La descalificación es una forma de provocar directamente a una persona, y puede tener diferentes modalidades, como el descrédito -que es una manera para subordinarla al poder de quien la anula mediante un mecanismo agresivo que es el desprestigio.- La difamación, que es otra forma de invalidación, muchas veces conforma una conducta, por la que el descalificador intenta enmascarar y ocultar su propia inestabilidad. Cualquiera que sea la motivación que tiene el detractor, es evidentemente, un ataque, una agresión directa y una muestra absoluta de inseguridad.
No es un fenómeno exclusivamente venezolano, es un mecanismo psicológico universal, como el alta y la baja autoestima. Son hechos que se distribuyen por igual en todas las sociedades, en todas las culturas y en todas las épocas. De manera tal que no puede ser ni endilgada exclusivamente al medio político ni asignada exclusivamente como una característica de este país.
En Venezuela, el debate y el discurso político son de muy baja calidad. Aquí no se da, salvo excepcionalmente, la confrontación de ideas, de propuestas y razonamientos; se personalizan los ataques, y se cae así dentro del marco de una cultura política que se basa fundamentalmente en lo personal, colocando en segundo plano los asuntos de interés colectivo.
Lamentablemente, mientras no haya una acción sistemática y sostenida que desde los poderes públicos, que permita crear una nueva cultura política, basada en el respeto y en el reconocimiento, con derecho a la diferencia en términos de un tratamiento equivalente e igualitario de quienes son disímiles, y equidad con respeto a la disconformidad; vamos a tener que seguir siendo testigos del espectáculo de la polémica, el debate confrontativo, el personalismo, la descalificación, la agresión, la humillación, el menosprecio, el desconocimiento de la disidencia: los mecanismos de la discriminación que en términos generales emplea el medio político.
No hay que confundir la crítica con la descalificación como un fenómeno genérico. Hay personas que sin méritos suficientes llegan a posiciones de muchísima influencia que requieren de calificaciones y créditos comprobados. Quien les reprocha su falta de idoneidad incluso en forma pública, es objeto de rechazo por su ubicación política. De manera, que cuando, se dice por ejemplo, que Fulano o Zutana llegan a una jerarquía sin los méritos objetivos necesarios, se le invalida el juicio, y aunque tenga razones valederas no se las reconocen. Bueno es decir al respecto, en todo caso, que no siempre una diatriba puede ser tomada como una descalificación.
Debemos ser tolerantes, puesto que la tolerancia, es una virtud política y cívica, reconocida por toda la teoría política contemporánea que considera la solidaridad, la buena disposición de ánimo, y de diálogo, como cualidades ciudadanas, ciertas formas de condescendencia son prácticas importantes para la pervivencia de la democracia, entendiendo que ésta no es aplanamiento ni eliminación de la diferencias -sino precisamente la posibilidad de que se pueda coexistir respetando discrepancias sobre la base de una conducta eminentemente conciliadora.
Los venezolanos nos estamos tornando intolerantes, gracias a la prédica divisionista del gobierno. Tuvimos una cultura que nos enseñó de alguna manera a ser pacientes y a respetar las divergencias, a construir un tejido social que ha constituido la base fundamental de nuestro capital social tradicional. Hoy día eso esta totalmente golpeado y ha sido duramente atacado por el mensaje reiterado de división que ya deja de ser sectario para pasar a ser fanático y dogmático; ojalá que no se convierta en un fundamentalismo que nos divida definitivamente.
Se requiere de un pacto de voluntades para reconstituir los lazos de interacción, los canales de comunicación y los valores de respeto.
En esta situación de turbulencia y de tanto conflicto deberíamos ser positivos: pensar que vamos hacia la reconstitución, el rescate de nuestra independencia, y la reconciliación nacional dependiendo de las fuerzas de las instituciones democráticas. De lo contrario, si la tendencia de los factores de poder continúa con la misma fuerza que estemos viendo, es presumible que se incremente el deterioro institucional, social, económico y político del país.
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