¿A qué se parece la muerte?

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Lagos Nilsson.

En las guerras de antaño la muerte se miraba a los ojos, te quitaban la vida o apagabas la luz de frente; era espantoso, pero poseía al fin y al cabo una dimensión animal susceptible de ser medida. Como la caza por subsistencia: un equilibrio, un engarce más entre los muchos eslabones de la cadena de la vida. Pero la muerte, el hecho de matar, se distanció…

La lanza, el arco y la flecha, las catapultas en el lejano comienzo de la tecnología, aunque no separaban definitivamente ni por mucha distancia al matador del matado, en algún sentido prepararon a la especie (nuestra especie) para formas superiores de asesinato —que advendrían en España, primero, y en Europa después allá por el siglo XII de la era cristiana.

Primero fueron los cañones en las batallas entre cristianos y musulmanes en la península ibérica, luego —uno o dos siglos después— mosquetes y arcabuces. Y después pistolas, y luego escopetas, y carabinas, y fusiles, y revólveres, y ametralladoras, y metralletas, y armas automáticas, y de asalto; éstas últimas permiten volver al pasado si se les adosa una bayoneta: ah, volver a matar, oler y mancharse con la sangre del muerto… recibir la herencia, dejar un legado.

Y luego los vehículos blindados, ruidosos semovientes del horror; y los aeroplanos y sus nietos, los misiles, y los satélites… La muerte industrializada y a gran escala. Batallas que se ven en monitores a todo color, pronto en tres dimensiones la imagen y con sonido estereofónico. La perfección de matar, aunque no siempre se quite la vida a la víctima correcta: daños colaterales.

Con los que quería hermanitos menores Francisco de Asís sucede algo parecido. Se los cazaba con lazo, con anzuelo, con garrote, con puñal, con flecha; se les tendían trampas o se los enfrentaba. Se los mataba para no morir: la necesidad de proteínas de primera, de grasa, de cuero, de sus pieles, de sus plumas, de sus huesos. Y se los convertías en tótem y sus cualidades —velocidad, oído, ferocidad, resistencia, belleza…— se volvían las del clan.

No se los masacraba, eran muertes que quedaban como en familia. Y la especie (humana) sobrevivía con lo justo y los rituales de lo justo. La muerte como ceremonia.

Ya no. La sociedad es como el piloto "de combate" (¿qué combate?, el combate presupone un ceremonial de respeto antes de la agresión y la igualdad de los combatientes) que ametralla desde la altura o desde lejos suelta sus perros electrónicos sobre grupos y humanos que jamás verá, como el comandante de un submarino que puede quemar la superficie sin haberla siquiera visto, como el general manda torturar desde su despacho, en fin.

Salvo los muy ricos, que cazan por egolatría, nadie toma sobre su alma el precio de la presa; no hay ritos, a nadie ni a nada se agradece por esa carne, se paga el precio por el corte y ya. La hermana vaca, tan hermosa cuando se la ve pastar desde la ventana del tren, es destazada anónimamente, el hermano pejerrey capturado por millares. Y no hablemos de vegetales —que también son criaturas y están vivos.

La especie humana industrializó sin asco y sin vergüenza la muerte de otras especies; cría otras especies para liquidarlas —o las liquida por eso de la biotecnología—: lo hizo porque era necesario que viviéramos mejor. Sólo que no vivimos mejor. Nada mejor si contabilizamos el futuro posible. Si viviéramos mejor, ¿habría quienes desde la más absoluta racionalidad claman por un alto antes de destruir la casa de todos?

Las imágenes que dan sentido al texto, todas ellas, capturan representantes de vida humana y no humana en peligro cierto, irredargüible y no lejano. Si los pelícanos lo dejan indiferente se reirá entonces de esos pies de uñas pintadas, que no son los azulosos de frío que entrevió Gabriela, pero están igualmente atrapados en esta danza de la desaparición que pocos —estoy seguro— quieren danzar.

Las imágenes, captadas este mes de junio, son todas de la costa del estado de Luisiana, EEUU. Puede que esté pronta la hora de colgar a los maestros de la danza.

Nada puede ser peor que lo que nos espera si no se detiene la música que tocan.
 

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