A cinco años de la partida de Daniel Viglietti: lo homérico de un canto esdrújulo
Fue en mi adolescencia cuando cayó en mis manos el casete Pongo en tus manos abiertas de Víctor Jara –álbum publicado originalmente por el sello Jota Jota de las Juventudes Comunistas de Chile en 1969–, en una reedición de 1997 al cuidado del sello Alerce. Junto con la clásica canción “Te recuerdo Amanda” y aquel maravilloso homenaje al precursor del comunismo chileno “A Luis Emilio Recabarren”, otras dos piezas captaron mi atención: “A desalambrar” –segunda de la cara A– y “Cruz de luz [o ‘Camilo Torres’]” –primera de la cara B–. Paso seguido: revisé la carátula y me llevé una gran sorpresa en ambas reseñas: “Escrita por: Daniel Viglietti”.
A las pocas semanas, tras ardua búsqueda de “cosas del uruguayo”, un amigo me sorprendió con un cd pirata: Trabajo de hormiga, correspondiente al concierto de Viglietti en el Luna Park, en Buenos Aires, publicado en 1984. Me cautivaron: “Milonga de andar lejos”, “Soledad Barret” –que de paso me abrió las puertas a la vida del viejo anarquista paraguayo Rafael–, “Canción nueva” y “Otra voz canta” –poema desgarrador de Cirse Maia–. ¡Así don Daniel entró en mi vida!
Se trata cósmicos de ser más fértiles,
de no ser tímidos, de ser más trópicos,
de ir a lo pálido, volverlo térmico,
sentirse prójimo de lo más lúdico,
con verdes lápices trazar el ámbito
de lo que mágico rompe los límites,
buscar lo hidráulico de lo volcánico,
librar la métrica, cambiar de sílabas.
Tras escuchar y escuchar y escuchar a Viglietti, ya rendido ante la atmósfera envolvente del disco Esdrújulo (1993) –que me enseñó mi buen amigo y guitarrista Gastón Barril–, cuyas canciones “Mucho, poquito y nada” y “Cuántos quiénes” decían exactamente lo que yo deseaba decir entonces, otra vez de manera inesperada y bendita me sorprendía el autor: llegaba a Santiago de Chile para cantarle a Salvador Allende.
“El sueño existe” se llamó el concierto con que, durante dos noches, se realizó un más que merecido homenaje al “compañero Presidente”. Ante más de 80 mil personas congregadas en el Estadio Nacional, don Daniel, guitarra en mano, manifestó: “Siempre al comienzo tenemos que afinar… como en todas las tareas de la vida hay que empezar afinando, y con el frío la guitarra se desafina. Pero, ¿el corazón se desafina? El corazón no se desafina, porque el corazón es Allende. El mismo nombre del ‘compañero Presidente’ es una clave: ‘Salvador Allende’… ‘Allende’: más allá”. Esa noche del 5 de septiembre de 2003, la primera vez que le vi en directo, recuerdo que cantó “Por todo Chile” –leyendo los versos de Mario Benedetti– y “Otra voz canta”.
Y con elásticas formas anárquicas
tocar lo afónico que suene homérico,
fundar metáforas, crear la hipótesis
de que lo asmático se vuelva oxígeno.
Situar la brújula al sur paupérrimo,
armar las síncopas contra los déspotas,
cambiar la tónica por una séptima,
tocar en triángulo sones esféricos.
Con el tiempo se sucedieron numerosas idas y venidas a recitales de don Daniel en Chile y en Cuba, por ejemplo, en la Sala Che Guevara de la Casa de las Américas –donde ayudó en la restauración del archivo fonográfico– y en la Tribuna Antiimperialista de La Habana, donde, un 2 de diciembre de 2006, festejó el cumpleaños 80 de Fidel con sus “Milonga de andar lejos”, “Canción para mi América”, “Otra voz canta” y “A desalambrar”. Al tiempo que pronunciaba: “Traigo un abrazo muy fuerte de nuestro Uruguay para el compañero Fidel. Como diría Mario Benedetti: ‘Gracias por el fuego, Fidel’. Y gracias por habernos enseñado a ser más y más solidarios”.
Y a los dogmáticos tan poco orgásmicos,
casi ni eróticos de ser tan púdicos,
a esos acríticos de sesgo andrógino
decirles “gélidos, no sean retrógrados”.
Y con armónicos cantar bien nítido
contra lo frígido luchando tórridos,
con armas múltiples llamando cálidos
fondos oceánicos de lo más lúbrico.
Una tarde mágica, sin dudas, fue la del 19 de agosto de 2011. Estando en una escuelita donde ejercía como profesor de Historia recibí el inesperado llamado de un amigo que me dijo: “En unas horas tocará Viglietti gratis en la Universidad de Concepción”. Era de no creer. El movimiento estudiantil llevaba meses en paro, y tanto las escuelas como las universidades estaban tomadas. En unas cuantas habían cortado el agua y la luz, con motivo de presionar, tensionar y desalojar a las y los estudiantes.
Al llegar a la Biblioteca Central de la Universidad vimos –con mi amigo Gastón– que don Daniel bajaba de un taxi. No había nadie más en esa área del desierto campus tomado. Fuimos a recibirle, él cargando el estuche con la guitarra. Nos sentamos a conversar y le llevamos al supuesto local del concierto, un gimnasio del Departamento de Educación Física de la Facultad de Educación. Le habilitamos una salita detrás de una improvisada tarima, y mientras llegaban las y los estudiantes –la convocatoria se hizo en poquísimas horas, de voz en voz– tomamos un café, hablamos de la película “Habanastation” y de un canturreo que había tenido la noche anterior junto a Payo Grondona en Valparaíso.
De pronto Viglietti se confesó. Nos comentó que no había agendado ni preparado con antelación la presentación, que solo anhelaba visitar la Universidad tomada y poder compartirle algunas de sus canciones a las y los estudiantes. Inmediatamente sacó un cuaderno con un cancionero y nos dijo: “¿Qué les puedo cantar? ¿Qué creen que les pueda gustar?”. Nos pusimos manos a la obra y –plenos de emoción– comenzamos a “armar” el repertorio a seis manos. Mientras le proponíamos visitar sus obras a Allende, a Tati, a Violeta, él nos sorprendía con la propuesta de “Vamos estudiantes”. Algunas que le pedimos las recordaba a la perfección, otras no y quedaron fuera del programa. En mi memoria están los cientos de muchachitos y muchachitas sentados en el suelo y don Daniel guitacanturreándoles: “El diablo en el paraíso” –de Violeta Parra–, “Las agujas de un reloj” y “El Chueco Maciel”.
Sus palabras iniciales fueron: “Buenas noches a todos. Aquí decir buenas noches parece decir buen día, de tanta luz que han diseminado los jóvenes a través de Chile”. ¡Era el cantor de propuesta de cuerpo entero!
El ritmo cíclico del vals esdrújulo
es cual la sístole que va a la diástole,
todo cardíaco de andar eufórico,
nada presbítero, más bien sacrílego.
Amando nínfulas que sueña grávidas,
el vals acróbata cruza los vértices
llamando gráciles criaturas prístinas,
seres prolíficos de lo aún inédito.
Octubre de 2017, aniversario 50 de la muerte del Che y sus compañeros en Bolivia. Otro buen amigo, Enrique Claros, me comentó que ayudaría en la agenda artística en Vallegrande y que “le tocaría” atender a don Daniel.
Aunque no lograba llegar al lugar de los actos, pedí a Enrique: “Ve de que Viglietti me conceda una entrevista en Santa Cruz, por favor. Si me confirmas, tomo un avión de inmediato para allá”. Y así fue.
En Santa Cruz reservé una habitación junto a ellos, de modo que el día se nos fue entre un almuerzo en un rico restaurante de pescados amazónicos e inacabables pláticas. Dedicamos parte de la tarde a una completísima y larga entrevista biográfica, aún inédita [1].
A la noche fuimos con su esposa, Lourdes Villafaña, por algo de comida, mientras don Daniel se paseaba feliz alabando a Luis Suárez, quien había anotado dos goles en la jornada de eliminatoria mundialera en que Uruguay vencía a Bolivia 4-2. Por cierto, ya nos había dicho cuánto hinchaba por Peñarol, y que sus amigos Eduardo Galeano y Benedetti eran fanáticos de Nacional.
Y a los arácnidos volverlos líricos
y a sus ejércitos juzgarlos rápido
mediante un árbitro de juicio ecuánime
que encierre en cárceles impunes pérfidos.
Y los políticos de gesto tránsfuga,
los impertérritos, los siempre cómplices
caerán patéticos en lo espasmódico
cuando lo enérgico les corte el tránsito.
La mentada entrevista se extendió por más de una hora y media, viajando a la infancia de don Daniel para hablar de sus padres, de su formación musical, de los procesos creativos en el arte, del panfleto y de lo que él llamaba “canción de propuesta” –en abierta distancia a la estrechez del término “canción de protesta”–, del Che, de Sendic, del “Gitano” Rodríguez y de Matilde Casazola, y hasta del famoso “Chueco Maciel”, entre otros muchísimos asuntos.
En un instante me miró sonriente y me dijo: “Seguiré respondiendo porque veo que estudiaste para esto”. Llevaba conmigo, como base, el libro biográfico que hiciera Mario Benedetti: Daniel Viglietti, desalambrando. Así, después de tomar el texto en sus manos, escribió: “A Javier Larraín, que con la pluma le hace preguntas al canto. Salú! Daniel Viglietti 11/oct. 2017”.
Con lo poético del vals arrítmico,
que está en lo crítico de sus propósitos,
no pueden síncopes ni golpes fúnebres,
ni es por patíbulos que quede acéfalo.
Ni es por trifásicas que olvide históricas
luchas titánicas por lo inalámbrico,
por lo que ubérrimo se alza eufórico
y anuncia próximos cambios históricos.
En un paréntesis del diálogo quise viajar a la raíz de toda esta historia y, cuando hablábamos de las diferencias entre el guevarismo y el comunismo prosoviético y la repercusión que tuvo esto en el movimiento de la Nueva Canción Latinoamericana, le pregunté por Víctor Jara –destacado militante del Partido Comunista de Chile–, obteniendo por respuesta: “Me escribió en un momento que quería cantar dos canciones mías, y le dije: ‘Víctor, por favor, no tienes que pedir autorización’. Pero tuvo esa delicadeza, grabó ‘A desalambrar’ y ‘Cruz de luz’, la canción dedicada a Camilo Torres. Después nos encontramos en Cuba, en medio de foros de discusión de la época, pero ya no lo vi más. Cuando fui a cantar a Perú él había pasado hacía poco por ahí, fue el año 1973”.
Cuando el pobrísimo tome las cúpulas
y los famélicos tomen las Áfricas
y los indígenas tierra amazónica
y los mecánicos tomen las fábricas
y los utópicos salgan del prólogo
y los daltónicos pinten lo nítido
y los chuequísimos bailen de júbilo
ya lo terrícola será libérrimo
cual ritmo cíclico de un canto esdrújulo.
Durante la madrugada del jueves 12 de octubre con Enrique fuimos a despedir a Viglietti y a Lourdes al Aeropuerto Internacional Viru Viru, iban rumbo a Chile. Cuando hacían los chequeos de rigor don Daniel me pidió que le consiguiera el número de teléfono del trovador chileno Francisco Villa, deseaba verlo.
A los pocos días leí en un periódico digital que don Daniel había visitado el Museo Violeta Parra en el centro de Santiago. Y el historiador Marco Álvarez me escribía luego para comentarme que en la presentación de su más reciente libro, Tati Allende. Una revolucionaria olvidada, había irrumpido sorpresivamente Viglietti pidiendo cantar “El otro rostro”, tema dedicado a Beatriz Allende, Haydée Santamaría, Violeta Parra y Vladimir Maiakovski.
La noticia de su muerte me llegó al alma. Y revisé apresuradamente la grabación con la última preguntita que le hice a don Daniel:
“–Después de casi seis décadas de trayectoria, ¿siente que su obra ‘ha quedado en la casa roja de algún corazón’? Por último, ¿por qué se canta?
–Si esas seis décadas fueran de edad, estaría contento. ¿Por qué se canta? Te contestaría con un poema de Mario Bendetti que me parece da respuesta a tu pregunta. Le pido ayuda a Mario y su poema ‘Por qué cantamos’, ahí me parece que hay una explicación fantástica del porqué.
En cuanto a la primera cita –que es de una canción mía, ‘Cuántos quiénes’–, espero haber podido quedar un poquito en el corazón de la gente».
* Profesor de Historia y Geografía. Breve extracto de esta entrevista fue publicado en la revista Correo del Alba Nro. 69, noviembre-diciembre, 2017, con el título: “Espero haber podido quedar un poquito en el corazón de la gente”.