La estúpida bravata afgana de Obama y McCain

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Patrick Cockburn*

Las primeras conversaciones serias entre el gobierno afgano y los talibanes tuvieron lugar hace diez días en La Meca bajo los auspicios del rey Abdullah de Arabia Saudí. Durante las discusiones, todas las partes acordaron que la guerra en Afganistán va a ser resuelta por el diálogo y no mediante combates.

El líder talibán Mullah Omar no estuvo presente, pero sus representantes dijeron que ya no está aliado con al-Qaeda. La admisión durante el fin de semana de un importante general británico, Mark Carleton-Smith, de que una victoria militar absoluta en Afganistán es imposible ha sido sobrepasada por las conversaciones en La Meca. “Si los talibanes estuvieron dispuestos a sentarse al otro lado de la mesa y a hablar de una solución política, es precisamente el tipo de progreso que concluye insurgencias como ésta,” dijo el general Carleton-Smith. “Eso no debiera causar que la gente se incomode.”

Suena como si la última aventura militar británica en Afganistán va a terminar en una retirada sin que ninguno de sus mal definidos objetivos haya sido logrado. En EE.UU. han tardado más en comprender la verdadera situación en el terreno. John McCain y Barack Obama siguen hablando como si unas pocas brigadas más de soldados estadounidenses enviadas para perseguir a los talibanes por las montañas del sur de Afganistán fueran a cambiar el resultado de la guerra.

La política de EE.UU. en Iraq después del derrocamiento de Sadam Husein ha sido constantemente denigrada como una receta para un desastre auto-infligido. Pero la política del presidente Bush en Afganistán después de la caída de los talibanes también fue un error catastrófico. En ambos países la agenda del gobierno estuvo orientada sobre todo a utilizar la victoria militar para asegurar que los republicanos ganaran elecciones en el interior del país.

Los talibanes siempre han dependido manifiestamente de Pakistán y del servicio de inteligencia militar paquistaní (ISI). Fue el ISI el que impulsó al poder a los talibanes en los años noventa y dio secretamente un refugio a sus militantes después de su retirada de Afganistán en 2001, posibilitando que se reagruparan y contraatacaran.

Pero justo cuando esto tenía lugar Bush alababa al gobierno paquistaní del general Pervez Musharaf, que había auspiciado a los talibanes, como gran aliado de EE.UU. en su guerra contra el terror. En EE.UU. no se han dado cuenta del desatino contraproducente de esa política, en la medida en la que lo hicieron respecto a la debacle en Iraq, a pesar de que es obvio que los talibanes nunca serán derrotados mientras tengan una vasta zona montañosa en el interior en la cual establecer sus bases,. La presencia de tropas extranjeras fue siempre más popular en Afganistán que en Iraq. Los afganos sienten un profundo desprecio por sus señores de la guerra. Pero ninguna fuerza de ocupación extranjera sigue siendo popular durante mucho tiempo, particularmente si se basa en ataques aéreos mal dirigidos e involucrados en los combates. Esto es particularmente verdad si las tropas, en los hechos, no logran generar seguridad.

Mientras tanto, su presencia significa que los combatientes talibanes pueden presentarse como patriotas que luchan por su país y su fe.

El derrocamiento de los talibanes en 2001 nunca fue lo que parecía. Poco después de que renunciaran a la lucha, conduje de Kabul a Kandahar por una de las carreteras peor construidas del mundo. Los talibanes estaban cambiando hábilmente de lado o yéndose a casa mientras se elaboraban acuerdos locales. Las víctimas de ambos lados eran felizmente bajas. En la antigua ciudad de Ghazni un acuerdo al terminar el poder de los talibanes sólo fue retrasado por un desacuerdo sobre cuantos coches del gobierno podrían conservar. En una aldea afuera de Kandahar pregunté a un dirigente local si podía juntar a algunos ex talibanes para que me reuniera con ellos y en media hora la casa de huéspedes se llenó de combatientes seguros de sí mismos y de aspecto peligroso. Pensé que no les costaría mucho volver a la escena.

Sin embargo, no hubieran podido hacerlo sin los disparates de la Casa Blanca y del Pentágono. Al invadir Iraq, convencieron al general Musharaf que era seguro dar de nuevo apoyo a los talibanes. Había suficientes tropas extranjeras en Afganistán como para deslegitimar al gobierno afgano, pero no suficientes como para derrotar a sus enemigos. La persecución de los combatientes talibanes por el interior, año tras año, sólo llevaría a una expansión de la insurgencia.

Las conversaciones en Arabia Saudí están lejos de ser negociaciones pero son una señal de que el actual callejón sin salida podría estar comenzando a abrirse. La admisión abierta del general Carleton-Smith de que no puede haber una victoria militar categórica también muestra realismo. La mejor ruta para Gran Bretaña y EE.UU. en Afganistán es tener objetivos modestos y alcanzables, combinados con el reconocimiento de que en su lucha por la supervivencia el gobierno afgano debe librar y ganar sus propias batallas.

*Publicado en CounterPunch. Traducido para Rebelión por Germán Leyens.

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