Responso por la pax americana

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

La ciudad que hoy es un matadero tuvo alguna vez 300.000 habitantes. Faluja anticipa lo que viene para otras ciudades: Bagdad, desde luego, pero también Baquba y Kirkuk y el resto. La capital de Iraq vive hace 48 horas bajo toque de queda. La Gestapo o la NKVD del siglo XXI masca chicle. Debajo de las orugas de sus blindados, tras el vuelo de sus helicópteros, después que pasan sus hombres, no vuelve a crecer el pasto.

La operación para «liberar» Faluja durará aun algunas horas -o algunos días, o para siempre-; serán asesinatos casa por casa, único modo de doblegar a los resistentes. Desde la impunidad de los césares de la decadencia Bush habla de justicia, de democracia, de libertad. Sus aliados del Partido Islámico Iraquí abandonaron el gobierno provisional: el cinismo tiene límites.

La toma de una ciudad fantasma

Las informaciones, escasas, de la prensa internacional no dejan lugar para dudas. Los «marines» acribillaron una ciudad que era un fantasma. No más de 1.500 hombres defendieron, en estos últimos días, la retirada del grueso de los guerreros -que tomaron posición en otros frentes de combate-.

Millones de -cada vez más fraudulentos- dólares en proyectiles y equipos para aniquilar a un enemigo que se escurrió a la vista de sus vanguardias. Acaso sea ineptitud militar: detectores de calor, lentes infrarrojos, misiles inteligentes, el mejor armamento del mundo: tan bueno el uranio «empobrecido» que revienta objetivos y artilleros por igual. Todo fracasó.

Dispararon -mientras Bush oraba- a las calles vacías con la triste, imperiosa necesidad de mostrar «en casa» que los «muchachos» son capaces de una victoria, una al menos, para asegurar los «libres comicios» convocados para enero. ¿Habrán oído hablar del general Pirro?

Probablemente no haya elecciones; dirigentes religiosos sunitas y chiítas podrían llamar a boicotearlas en conjunto; de hecho lo hacen en estas mismas horas. No quieren votar empapados en la sangre de corderos inocentes.

En el asalto final a Faluja por lo menos un batallón completo de reclutas iraquíes -500 hombres- se negó a combatir. «Un problema aislado» dijo un tal Rumsfeld del Pentágono. Todo indica lo contrario.

Los oficiales del ejército invasor quieren matar, la tropa está nerviosa, muchas veces asustada. No luchan por una causa, en cambio comienzan a darse cuenta de la importancia que tiene salvar la vida. Como en Viet Nam, el sueño de regresar, de salir de la trampa tan cuidadosamente armada por sus dirigentes, se torna pesadilla.

Y es una pesadilla para los estrategas civiles y militares de la invasión el viejo apotegma de la guerra: la victoria pertenece a la infantería, no al número de helicópteros artillados o de civiles no combatientes muertos.

El viejo encontró descanso

Arafat partió a su último exilio desde Francia. Quizá el empecinado dirigente lo eligió. Quizá, como afirman rumores en Palestina, fue envenenado de algún modo por los israelíes. Quizá se murió de cansancio. Quizá lo cierto es que comienza una nueva vida, que muchos negarán posible. Quizá su estatura se ubique entre el enanismo de los odios y la grandeza del ditirambo. Quizá su muerte no sea otra guerra para un pueblo que está cansado de guerras.

Quizá Arafat, en el momento en que perdió la conciencia, pensó en los que murieron y morirán porque las tropas imperiales «neutralizaron» el hospital de Faluja. No alcanzó a saber que esas tropas -heroicas- mataron médicos y bombardearon ambulancias: «casualties».

Arafat es duelo y es discusión. Pero Faluja es un infierno, y Bush & Co. los ángeles malditos que lo anuncian.

En América Latina los que transan con la «White House» ¿qué son?

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