Alberto Boco y la sombra dictatorial que padecimos

Es el poeta Alberto Boco quien con nosotros rememora sus vínculos de amistad con otros vates: José Luis Mangieri y Rubén Chihade, y quien, entre otros tópicos, evoca el contexto en el que al exiliado Juan Gelman pretendió trabársele, cuando Raúl Ricardo Alfonsín era Presidente de la Argentina, la visita a su país. 

 — Tu primer poemario acabo de leerlo por tercera vez, y el tercero, de 1997, acabo de leerlo por cuarta vez. Ambos aparecieron a través de una colección (“Todos bailan”) de un sello (Libros de Tierra Firme) cuyo responsable ha sido un editor y poeta de extensa trayectoria: José Luis Mangieri (1924-2008). ¿Quisieras referirnos cuál es tu recuerdo de él y en qué aspectos principalmente lo valorás?

 — Rolando, en principio te agradezco, tamaño esfuerzo de lectura el tuyo. Espero no te hayan resultado muy pesados esos dos textos. Efectivamente, ambos publicados por el recordado José Luis. Lo conocí en 1984, a poco de emerger de su largo exilio interior tras la sombra dictatorial que todos padecimos, en un encierro que no le debe haber sido fácil a un tipo activo y andariego como él. Fue en casa de viejos amigos. A partir de ahí, y desde que le llevé los originales de “Arcas o pequeñas señales”, se fue consolidando un vínculo, en su casa de la calle Mercedes, en largas charlas con mate o café, ginebra, empanadas, asados que rápidamente inventaba con el fácil expediente de “Albertito, ¿te quedás?…, ponemos un par de churrascos en la parrilla…” …, y yo…: “Dale, José Luis, cruzo a comprar un vino…”.

Con con Alfredo Palacio y Marcos Silber

Valoro su condición abierta, su generosidad, el sentido del humor, siempre irónico, su sencillez, su percepción para captar dónde había un texto poético de calidad entre todo lo que pasaba por sus manos, su irrenunciable militancia y su honestidad para sostener sus ideas (no sólo las políticas), su sentido de la hombría… ; y entre lo más destacado, el apoyo que brindó a la generación de poetas que emergieron después de la noche ‘76-83’, cuya publicación y difusión sostuvo con esfuerzo y convicción, la misma con la que había lanzado su ya legendaria editorial “La Rosa Blindada”.

Tampoco hay que perder de vista que desde su militancia poética, política y social irrenunciable, cuando Juan Gelman, ya en democracia, no podía volver a la Argentina por no sé qué estúpida cuestión de formalidades legales paridas en tiempos de indigencia (tenía que pagar una ridícula multa de miles de dólares para no ir preso, o algo así, no recuerdo bien los detalles), él fue uno de los que movieron cielo y tierra, junto con Horacio Verbitsky, para que una de las mayores voces de la poesía argentina pudiera ser  dignamente recibido en su país natal. Me pareció entender que algunos miembros del oficialismo de aquel momento se hicieron los distraídos.

Con R. Revagliatti, A. Drewes, V. F. Pelle, R. R. Di Vita, J. Wassouf, A. F. Dominguez, A. Grinbank, A. Palacio, M. Burgos, D. A. Sorbille y E. Vazquez Rivera

Supimos en 2008 que José Luis estaba enfermo y que había decidido quedarse en su casa, acompañado por sus hijos. El primero de noviembre, estábamos unos cuantos amigos comiendo un asado en casa de Leopoldo Castilla, “el Teuco”, cuando Marcos Silber atendió el teléfono y se enteró que había fallecido. Quedaban unos pedazos de carne en la parrilla, tibias por los rescoldos que aguantaban… Preveíamos para la nochecita meter más fuego y mandar carne para seguirla, pero la parca nos hizo cambiar los planes, fuimos al velatorio de José Luis en la Biblioteca Nacional. Me veo parado esa tarde, delante de la parrilla, cuchillo en mano y puteando, llorando al amigo, al poeta, al editor, todos callados; así es la vida.

— No son tantos los autores que conforman un libro con un único poema. Sos uno de ellos. ¿Cómo los elaborás? ¿Hay “desfallecimientos”, en ocasiones, durante cada proceso? ¿Hay alguno que hayas previsto y que desecharas o abandonaras por no satisfacerte la ejecución?

Con Rita Kratsman y Romina Funes

 — Es posible que sean pocos, en el ámbito local, los que escriben poemas extensos, en todo caso yo no conozco, o a lo sumo a un par. Conmigo creo que tiene que ver con un algo, como una tendencia, que viene desde el principio. Mi primer poemario puede ser visto casi como un poema extenso, un solo tema con diferentes momentos, articulado como un solo poema. Fue planeado como un libro, con diferentes momentos y casi un mismo lenguaje, pero no como un solo poema. Con “Ausentes con aviso” ya aparece la visión de un solo poema extenso, que es el que da título al libro. Ahí, como en otros, ya se trata de un solo poema como proyecto.

En general, cuando aparece la visión que dispara un texto uno empieza a escribir y en un momento sabe que el poema se está cerrando; y entonces hay que abandonarlo, como he escuchado que dicen: los poemas no se terminan, se abandonan. Pero en el caso de los extensos veo que empieza algo que pide pista y siento que no se cierra; es allí donde se impone una especie de trabajo para organizarlo y que no se vaya de las manos.

Con Rolando Revagliatti, Susana Lamaison, Ignacio Miller y Pedro Mairal. Foto de Daniel Grad

Desfallecimientos no hay, porque mientras están en proceso de escritura me campea una especie de obsesión, una curiosidad por lo que va apareciendo, por saber a dónde va; lo llevo a cuestas al poema. Ahí aparecen puntos como de condensación, como remansos de una corriente, que es por donde algo que parecía abandonado versos atrás, se precipita y reaparece como más condensado, completándose, o resignificado, y lo que parecía haber perdido su eje en una digresión, reaparece y restituye el foco del poema, que sigue siendo el mismo pero está en otro lugar.

En la ejecución es como si supiera a donde voy pero sin saberlo del todo y el poema va encontrando el camino pero dando vueltas, haciendo como que se va por las ramas. El más extenso que he escrito es “Riachuelo”, que es una mirada histórica y personal llevada de la mano por ese curso de agua espesa donde vi flotando las botellas y los bidones en la capa de aceite, como dice al principio del poema. Esa fue la imagen que lo disparó. Coincidió con un tiempo en que viajaba a menudo a la ciudad de La Plata por trabajo,en el 2000; iba en tren, a la mañana temprano, cruzaba por ese puente de hierro viejo, bastante más arriba de la desembocadura, en invierno, con niebla, recién amaneciendo, un par de veces vi unos chicos que andaban cirujeando, ya a esa hora.

Resultado de imagen para alberto bocoEntre el sueño, el frío, la niebla, el sol que apenas está asomando, la mirada se me hace muy distorsionada, muy subjetivizada sobre los seres y las cosas, y uno ahí está como con la guardia baja y las cosas te entran como más fácil, y más profundo, y esa creo que es la condición, en mi caso, con la mirada medio atravesada, para que se disparen visiones que van a parar a palabras y a veces a poemas, extensos o no.

Nunca deseché un poema extenso, en todo caso algunos los he retrabajado más que otros. “Visitasinoportunas” también es de poemas extensos; son sólo cuatro poemas, no tan largos como “Riachuelo” o los otros que están inéditos, que ocupan un solo libro, pero sí son poemas de varias páginas.

— El poeta Rubén Chihade (1941-2001) afirmó hace más de quince años que vos detenés y perpetuás las imágenes. ¿Compartís esa opinión?

 — ¡Mirá qué cosa!: a pesar de que fuimos muy amigos y nos veíamos mucho con Rubén en sus últimos años de vida, nunca

En 2007 con Hugo E. Salerno, Carlos A. Davila, A. Palacio, Maria Estervera, Norman Kelly Vergiati (hija de Julian Centeya), R. Revagliatti y Alicia Grinbank

tuvimos oportunidad de discutir esa opinión. Me gustaría, ya que traés el tema, recordarlo y decirte, y decirme, que me gustaría tenerlo a Rubén cerca; se fue joven, nos dolió mucho su muerte a todos los que lo queríamos, que no éramos pocos; era un tipazo, muy buen poeta, gran animador y organizador de ciclos de poesía, encantador y siempre dispuesto a comunicar a los poetas entre sí.

No sé si detengo y perpetúo las imágenes, puede que en su visión de mis textos él observara esa cualidad. En el proceso de la escritura, que, valga la digresión, considero el más importante de todos, incluyendo la corrección o el retrabajo, la lectura pública (hecha por el propio autor o por otros) y la publicación, con presentación incluida y panegírico a cargo de los amigos, es donde las imágenes aparecen y uno debe tratar de sujetarlas para que no pierdan su potencia, porque las imágenes tienen esa energía en sí misma, esa potencia, que tiende a dilapidar su fuerza y pueden llegar a desleírse en el texto; no se jode con las imágenes, hay que respetarlas, casi amarlas y hacerlas fluir escanciadas en el texto del poema para que su efecto sea preciso y no una dilapidación verbal, o la temible caída en un lugar común (que es como una imagen desbarrancada por un precipicio).

Tal vez en ese sentido de querer sujetarlas, para que doten de máximo sentido y expandan el texto, es lo que Rubén captó y quiso expresar diciendo esto que plasmó en la contratapa del libro. Ya no tendremos modo de saberlo. Desde fines de aquel trágico diciembre de 2001, Rubén integra las vastas legiones de la nada.

— Tus últimos libros presentados han sido“Estación de nosotros”, a través de la colección Pippa Passes del sello Buenos Aires Poetry, y “Visitas inoportunas” por Editorial El Jardín de las Delicias. Contanos sobre esas visitas, esa estación, ese nosotros.

 — Sí, acompañado por los poetas y amigos Luis Benítez y Alfredo Palacio, y al cuidado de Juan Arabia, otro querido y joven amigo y poeta, como editor, se presentó “Estación de nosotros”, que fue escrito durante 2010. Aunque salieron casi juntos, “Visitas inoportunas”, publicado por la editorial dirigida por Luis Bacigalupo, fue escrito mucho antes, entre 2000 y 2002. El azar, que rige cada instante de nuestra existencia, hizo que su publicación uniera los ocho a diez años que separan a esos libros.

“Visitas inoportunas” es donde se condensa la impresión de la mirada puesta sobre obras de arte, cosa que aparece suelta en varios trabajos míos. Como te decía, se trata de cuatro poemas basados en una pintura y tres esculturas. De algún modo fue resultado de los efectos que me produjo la lectura de “Autorretrato en un espejo convexo”, de John Ashbery, sumado a mi admiración por todo lo que una observación detenida sobre una obra de arte puede suscitar en la mirada, en mi caso particular, disparando múltiples reflexiones, imágenes, sentires y pensamientos. Son visitas y son inoportunas porque un visitante que mira una obra hasta querer arrancarle sus manifestaciones más escondidas, aunque sean producto de la imaginación del que mira, mínimamente es un sujeto poco oportuno, casi como una especie de usurpador.

“Estación de nosotros” es un poemario cuyo eje es el amor; no es un libro de amor; suelo decir que es mi libro ‘sobre’ el amor y no ‘de’ amor, un diálogo entre lo tierno, lo hondo y oscuro que tiene el amor y el entorno en que suele darse, la vida diaria con su realidad, sus miserias y sus espantos, las imposibilidades, los recuerdos y las brutalidades de la vida y de la historia, todo junto y mezclado en la puta realidad, digamos.

¿Cómo “sobrellevás”, Alberto, mantener concluidos y sin socializar trece poemarios? Sobrevuelo los títulos y elijo algunos de los que me provocan curiosidad: “Para un programa de disolución”, “Opaca no es la noche”, “QO II”,“Evanescentes, in propios y pequeño”. ¿Podrías tentar una semblanza de esas propuestas?

 — En principio, no veo la escritura, la mía al menos, como un desarrollo que haya que socializar. La escritura de poesía la vivo como un ahondar en una experiencia vital y estética y a la vez como un proceso de conocimiento, algo que no se puede dar de otro modo que no sea intentando hacer poesía, y no estando seguro nunca de lograrlo. Por eso afirmaba antes que el momento más importante para mí es el de la escritura. Todo lo demás es suplementario; si se puede publicar, está bien; si el juicio estético de un determinado jurado lo premia, está bien; si se publica y muchos lo leen, está bien; si se presenta y uno disfruta tomando un vino con los amigos, también está bien, pero insisto, lo más importante ya sucedió.

“Para un programa de disolución” es donde describo mi conciencia del azar; por ejemplo, mi abuelo materno, que combatió en la primera guerra mundial 1914-1918, vio explotar cañonazos y destrozar compañeros a pocos metros de sus ojos y a él no le tocó morir; otra vez, enfermó de malaria (muy común en la guerra de las trincheras) y lo internaron: su regimiento (o como se llamara) de más de tres mil quinientos hombres, fue aniquilado pocos días después en una avanzada, sus enemigos no tomaron ni un prisionero. Si hubiera muerto ahí, yo no existiría. Eso aparece brevemente en ese libro, donde reforzar ese pensamiento del azar y convertirlo en un sentir se parece bastante a un proyecto de disolución de ciertas pretensiones del yo, esa cosa que hace que nos creamos que somos algo cuando somos menos que una brizna en el viento del universo. Aclaro que no tengo creencias religiosas, cosa que, sospecho, facilita estas aventuras del pensar y del sentir en la trabajosa tarea de integrarlos.

Los otros libros tienen que ver con que la opacidad no es un fenómeno de la oscuridad ni de la noche, tampoco del llamado Resultado de imagen para alberto bocoespíritu o como prefieran denominarlo, sino que es un existir que lo portamos a la luz del día, está siempre presente, en todos los intersticios que podemos ver en cada instante de la vida, en nosotros y en los otros, falta nomás agudizar la mirada para percibirlo: la poesía puede aportar esos espacios de agudeza. La química orgánica (hay un libro que se llama “Química orgánica” y este otro, al que vos te referís, “QOII”, cuyas iniciales responden a Química Orgánica II, como si fuera que al primero le quedaba algo por expresar) es la que regula este milagro de equilibrio inestable que es la vida, donde se despliega desde lo más denso de nuestra materialidad, hasta lo más sutil, eso que nombramos con las palabras alma o espíritu, “esa parte que no sale en las radiografías”, pero que forma unidad indisoluble de todo lo que somos y se diluye en la nada cuando nos llega el momento.

“Evanescentes, in propios y pequeño” es un libro en preparación sobre el que mucho no sé todavía, son todos textos breves; los Evanescentes tal vez dan cuenta de lo que se escapa en palabras por entre los dedos de la escritura; los Impropios aluden quizá a lo que no nos pertenece (como si de verdad algo nos perteneciera); y lo Pequeño es acaso la mirada de la poesía sobre lo ínfimo, lo que desechamos o no percibimos, como convencidos de su irrelevancia, y sin embargo esas existencias o entidades nos dan algún testimonio de la existencia nuestra, como si la reafirmaran, y hablan de nosotros mucho más de lo que creemos.

— En algunas de tus respuestas denotás cuánto gravita en vos el sentimiento de la amistad. Y como resulta que anoche terminé de volver a leer“Argentino hasta la muerte” de César Fernández Moreno, arribo a la página que antecede al índice: “Dedicatoria”; allí, antes de nombrar a los once varones (Francisco Urondo, Miguel Brascó, Ramiro de Casasbellas…) a los que dedica cada uno de los once poemas que conforman el poemario, señala: “Los amigos son distintas versiones de uno mismo, piedras de toque de nuestro vivir, que en mi caso es tal vez sólo escribir, ya que sólo en el escribir he podido tal vez conquistar la plena libertad de mi vivir.” ¿Qué nos podrías agregar?

 En alguna etapa de la vida es probable que la amistad tenga más que ver con esa suerte de apareamiento de los afectos con un otro, más por lo que se nos parece que por lo que difiere de nosotros. Me parece razonable que así sea cuando el humano, en los primeros años de su vida, busca reafirmar su identidad, siempre frágil, ante la evidente superioridad, tanto de lo llamado real como de lo imaginario.Después, es discutible si los amigos son o no son otras versiones de uno mismo, o cuan bueno es que sea de ese modo. Tengo para mí que si algo me enriquece es lo diferente y no lo semejante, y que si algo me hace crecer como persona es lo que se me opone y no lo que me facilita las cosas o me mantiene en zonas de comodidad.

Ya que estamos con esto, recuerdo una frase del “Así habló Zaratustra” de Friedrich Nietzsche que dice que el hombre del conocimiento tiene que aprender a amar al enemigo y a odiar al amigo. Si la experiencia poética es, como sostengo, una forma azarosa e inefable de acceder a espacios de conocimiento (y a lo mejor por puertas no convencionales), además de una experiencia estética, de un lenguaje para dar testimonio, entonces esa frase se comprende más fácilmente aunque no sea sencillo digerirla.

 — Parece que Juan Ramón Jiménez opinó que Pablo Neruda era un gran mal poeta. ¿Opinarías así de alguno?

 Creo que hay poetas y también hay escritores que escriben versos. Los poetas verdaderos han sido, son y serán pocos. La

Con Rolando Revagliatti, Alfredo Palacio, Marcos Silber y Alicia Grinbank. Foto Daniel Grad

poesía es un algo muy hondo, una especie de juego grave y a la vez uno de los más serios que existen, y que se debe realizar a conciencia sin saber nunca del todo si sirven las herramientas que tenemos, o ni siquiera cuáles son, y cuál es el resultado. Especialmente, la gran obra me atrevería a decir, el gran trabajo, es el de la preparación del poeta, la construcción de sí mismo como poeta. Esta seriedad no quiere decir solemnidad, ni que uno de los recursos de la poesía no pueda ser el humor; hay humoristas que hacen un trabajo poético, y son poetas.

Tampoco quiere decir que no nos riamos de nosotros mismos, y de nosotros mismos, también, en nuestros intentos con la poesía. Se trata de un hacer para ser, que debe ser tomado con responsabilidad, como para que cualquiera de los que escribimos algunos versos andemos por ahí llamándonos poetas. Voy a hablar por mí y de mí: escribo versos desde hace casi cuarenta años, y si quienes los lean creen que lo soy, estaría bueno que, para sí mismos, lo fundamenten, más allá del halago que pueda significar para mí ser llamado poeta. Esta regla que me aplico, la uso como norma.

Respecto de lo que dijo Jiménez, pienso que Neruda era un coloso de la imagen y la palabra, sin embargo, tan disímil de César Vallejo, o de Eugenio Montale, o de su tradicional rival Vicente Huidobro, por hablar de naves del mismo calado y para hacer corta la lista; habría que ver con qué comparaba en su interior y hacia afuera Juan Ramón Jiménez cuando emitió esa opinión. No obstante me parece un buen juego de palabras, una especie ingeniosa de oxímoron.

 — ¿Las poéticas de qué autores dirías que han logrado “descolocarte”?

 — La primera gran descolocación tuvo que ver con mi descubrimiento del lenguaje poético y sin duda fue Rainer Maria Rilke. Resultado de imagen para alberto bocoFue para mí una suerte de dislocación del mundo…; algo de límites y alcances antes insospechados. Felizmente, la capacidad de asombro y la mirada inocente sobre el espacio poético (ojo, dije inocente, no ingenuo) sigue viva y me logro asombrar siempre que aparece algo que me descoloca. No me engancho con la cosa sentimental o el juego deliberadamente efectista; sí, lo hago, con esas relaciones que permite el lenguaje que abren la mente a ver las cosas de otro modo; ése es el gran trabajo poético, así se crea un mundo que amplía la mirada sobre lo que nos rodea. Desde ese lugar nos sorprende Juan Gelman. Desde su talento para estas cosas nos deslumbran Ezra Pound y su hijo T. S. Eliot, o Dylan Thomas, y más aquí cerca, Juan L. Ortiz o Francisco “Coco” Madariaga, o el ingenioso y meticuloso Jorge Luis Borges.

No pierdo de vista que hay una muy interesante movida poética entre los jóvenes, con resultados sorprendentes y procedimientos absolutamente innovadores de ver el mundo.

— Ante la eventualidad de que te impongan la multireencarnación en un científico, en dos deportistas, en tres árboles, en cuatro aves, en cinco directores cinematográficos: ¿a quiénes elegirías?

Resultado de imagen para alberto boco — No creo en la reencarnación pero vamos a jugar un poco. No tomaría ninguna de esas opciones, elegiría el innumerable aire (con ese adjetivo que usó un poeta griego para denominar la brillantez de mar picado en un mediodía de sol; dijo “la innumerable risa del mar”). Hace unos días, leyendo una novela que me prestó un amigo y que me tiene atrapado (“El reino de los réprobos”, de Anthony Burgess), un personaje, de los múltiples que pueblan la obra, piensa: “acaso las palabras no fueran sino formas del aire”. Otro ejemplo de mirada poética de un escritor que escribe novelas y que bien puede ser un poeta. Sí, elegiría el aire, sin duda, por ser metáfora de la libertad, y por esa probabilidad que nos abre la frase.

— ¿Qué te saca de quicio? ¿Te tocó, en alguna etapa de tu vida, sentirte “un bicho raro”, o sospechar que los demás pudieran estar percibiéndote de ese modo?

Resultado de imagen para alberto boco
Con Alfredo Palacio en 2008

 — Me saca de quicio la injusticia, una “cualidad” ampliamente distribuida, socializada, en este pedazo de tierra y agua, con aire respirable, que llamamos planeta. Han habido (hay y habrá) muchos momentos en mi vida en que, por alguna causa, no siempre del todo clara, o absolutamente oscura, me he sentido descolocado del mundo, como mirando los seres y las cosas desde atrás de un cristal y aislado en un universo propio y ajeno a todo. Pero he aprendido bastante a convivir con estas zonas opacas de uno mismo, donde pasan cosas que uno nunca sabe porqué ni para qué ocurren pero están allí, salen de allí, suceden, son parte nuestra y, eso sí, son nuestro compromiso. No nos hagamos los pelotudos de decir “ay, no sé…, es que me puse medio loquito y no sabía qué hacía o qué me pasaba”: …esa historieta de irresponsables, no.

— ¿Dirías que sos intuitivo o que a veces actuás en base a corazonadas? Y además encomillo un par de frases de una novela de Haruki Murakami: “No era un dolor intenso”: ¿es prosa? “Era tan sólo el recuerdo de un dolor intenso”: ¿es poesía?

 — A esta altura de mi vida no sé bien lo que soy, me resisto a ese verbo que te congela en un modo fijo “de ser”, prefiero el verboResultado de imagen para alberto boco hacer, y ser lo que hago mientras el tiempo me dé. Procuro alguna forma de equilibrio entre esas dos supuestas oposiciones: lo intuitivo y lo racional. ¿Y si lo intuitivo fuera una racionalidad no racionalizada todavía porque nadie lo pensó de ese modo? Me gusta a veces hacerme estas preguntas aunque puedan parecer absurdas. Recuerdo en algún poema, escrito hace mucho tiempo, haber puesto algo así como que “el azar es, acaso, una certeza desconocida”. Y las palabras, la palabra… con su feroz y hermosa cualidad: poder decir cualquier cosa; debemos tener un enorme cuidado con la palabra y las palabras.

Hay un algo de poesía flotando en lo de Murakami. Hay novelistas que son poetas (lo quieran o no). Si no mirá cómo Thomas Pynchon comienza su famoso libro “Elarco iris de gravedad”: “Llega un grito a través del cielo. Ya ha ocurrido otras veces, pero ahora no hay nada con qué compararlo.”

Ficha

Alberto Boco nació el 5 de noviembre de 1949 en Buenos Aires, ciudad en la que reside, capital de la República Argentina. Obtuvo primeros premios y otras distinciones en certámenes de poesía. Coordinó junto a Alicia Grinbank, Alfredo Palacio y Rolando Revagliatti, el Café Literario “Mirá Lo Que Quedó” en el Centro Cultural Raíces, de su ciudad, en 2007. Desde 1986  publicó los poemarios “Arcas o pequeñas señales”, “Galería de ecos”, “Ausentes con aviso”, “Cartas para Beb”, “Riachuelo”, “Malena”, “Estación de nosotros” y “Visitas inoportunas”. Inéditos permanecen “Perro, de Goya”, “Noticias del tiempo”, “Redes o ciudad en su siglo”, “Palomas en el cable de la luz”, “Para un programa de disolución”, “Árbol de oro”, “Paisaje fronterizo”, “Golpe de vista de Paraland”, “Opaca no es la noche”, “Química orgánica”, “Cosas que andan sueltas”, “QO II”, “Los perros cueteros (y otros abandonos)”, “Evanescentes, in propios y pequeño” y “El desierto”.

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