A LOS PESCADORES DE RETA

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Sin embargo la batalla por la supervivencia no ha terminado. Algunos combaten con un arsenal de hechos, datos, cifras; intentan horadar la coraza ambiciosa de quienes tras los gobiernos de turno manipulan la cetrería de la muerte –en el cielo– y las redes que arrasan –en la mar–: ser ambientalista ya no causa burla, preocupa. Pronto serán perseguidos.

Poeta y periodista Gabriel Impaglione (1958), como sin advertirlo, escribe un texto tan dulce como amargo: quizá perteneciente al último costumbrismo antes de la hecatombe. Escribe a los pescadores de un pueblo pequeño, ajeno a las modas, de la costa atlántica de la Argentina.

No es su único poema. A su haber Echarle pájaros al Mundo (Ediciones Panorama, Buenos Aires, 1994); Breviario de Cartografía Mágica (El Taller del Poeta, Galicia, 2002); Poemas Quietos (Antolología, Editorial Mizares, Barcelona, 2002); Poemas en e-book: Todas las voces una voz (Universidad de Educación a Distancia, Madrid, 2002); Bagdad y otros poemas (El Taller del Poeta, Galicia, 2003); Letrarios de Utópolis (Linajes Editores, México, 2004). Integra la antología Canto a un Prisionero, Editorial Poetas Antiimperialistas, Canadá, 2005.

Colabora incansablemente en publicaciones gráficas y electrónicas de su país y Europa.

A los pescadores de Reta

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Fue tarde entonces cuando estrené los brazos.
Cuando recibí barba y bandera
las orillas estiraban
su soliloquio entre los pájaros
y no había sino huecos espumosos
en el lugar donde se multiplicaron las barcazas.
Quién sabe dónde las redes,
en qué graves mareas se hundieron los oficios.

Llegaban cegando la luz horizontal
del crepúsculo
cargados de plata refulgente,
agotados y sonrientes bajo sus sombreros.
Victoriosos burladores de arcanos marinos
llegaban a la costa montando las rompientes,
blandiendo sus puños mordidos por las cuerdas.

Allí latían revelaciones de ultramar,
se narraba la gran ciudad del agua y el salitre,
comenzaba la contabilidad pieza por pieza
de mano en mano, centavo a centavo.
Se le cantaba al cardumen como al sol o al aire.

Llegué tarde al vértigo del oleaje,
al perfume exacto de la rosa de los vientos.
Allí, de pie, en otro siglo de huellas descalzas
tan sólo un roído barco hundido en la arena
y lejos la estela de los pesqueros invisibles
sobre cuya ruta aún trazan su círculo las gaviotas.

De vez en cuando un viejo pescador emerje
vestido de algas, de peces de relámpago,
y desata los nudos marineros de los vientos
mientras un niño, calladamente alegre
rompe el límite del agua con la risa.

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Se utilizó como imagen de apertura un óleo de la artista chilena María Inés Carod.

Correo electrónico del poeta: impaglioneg@yahoo.es

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