Una crisis que desnuda a Chile

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Wilson Tapia Villalobos*

Dicen que las crisis son oportunidades. Comparto la aseveración. Pero agrego que son oportunidades para quienes están en condiciones de aprovecharlas creándose posiciones sólidas para remontar la corriente o para aquellos que tienen conocimientos bien o mal habidos. En fin, para los que pueden encontrar lo que esconde el momento histórico.

O sea, los que manejan el poder económico y para alguno que otro avispado cercano al sector. Los que pagan el pato son las clases medias y los pobres, obviamente. O sea, una inmensa mayoría.

Pero hay otra oportunidad que traen las crisis y que es no es desdeñable. Permiten dejar al desnudo, empelotar al sistema. Como el miedo es tan poderoso como el sexo o la culpa, todos empiezan a pensar en términos económicos. Y ya no basta ni la moledora de carne consumista ni el fascismo del entretenimiento del que habla Meter Sloterdjik. La gente está asustada y deja de endeudarse para comprar.

Puede que las ofertas logren convencerlo y recaiga. Pero será con culpa. Con la tremenda sospecha de que pagará muy caro su momento de debilidad. Y eso, desde la perspectiva de un lego en materia económica, es lo que lleva a la recesión.

Ahora, uno se pregunta ¿por qué quienes manejan el poder crean tales fantasmas si les dañarán el bolsillo? Pues porque no se lo dañarán. Allí funcionará la crisis como oportunidad. Sacarán más ventajas comprando barato, si se dedican al comercio o pagando menos por la mano de obra, si es que producen, o especulando firmemente asentados en información acerca de donde pondrá la plata el Estado para reflotar el barco que hace agua.

El senador Nelson Ávila dijo recientemente que la economía chilena, en los últimos 18 años, creció 5 y pico por ciento. El cinco fue para los ricos y el pico para la clase media y los trabajadores. El juego de palabras de Ávila es hasta escandaloso en Chile. Al menos produce risas algo culposas. El pico aquí es sinónimo de pene. Y por eso, una familia muy connotada cambió su apellido y lo acentuó Picó.

Pero Ávila tenía razón en lo dicho con su qué. La parte importante del crecimiento económico ha ido a enriquecer más a los más ricos. Chile es hoy una de las diez economías que peor reparte la riqueza en el mundo. Los más pobres (13% de la población) siguen padeciendo condiciones miserables, pese a las ayudas sociales entregadas por entidades estatales. La clase media se ha empobrecido y los pobres que están por sobre la línea de la pobreza más dura, ven con terror la amenaza de la pérdida del empleo.

Es una realidad dramática, pero es una realidad que trajo el sistema, no la crisis. Ésta sólo marcó con un destacador más grueso lo que ocurre. Pero nadie parece querer comprender que estos son los últimos estertores del sistema.

Quienes se benefician económicamente o desde el poder político, actúan como si todo estuviera bajo control. Y mantienen la pelea chica. El mirar hasta el drama del hambre, la destrucción de la autoestima que provoca el desempleo, sacando cuentas electorales. Ya las voces de condena se han levantado para estigmatizar al gobierno porque pretende impulsar programas de empleo fiscales para aminorar el efecto de los despidos masivos. Reclaman que esos dineros deberían ir a los privados.

O sea, mantener al Estado como un ente subsidiario. Como si no estuviera claro que la gran responsable de la crisis actual es la avaricia, la codicia de privados.

Es lo que ha quitado crédito a la democracia. Esta autocomplacencia que no permite ver lo que ocurre en realidad. Y menos escuchar a quienes se lo quieren decir. Para los jóvenes hay escasas posibilidades. Si usted va a una reunión social, a un modesto cóctel, se encontrará con que los mozos son muchachos universitarios. Igual cosa ocurre con buena parte de meseros de restaurantes y dependientes de tiendas.

Antes, esos eran puestos a que podían acceder personas con menos preparación. Y no es que allí esté la solución de los problemas económicos de los estudiantes. Por un turno de 7 horas, en una tienda de Patronato se pagan $ 4.000. Si a eso se descuentan sólo $ 800 de locomoción y una modesta colación de $ 1.500, el trabajador termina ganando $ 1.700 diarios. Y, por supuesto, no es un trabajo de semana corrida.

¡Ah, perdón, no es sólo eso! El empleado también gana una comisión de 1% sobre lo que vende. Para decirlo más claramente, por cada $ 100.000, le quedan $ 1.000 para el bolsillo. ¿Estos son los empleos que desean estimular quienes desde la derecha critican las medidas del Gobierno?

La crisis ha permitido que veamos la realidad desnuda. Viéndola así, es posible comprender el descrédito de la democracia. Un sistema de convivencia sometido a los dictados del neoliberalismo, que trae consigo este capitalismo salvaje. Y la respuesta superestructural es aumentar la presión del entretenimiento, del efecto de demostración que lleva al consumismo. O construir nuevas cárceles para los que no está contento con ganar $ 1.700 diarios, de vez en cuando.
   
Es posible que Chile esté muy bien blindado para superar esta crisis. Ojalá. Pero las partes pudendas que está mostrando no son precisamente atractivas.

* Periodista.
 

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