Ajuste político en Cuba: permítanme discrepar

Guillermo Almeyra*
 
Los recientes cambios gubernamentales en Cuba presentan dos tipos de problemas: los de fondo y los de forma. Más centralización, más institucionalización, más decisiones desde el vértice, desde el poder, más economía de guerra, ha sido la consigna.

En cuanto a los primeros –lo de fondo–, nadie en el campo oficial, y ni Raúl ni Fidel Castro, ha tenido en consideración la necesidad de practicar una economía alternativa a la actual, que está basada en las reglas que dicta el mercado y, por consiguiente, en la necesidad de utilizar como forma económica la democracia directa y la autogestión, o sea: la participación activa en la adopción de las decisiones y en la aplicación de las mismas de los ciudadanos-productores cubanos.

Más centralización, más institucionalización, más decisiones desde el vértice, desde el poder, más economía de guerra, ha sido la consigna, e incluso los cambios de Pérez Roque y de Lage han sido efectuados en el nombre del funcionamiento de las instituciones, en crítica implícita al voluntarismo que caracterizó tanto a los que aparecían como hombres de Fidel como a Fidel mismo.

Se abre así una especie de camino cubano a la vía china… que todos sabemos adónde condujo. O sea, a un poder fuerte basado en el partido único monolítico que trata de pilotar una apertura pragmática al mercado capitalista para modernizar la economía del país, aumentar la productividad de los trabajadores y reducir los costos de los productos, sin tener demasiado en cuenta las consecuencias sociales.

Pero Cuba no es China: tiene una población escasa, de alto nivel cultural pero de bajo crecimiento demográfico, y una escasa productividad histórica. Además, no tiene la posibilidad de recurrir a inmensas masas de capitales venidos del exterior porque su mercado interno es muy reducido y no hay en el exterior una fuerte y rica burguesía cubana nacionalista dispuesta a invertir en la isla; por si esto fuera poco, la escasez relativa de jóvenes hace cara la mano de obra, los cubanos no aceptan cualquier cosa pues la revolución les enseñó a protestar y exigir y, sobre todo, Cuba no puede aplicar la receta china en medio de una terrible crisis mundial que se agravará.

Eso en cuanto al fondo: en vez de democratizar el país y de abrir la vía a un gobierno planificado desde abajo por el poder de los consejos de trabajadores, reduciendo el papel del aparato burocrático estatal, el establishment cubano prefirió intentar la utopía de racionalizar la burocracia y darle eficacia a la arbitrariedad y el despilfarro propios de todo sistema verticalista.

Además, discrepo igualmente en lo que se refiere a la forma.

¿Por qué no se informó y se discutió con los cubanos de a pie lo que estaba pasando en el aparato? ¿Por qué no se discutieron abiertamente los méritos y defectos de cada dirigente y, en cambio, se prefirió presentar hechos consumados, sin explicarlos y en la oscuridad tan característica de la prensa oficial que teme el pensamiento crítico y subestima la capacidad de comprensión de los trabajadores?

Si el canciller y el vicepresidente del Consejo de Ministros fueron indisciplinados y poco institucionales, como sugiere el comunicado, ¿cuál es la responsabilidad de sus colegas dirigentes, empezando por Fidel y Raúl? Si para el comunicado eran compañeros y siguieron ocupando altos cargos (en el Buró Político, el Comité Central y el gobierno) hasta que renunciaron con lamentables autocríticas de tipo estalinista, reconociendo todos sus errores que ni siquiera mencionan, ¿por qué Fidel Castro, a cuyo lado trabajaron por muchos años, dice que eran ambiciosos e indignos, cebados en las mieles del poder y proclives a ser utilizados por el enemigo?

¿Raúl y la dirección política y estatal califican de compañeros y dan responsabilidades a indignos y potencialmente traidores como sugiere Fidel, o éste utiliza sus declaraciones como torpedos contra otra línea, la triunfante?

¿No fue un gafe sino una maniobra interna el arrojarle a Michelle Bachelet la reivindicación de la salida al mar para Bolivia cuando el gobierno cubano callaba al respecto para aprovechar la visita de la presidenta chilena para afianzar su retorno al concierto de los países latinoamericanos?

¿La furia fuera de lugar que empapa las declaraciones de Fidel no es una manifestación de senilidad sino una cobertura para un torpedo político destinado a impedir un modus vivendi entre las diversas facciones burocráticas, la vencedora, la militar burocrática centralista, y la perdedora?

¿Qué tendría que ver esa fronda en el aparato con una batalla por las ideas, o sea, con la educación moral y política socialista? (que ahora Raúl ha dejado en manos del ex jefe de policía Ramiro Valdés).

¿Qué discutieron con Hugo Chávez? ¿La posibilidad de que Venezuela pueda verse obligada a reducir su ayuda a Cuba ante la caída del precio del petróleo y la necesidad, por consiguiente, de que Cuba tome desde ya medidas económicas?

¿Por qué no informar, no discutir abiertamente las perspectivas y las tareas, sobre todo en un periodo de preparación del congreso del partido y de reorganización del aparato del Estado?

¿Los linchamientos morales de los dirigentes que siempre responden a organismos colectivos y están controlados por éstos no son acaso un golpe a la ética y al respeto a los militantes?

El socialismo no se puede escindir de la democracia y ésta exige libertad de información, plena discusión de ideas y propuestas. El secreto burocrático abre el flanco al enemigo y a éste sirven también los que dicen sí a todo lo que viene del Olimpo estatal y están dispuestos a escupir hoy sobre quienes hasta ayer consideraban sus dirigentes. Particularmente en las épocas difíciles es criminal confundir, desinformar y despolitizar a quienes deberán superar las dificultades con su creatividad, su comprensión, su esfuerzo.

* Historiador, académico (UNAM), ensayista.
Artículo publicado originalmente en La Jornada de México.

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