Sobre la carta abierta de Michael Moore: La riqueza de rescatar lo obvio

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Diego Ghersi*

Un imaginativo intento por explicar las causas y consecuencias de la crisis financiera estadounidense y superar a las voces del orden constituido consagradas por la prensa hegemónica.

Había una vez un par de sastres muy pilluelos que llegaron a China y lograron convencer al emperador de que eran capaces de diseñar el mejor ajuar acorde a su investidura. Tan ricos y tan fabulosos serían esos vestidos, que sólo los más inteligentes y capaces podrían valorarlos porque, para el resto, sencillamente las ropas pasarían inadvertidas a sus ojos.

La historia cuenta que lograron convencerlo, y que, a cambio de dos baúles llenos de oro y telas preciosas de materia prima, proveyeron al emperador de las fantásticas prendas.

El soberano, ya ataviado, decidió mostrarse en público para medir la capacidad de su pueblo y este, temeroso de decir en voz alta que el emperador estaba desnudo, lo vitoreaba a su paso ocultando las dudas sobre lo obvio. Fue un niño, que naturalmente cargaba con inocencia el don de la palabra, el que se atrevió a gritar “el emperador está desnudo” y, como por arte de magia, consiguió abrir los ojos al resto.

Así como la realidad siempre supera a la ficción, el polémico y combativo documentalista estadounidense Michael Moore acaba de asumir el papel del niño de la historia para gritar a los cuatro vientos una explicación muy plausible de la crisis financiera, que esta semana se ha convertido en el quebradero de cabeza del sistema capitalista.

Al estilo de Émile Zola en el decimonónico “Yo acuso”, pero con una pequeña dosis de medida jocosidad inserta en una clara retórica, Moore escribe una carta abierta al Presidente George Walker Bush en la que denuncia al plan de salvataje como “un intento del mandatario para saquear el tesoro estadounidense.”

El mensaje de Moore gana estridencia por estar muy disociado del bombardeo de comentarios “serios” emitidos por la corporación mediática de Estados Unidos. Bombardeo ineludiblemente enriquecido con el pensamiento “esclarecido” de cuanto cráneo abunde en las cátedras de economía de las prestigiosas (y muy, muy, pero muy caras) universidades de ese país. Discursos que -a pesar de todo- oscurecen lo que habría que aclarar.

Moore también pone en evidencia la artificialidad del perenne dolor de estómago que presenta ante las cámaras el rostro del el Secretario de tesoro estadounidense Henry Paulson, inventor del número que causa escozor: 700 mil millones.

Paulson es el personaje calvo, alto y de anteojos que todos hemos visto hasta el hartazgo, porque ha estado detrás de cuanto anuncio sobre este tema se ha hecho desde hace una semana.

Moore se pregunta (al igual que todos, pero en voz alta) cuál fue la luz divina que le susurró a Paulson la cifra mágica que solucionará la crisis. Nadie puede explicar eso. Nadie sabe si alcanzará. Nadie sabe si tan siquiera sirve para algo. Nadie entiende nada.

No parece raro que así sea si recordamos que aún los investigadores no se ponen de acuerdo para explicar la crisis de 1929, cuestión que hace suponer que como aquella, esta de hoy será motivo de nutrida bibliografía futura y de no menos copiosos debates entre los cerebros más ilustrados del planeta.

A todas luces, el plan Paulson pareciera ser un intento obsceno por salvar a los ricos del desastre y rememora la asignación de prioridades de ocupación de los botes salvavidas durante el desastre del Titanic.

Moore lo expresa así: “No hay NADA en este paquete de ‘rescate’ que baje el precio de la gasolina que debemos cargar en nuestros vehículos para ir al trabajo. NADA en esta iniciativa nos protegerá de perder nuestro hogar. NADA en esta iniciativa nos dará un seguro médico.”

Y sigue aportando material digerible cuando sugiere sus recomendaciones al plan:

1.- Perseguir criminalmente a los que han inducido a sabiendas el caos desde Wall Street. 2.- Que los ricos paguen con sus excesivos patrimonios. 3.- Ayudar a los que están hipotecados en su primera casa, no a los que tienen ocho. 4.- Hipotecas para mantener a flote a Wall Street, con los intereses para los ciudadanos. 5.- Rehabilitar las regulaciones económicas eliminadas por el gobierno. 6.- Sin son demasiado grandes para fallar, son demasiado grandes para existir. 7.- Nadie debe cobrar más de 40 veces el sueldo medio.

¿Hay algo en todas estas sugerencias que escape al sentido común? Pues parece que sí, si se observa la demora del Congreso de los Estados Unidos para ponerse de acuerdo. El desconcierto del Capitolio es cómo el que cabría esperarse de personas que acaban de descubrir que el aire que respiraron toda su vida no tiene en realidad ni una sola gota de oxígeno.

En definitiva, la retórica de Michael Moore da cuenta de cómo desde la marginalidad -en el sentido de apartarse de lo oficialmente aceptado- se pueden construir discursos que contribuyan a la comprensión de lo incomprensible. Discursos que no tienen su legitimidad sustentada en el color de la corbata del personaje que lo emite, sino en un sentido sustentado con la racionalidad y la coherencia de lo obvio. Como el niño del cuento del vestido mágico, quien sin buscarlo reconstruyó la realidad con su palabra.

Y en ese sentido vale también rescatar el aporte hecho por una voz anónima que explica en forma de parábola el funcionamiento de Wall Street y con sentido del humor arroja mucha luz acerca del tema:

“Una vez llegó al pueblo un señor muy bien vestido, quién luego de instalarse en el único hotel, publicitó en el minúsculo diario local que pagaría 10 dólares por cada mono que quisieran venderle.

Los campesinos, que sabían que el bosque aledaño estaba lleno de monos, salieron corriendo a cazar monos.

El hombre, como había prometido, compró todos los monos –cientos- a 10 dólares cada uno y sin chistar.

Llegó un momento en que los campesinos perdieron el interés porque la cacería se tornaba más difícil merced a la disminución de monos.

Entonces el hombre ofreció 20 dólares por cada mono, y los campesinos corrieron otra vez al bosque.

Nuevamente fueron mermando los monos, y el hombre elevó la oferta a 25 dólares, y los campesinos volvieron al bosque, cazando los pocos monos que quedaban, hasta que ya era casi imposible encontrar uno.

Llegado a este punto, el hombre ofreció 50 dólares por cada mono, pero, como tenia negocios que atender en la ciudad, dejó a cargo de su ayudante el negocio de la compra de monos.

Una vez que el hombre se hubo ido del pueblo, su ayudante se dirigió a los campesinos diciéndoles:

“Fíjense en esta jaula llena con miles de monos que mi jefe les compró para su colección. Yo les ofrezco venderles a ustedes los monos por 35 dólares, y cuando el jefe regrese de la ciudad, ustedes se los venden por 50 dólares cada uno.”

Los campesinos juntaron todos sus ahorros y compraron los miles de monos que había en la gran jaula, y esperaron el regreso del “jefe”.

Desde ese día, no volvieron a ver ni al ayudante ni al jefe. Lo único que vieron fue la jaula llena de monos que compraron con sus ahorros de toda la vida…

¿No está bueno en cuentito?

*Publicado en APM

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