa y observa su entorno, que busca la armonía sin saberlo al conmoverse por unos felinos cachorritos y proponer su ingreso al espacio sagrado del pesebre.

En “Narcisa ha desaparecido” una niñita busca a su gata perdida y va haciendo recuento en la travesía de su propia identidad.

Estos protagonistas no están rodeados de entornos perfectos, sus carencias pueden producir miedo, y viven en un mundo, el nuestro, donde las apariencias, con frecuencia, responden a insólitos disfraces. Pero también tienen satisfacciones, conocen la alegría intermitente, descubren la amistad, la camaradería y la fortaleza de definir sus propósitos. Creo que en la vida es importante aprender a enfrentar las dificultades y los contrasentidos.

El poeta cubano Eliseo Diego escribió que todos los cuentos cuentan un solo cuento: la historia de un joven que lucha contra las tinieblas.

Reflexionando sobre ello pienso que un escritor o escritora es un observador, y privilegio el paisaje humano.

El ejercicio de escribir tiene, en esencia, a la escritura misma como meta. Es para otros, pero no podemos dejar de hacerlo, de escribir, digo.

Sin entrar en la discusión del por qué Kafka no quemó el mismo sus manuscritos si no suponía un lector.

La literatura es una forma de contemplación compartida, tanto leerla como escribirla. Como seres vivos en movimiento, continuamente nos hacemos preguntas, cuando leemos la formulación de hipótesis es una condición normal del pensamiento, cuando escribimos estamos construyendo posibles respuestas, que a su vez abren puertas, preguntas, al lector, quien parte de su propia experiencia de vida para confrontarla con el libro. De allí nacen empatías y rechazos.

Aidahn Chambers, un conocido autor inglés de libros para niños y adultos, señala que “nosabemos lo que pensamos hasta que no lo hemos expresado en palabras”, nos habla de una lectura autobiográfica de lo literario, donde la  propia experiencia define el encuentro emocional con el texto.

Leyendo cómodamente. Ilustración de Adriana Gheorghe
Leyendo cómodamente. Ilustración de Adriana Gheorghe

Xulio Ricardo Trigo, autor catalán de libros para niños, con relación a la dicotomía entre escribir para niños o adultos nos dice:” (…) Creo que la literatura para jóvenes ha aportado a mi obra espíritu de juego, voluntad de riesgo, una cierta irresponsabilidad imprescindible para escribir ficciones (…)”Narrar es sinónimo de descubrir”.

Creo en esa cierta “irresponsabilidad imprescindible” a la hora de escribir literatura porque si nos atamos de primera mano con preceptos morales o pedagógicos la historia no fluye, la invención se sujeta a una camisa de fuerza.

Aquiles Nazoa fue un escritor cuya obra, con frecuencia, es publicada en ediciones para niños. Le conocí de cerca porque tenía una profunda amistad con mis padres desde sus tiempos de muchachos, recuerdo, con especial veneración, una oportunidad en que nos visitó en Maracaibo, para leernos su cuento “Historia de un caballo que era bien bonito”, escrito hacía pocos días. Con mucha solemnidad nos reunió a todos, grandes y chiquitos, en la sala e hizo su lectura en voz alta, dando entonación y gestualidad a su bello texto. Todos disfrutamos esa lectura inolvidable. Este cuento es como un clásico en Venezuela, escenificado y musicalizado. Hay hasta una versión en cine de animación. Creo que Aquiles Nazoa no lo concibió específicamente para los niños sino para todo el mundo, de cualquier edad y eso conlleva una libertad particular en el momento mismo de crearlo.

Se dice que los cuentos de Orlando Araujo, desde El niño y el caballo a los relatos de Miguel Vicente Pata Caliente, fueron escritos pensando en sus hijas. Bellos relatos en su dimensión de humanidad, nos impactan a los adultos con la misma emoción y en igual grado. No hay concesiones, el autor escribe lo que quiere decir.

La emoción de los caballos en su estampida salvaje, acelerada y violenta, la  ternura de ese niño durmiendo al lado del caballo, conmueve a todo lector.

¿Qué pensamos que no debe ser la literatura para niños? Lo atiborrado de estereotipos, el mal gusto, la lluvia de diminutivos, lo que llamó, abiertamente, la gran poetisa Gabriela Mistral: la ñoñería. Eso no es literatura infantil o mejor no es literatura.

El texto que ponemos en manos de los niños debe ser genuino, incluirlo todo como la buena literatura, para que la lectura sea realmente un bálsamo, la lectura reparadora, como señala Michel Petit, o la lectura para “construir personas pensantes, capaces de emitir juicios críticos y de protestar y organizar esas protestas en entidades de resistencia” como señala la escritora argentina Sandra Comino. Escribir y leer son procesos simbióticos con frecuencia, siendo lectores nos convertimos en escritores.

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Bibliografía
-Comino, S. (2003) Infancia y desigualdad, la lectura como resistencia en tiempos de crisis. -Revista En julio como en enero No. 15, La Habana, p.51-58 Trigo, X. (2002) Tinta Fresca. -Revista Clij julio-agosto 2002, año 15 número 151, Barcelo- na.p.37
-Serrano, A. (2002) Cómo hacer lectores, un proyecto de Aidam Chambers. Revista Clij, julio- agosto 2002, año 15 número 151, Barcelona, p. 23-27

*Escritora venezolana. Publicado en latintainvisible

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