Alberto Boco / Manhattan Song, algunas reflexiones

A mediados de 2010 la editorial El final de la noche publicó en Buenos Aires el poemario Manhattan Song, del poeta Luis Benítez. La obra —en formato papel y como libro electrónico— también puede leerse gratuitamente desde la página de la editorial: El fin de la noche. Las que siguen son las conclusiones que el poeta argentino Alberto Boco extrajo de su lectura.

Dejo a Sísifo al pie de la montaña. Se vuelve a encontrar siempre su carga. Pero Sísifo enseña la fidelidad superior que niega a los dioses y levanta las rocas. Él también juzga que todo está bien. Este universo en adelante sin amo no le parece estéril ni fútil. Cada uno de los granos de esta piedra, cada trozo mineral de esta montaña llena de oscuridad forma por sí solo un mundo. El esfuerzo mismo para llegar a las cimas basta para llenar un corazón de hombre. Hay que imaginarse a Sísifo dichoso.
Albert Camus

El tiempo se alimenta de tiempo.
Luis Benítez

Canta el ciego sobre cuya existencia tanto discutieron vanamente. Allá cantaba, canta “entre unos cobertizos con pilas de basura…” también aquí, a la Manhattan que a su vez Luis Benítez canta, que cantó hace casi 20 años, que alguien cantará con otros nombres interminablemente porque el ciego, como Benítez, saben que la poesía, también canto, no tiene tema. Siempre cantará.

No tiene tema porque es un decir que diciendo crea lo que dice. Tampoco necesita del tiempo, que se destila, como todos sus licores, en el propio alambique de la palabra, la que dice, siempre, otra cosa para poder ser otra y renovarse y así crearse a sí misma en su música y con ella crear todo lo que nombra y renombrar todo lo que existe.

Por eso los poetas (casi digo verdaderos) parecen embozar una especie de sonrisa, por eso el ciego ríe, reía, no importa si existe o no, si existió alguna vez, el poema lo nombra y eso es suficiente para que su existencia sea más real que cualquier discusión sobre la existencia física, ese sueño.

“Alguien orina y se ríe”, dice Benítez en el primer poema de Manhattan Song y “ama dos cosas…(y nombra tres porque la poesía tiene su propia matemática, porque sus reglas aquí se reconfiguran) “…los enigmas, las paradojas y los juegos de palabras”. Benítez ríe.

Cualquier cosa menos un zonzo Platón, que desconfiaba de los poetas. 

Entonces la poesía hace posible y alumbra que “… la palabra cazador aguarda inmemorial / El imposible paso de la palabra ciervo”.

Esto apenas para empezar MS, el canto épico que condensa y sintetiza en la forma “ciudad” el occidente como tragedia, como comedia y también como farsa.

El poeta denuncia su inteligencia cuando se sabe mirada poderosa y sustancia vulnerable, por eso la ironía, otra condensación que combina la trama compleja donde subyace la lucidez y su infaltable compañera, la desesperanza, la necesaria para que podamos llegar a imaginar a Sísifo feliz. “La alegría es un deber como cualquier otro”. “La nobleza es una cuestión de la imaginación. Hace la vida / Más llevadera desde el desayuno hasta la cena” y entre la cacería de osos polares los adustos cazadores, la ballena extinguiéndose como si Ahab hubiera encarnado en buque factoría y terminara engullendo en amor/odio a su criatura, metonimia de la especie.

Así habla Benítez del amor en esos días de la escritura de MS en que un siglo concluye y se inaugura la era del presente indefinido (¿hubo alguna vez otra cosa?) donde el amor es una más de las parodias de la época. El amor: “Aquí el amor es cuestión de exactitud” … “El amor, esa Cosa, esa porquería que insiste”.

No hay decadencia si no existe una idea de que alguna grandeza existió. El poema Japanese food nos remite a lo evidente de una decadencia, pero en la única forma concebible por esta sociedad: la de un decaer individual, visión paradigmática de la época. El poema nos lo dice con su tristeza, serena, con la ironía como herramienta para desdramatizar.

Pareciera no haber una decadencia sino un perpetuo declive, imperceptible pero firme mientras la música del Titanic sigue animando la fiesta. El poeta sabe de los traviesos témpanos y las fechorías del azar, llama a la consciencia y suplica “Perdámoslo todo de una vez/ Ganemos en desolación”, una suerte de “basta” a la dulzona entropía de la estupidez.
Parece que “lo otro”, lo que denuncia el poeta “…espanta a los hombres desde el primer llamado”

Lo pequeño y lo grande con igual valor, tierra siempre fértil, nos dice Benítez:

“Cuando la tomamos demasiado en serio / La poesía empieza a tomarnos en broma”

El insecto y la ballena, el río, ese poema que son todos los ríos, como el “del primer canto”, siempre “otras orillas”, …”otros nombres…” “… viejo Hudson de la mente” la piedra y el pulsar que todo lo devora y siempre, al decir de Elytis “el mundo, siempre… el pequeño el grande”.

5.- Épicas contemporáneas

Ahora la épica y ésta épica, este libro… desde la perspectiva de las ciudades, como un acontecer por fuera del tiempo, pero “en sincronía” como le dice Benítez a Erasmo de Rotterdam, como un topos que permanece invariante mientras muta sin cesar y en ese mutar nos va llevando puestos: ésta es la épica de MS, por eso tal vez Erasmo como interlocutor y destinatario, un curioso, un corazón inquieto y libre contra todo miedo, mutante y mutador, impugnando las formas abusivas de la autoridad, y ese otra “inquietud” en el corazón de su época, Pico de la Mirándola, políglota y burlón, imaginado en la poderosa borrachera, ese poema colosal.

¿Son estos receptores de una “zona” de MS, también el topos mutante y fijo del poeta, su oxímoron?

En esta región, elevándose  “…seguro de sí mismo/De unas resquebrajadas páginas triunfantes/ Como nosotros sobre el tiempo/  aunque sea por un rato, de momento”, el ojo del poeta, su máquina de la mirada, poeta y poema con la omnivisión proveniente de muchos espacios y de muchos tiempos coexistiendo en su tiempo, como un hombre renacentista con su otra máquina, su pulsión, esa maquinita del conocer, acaso inútil pero imprescindible para hacer que las cosas en su voraz distancia quieran decir no sólo más cosas sino cosas otras que aquellas a las que han sido reducidas: el progresivo caer en la insignificancia en el páramo de la época.

Sospechamos aquí la única tarea fértil (aunque también inútil) que la poesía merece a esta altura de la velada. Por eso esta épica, más allá de su impecable valor poético, parecería ser una más que deseable aproximación. 
Están las cosas y nosotros, los que nos autodenominamos, los edidaxatos, término que clara y magistralmente alumbra Castoriadis en su Antropogenia y Creación. Está la distancia entre las cosas y nosotros, distancia que no es infinita, que si lo fuera sería tal vez numerable, al decir de los matemáticos, que es como el sueño de poder alcanzarlas nombrando.

No, no es infinita, es de algún otro orden de dislocación y nosotros, los animalitos de la palabra, los nombradores, los deinós (otra vez  Castoriadis, ese maestro) en la antropogenia de Sófocles,  llegamos a creer en la identidad entre la cosa y su nombre por el acto religioso de llamarlas. 

Y todavía sucede y sucederá, aunque hayamos descubierto eso que una cierta mística oriental denomina verdad interior y que con antiguos dibujitos nos da a entender que ahí no hay nada, un vacío, como en el poema Noveno Piso: Pent House del Garbo’s building donde, al final de una larga enumeración de objetos, inalcanzables ya dijimos, están  “El balcón, las plantas de tiesto y el vacío”

La poesía como épica contemporánea podría ser el único (¿último?) sueño de vigilia que no aspire a otra cosa que a instalarse en esa dislocación a la que le daría entidad por su mero estar ahí, construyendo y desmontando a la vez, en un juego serio, sin final, aquello que es lo más propio de la relación entre nosotros y las cosas que nombramos, en vano, para creer que podemos poseerlas, dominarlas. Mientras, la ironía (“La humana bendición es que unas horas / nos atormente sólo la duda entre un ropaje y otro”), la risa de dientes apretados, la borrachera de Pico de la Mirándola.

Por eso la incomodidad de la que hablábamos al principio, ese temblor en la piel por un viento de súbito frío en la tarde declinante, necesaria para leer esta Canción que nos fuerza a defender la permanencia de la astilla en su sitio.

Dijo un viejo loco que conocí hace mucho: “esto es un juego, pero en el nivel de lo más grave”; Sísifo feliz.

La salvedad es que se puede confundir gravedad y seriedad con solemnidad, pero ya se saben los riesgos como se sabe desde hace mucho que la estupidez y la entropía son irreversibles y no paran de crecer. La ironía, como en MS, en parte nos resguarda.

Hablamos apenas del movimiento de hacer posible una estrella que canta, la canción de su tiempo y la de todos los tiempos.

En algún lugar Albert Camus puso en papel que no hay nada más hermoso que un hombre y su orgullo en lucha contra lo adverso. Parafraseándolo podríamos decir que no hay nada más hermoso que un poeta y su talento, solo como las arañas, en lucha para instalar la poesía en ese otro orden imposible, en esa dislocación entre la lengua y las cosas. Una batalla perdida de antemano pero que el Poeta no puede ni quiere dejar de pelear. Otra vez. hay que imaginarse a Sísifo dichoso.

Epílogo:

Un poema de Benítez, que no está en MS, nos dice que él y su amigo Nick ven un elefante suelto en Nueva York, por las calles del Village. Lo ven con sorpresa, con ironía, incómodos en la mesa del bar siendo señalados por el fabuloso dedo de su trompa, sintiendo seguramente algo cercano al espanto, al anonadamiento de lo inesperado, a lo absurdo en la escena, esa metáfora. Es el efecto de lo que se sabe difícil de controlar, como esa doble pena de Nick por el retraso de su amigo el poeta, que lo ha dejado solo en la espera, un rato más con su propia pena.

Tal vez en el espacio que media entre esa espera y la imagen del elefante que Benítez nos deja, tengamos que abrazar a la épica contemporánea, una bestia suelta en las grandes calles de la época, que: “…nos miraba sin miedo como todas las cosas /que sonriendo repiten soy amigo del hombre…”. 
Mientras tanto “…gira en el espacio esta pelota de crímenes.”.
Y seguirá.

* Alberto Bocom, poeta (Buenos Aires,1949).
Obra: Arcas o Pequeñas Señales (Buenos Aires, 1986); Galería de Ecos (Bs. As., 1989); Ausentes con Aviso (Bs. As., 1997); Cartas para Beb (Bs. As., 2007) y Riachuelo (Bs. As., 2008).
 

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