Alberto Kornblihtt: «La ciencia es profundamente antiintuitiva»
Rara vez leemos una entrevista a un científico. Alberto Kornblihtt es un biólogo e investigador argentino, multipremiado y reconocido internacinalmente que acaba de publicar el libro La humanidad del genoma. ADN, política y sociedad. En esta entrevista concedida al diario La Nación, señala entre otras cosas, que «El deber de los divulgadores científicos es ser entretenidos manteniendo el rigor».
Con sus antecedentes, es lógico pensar que Alberto Kornblihtt no podía escapar a la tradición de transmisión de conocimiento que marcó a su familia: padre, ingeniero civil, también profesor de matemática; madre, profesora de geografía en el Joaquín V. González, también habilitada para dar clases de castellano y literatura; hermana, maestra y tíos, maestros. Pero después de leer La humanidad del genoma. ADN, política y sociedad, que acaba de publicar Siglo XXI, habrá que abstenerse de decir que estaba predestinado por sus genes.
En esta obra atiborrada de ideas estimulantes y de la más perentoria actualidad, Kornblihtt desnuda los numerosos conceptos apócrifos que circulan en torno a los genes, su importancia en la determinación de la inteligencia y el comportamiento, los peligros que pueden derivarse de su manipulación y la trascendencia social de este (des)conocimiento.
Rara vez escuchamos o leemos una entrevista a un científico. Alberto Kornblihtt es un biólogo e investigador argentino, multipremiado internacionalmentem,Con la lucidez y la claridad que lo caracterizan, Kornblihtt logra un texto de lectura atrapante a partir de artículos publicados en diarios y revistas, pero que fueron actualizados para integrarlos en este libro. «Valoro muchísimo la insistencia de Diego Golombek, director de la colección Ciencia que Ladra, que me instó a reunirlos, un proceso que me deparó un placer inesperado durante todo un verano de trabajo», cuenta.
La vocación de este investigador del Conicet, multipremiado internacionalmente (International Research Scholar del Howard Hughes Medical Institute, miembro del Comité de Ética en la Ciencia y la Tecnología de la revista Science, Medalla Konex de Platino, Premio Houssay, Investigador de la Nación 2010, miembro de la Academia de Ciencias de Estados Unidos y de la Argentina, premiado por la Academia de Ciencias del Tercer Mundo, entre otros) afloró en la escuela primaria.
«Me gustaba mucho trabajar con las manos y al mismo tiempo soy muy malo para los deportes. Pero cuando en cuarto año del Buenos Aires conocí a Rosa Guaglianone, la profesora de botánica, tuve un deslumbramiento con la biología. Fue un descubrimiento, una pasión, un enamoramiento con la química, con las células, con los genes. A los 16 años me dije: ‘Quiero seguir Ciencias Biológicas en Exactas'».
Leloir había ganado el Premio Nobel. Kornblihtt soñó con hacer su tesis en la entonces Fundación Campomar y perfeccionarse en Inglaterra, que era el lugar de Newton, de Watson y Crick, de los Beatles… Tenía el destino marcado.
-Después de treinta años de docencia, ¿qué diferencias encontró entre dar clase y escribir un libro sobre los mismos temas?
-En ciertos aspectos son actividades similares. En el aula hay mucha adrenalina… Un momento importantísimo se da cuando los alumnos pasan de no entender a entender. Entonces surge una sonrisa que es única. Es un placer particular que genera una expresión muy típica. La persona no entiende y de repente cambiás las palabras o dibujás algo… Y ese pasaje de no entender a entender es mágico.
-Como con un buen libro: es el momento del clic…
-Claro, cuando escribís y encontrás la forma de decir algo, y te satisface, también a vos te produce una satisfacción.
-¿Quién fue su lector imaginario cuando se sentó a pensar su libro?
-Yo me lo pregunté y llegué a la conclusión de que lo escribí para la gente joven, pero dentro de ese rango puede haber un niño de la escuela primaria que tenga la curiosidad de un joven o un anciano que tenga la curiosidad de un joven. Pero por otra parte, no podría haberlo escrito siendo yo un joven. La madurez no te da una resignación de tus principios, sino cierta habilidad para expresarlos de manera de que sean convincentes pero no panfletarios.
-¿Cuáles son las dificultades que se presentan al escribir para un lector no entrenado? ¿En el intento de lograr un texto atractivo se corre el riesgo de echar mano de «metáforas ilegales»?
-No hay problema en utilizar en una disciplina metáforas que provienen de otra, pero hay que decirlo, porque si no el lector puede pensar que el principio de incertidumbre que gobierna las partículas subatómicas también puede aplicarse al conocimiento cotidiano, y entonces todo es incierto. El deber de los divulgadores científicos es ser entretenidos manteniendo el rigor. Soy consciente de que en el libro hay partes que son un poco más complicadas, pero no me preocupo porque se pueden saltear, y luego hay otras que son más luminosas y tranquilas. El rigor no está peleado con la explicación más sencilla. Hay varias frases célebres al respecto, como la que dice que «quien no pueda explicar un experimento de manera sencilla es porque tampoco lo tiene claro».
-¿Los mitos más extendidos se deben a malentendidos que surgen del esfuerzo por simplificar temas complejos?
-Uno de ellos es la creencia de que los genes todo lo pueden, por ejemplo. Que hay un gen para cada una de las características humanas. Los biólogos moleculares y los genetistas tenemos el deber de aclararlo, porque no es así. Otras ideas aparecen por creencias. Lamentablemente, la homeopatía no cumple con la ley de acción de masas. Y uno tiene todo el derecho, si quiere, de ser religioso o de usar homeopatía, pero no puede pretender dar una explicación científica para respaldarlo porque no la tiene.
-Se imagina a la ciencia como una actividad racional. ¿La intuición juega algún papel en el descubrimiento científico?
-La ciencia es profundamente antiintuitiva. Uno no puede decir algo porque le resulta lindo. Siempre tiene que haber algún grado de evidencia que lo sustente, aunque esa evidencia sea después revisitada. La intuición tiene un rol generador, pero no puede tener un papel sustentador de la afirmación. Darwin, por ejemplo, era terriblemente riguroso. Si uno lee Viaje de un naturalista alrededor del mundo, puede ver que también era cauto en sus conclusiones. No arriesgaba. Contrastaba lo que decía uno con lo que decía otro. Postulaba hipótesis, pero era cuidadoso a la hora de no plantearlas como una afirmación absoluta, que eso es lo que hacemos cotidianamente los científicos. Hay un ejemplo que me fascina. Ellos están en la Patagonia y Fitz-Roy ancla en la desembocadura del río Santa Cruz.
Lo remontan, quieren llegar hasta la Cordillera, como a 400 kilómetros, van en chalupas, pero como la corriente es muy torrentosa, no pueden seguir río arriba. Entonces, atan los botes y van remontándolos por el sendero que lo bordea. En un momento dado, ven grandes bloques de piedra y Darwin se pregunta cómo llegaron hasta ahí. Cómo un gran bloque de piedra de la Cordillera llega a estar plantado en medio de la meseta. Hoy sabemos que fueron arrastrados por glaciares. Él postuló que habían sido llevados por icebergs a través del mar que conectaba el Pacífico con el Atlántico. Y que los icebergs se derritieron y las piedras quedaron. No es así, es una hipótesis, pero él dice que es una hipótesis y advierte al lector. Ése es el rigor del científico.
-En La humanidad del genoma afirma que la ciencia es un modo de pensamiento: el camino, no la meta. ¿Cómo se explica el caso de muchos científicos que además tienen una creencia religiosa?
-No creo que haya incompatibilidad entre la práctica científica y el pensamiento religioso aplicado a los valores morales, sociales y culturales. Pero si uno quiere aplicar el pensamiento religioso a la estructura de la ciencia en sí, va a encontrar conflictos. Entonces, como todos nosotros tenemos muchas personalidades, nada impide que un científico sea muy riguroso en cuanto al mundo material en el laboratorio y que los domingos vaya a la iglesia.
-Dado el éxito de la ciencia, ¿debería tomarse como modelo cívico?
-No, porque a pesar de que soy científico, reconozco que hay otras formas de pensamiento y otros valores que tienen en otros aspectos un peso importantísimo. Cuando disfruto del arte, de la música, de la pintura, del cine; cuando amo u odio, no estoy razonando de manera científica. Pero tampoco estoy de acuerdo con el extremo opuesto, el darwinismo social que pretende explicar el comportamiento humano según el comportamiento de los animales. Porque el hombre es una especie única en su capacidad de subvertir el instinto con sus propios deseos subjetivos.
No creo que se pueda explicar la economía o la sociedad simplemente como una aplicación en el humano de los principios instintivos de los animales. Lo más maravillo que la práctica de la ciencia puede aportar a la sociedad, además de generar una opinión pública informada respecto de ciertos temas sobre los que tiene que decidir (como fecundación asistida, alimentos transgénicos, clonación, cambio climático, minería a cielo abierto o glaciares que se funden), es una forma de pensamiento crítico que puede utilizarse como instrumento en cualquier otra actividad humana. Eso no significa hacer que la Cámara de Diputados funcione según leyes científicas, pero sería muy bueno que haya pensamiento crítico en lo que se analiza.
-Socialmente, los conceptos «natural» y «tecnológico» se conciben como opuestos; sin embargo, en este libro plantea que para el ser humano la tecnología forma parte de su naturaleza. ¿Por qué? ¿Piensa que los seres humanos podremos administrar el creciente poder que nos confiere?
-Tanto en la ciencia como en la tecnología, el problema está en controlar para qué se usan o para quién se usan ambas. No me asusta la tecnificación; creo que tiene que haber un control de la sociedad sobre las consecuencias. Por ejemplo, no es natural cultivar diez mil hectáreas de arroz como monocultivo, pero es natural en función de la sociedad humana, porque sin eso pasarían hambrunas millones de personas. Los ecologistas plantean a veces una situación ridícula que es volver a un mundo prístino, supuestamente natural, sin considerar que el ser humano es tecnológico por naturaleza y que la tecnología que hace es natural, es normal. Pero si la tecnología es natural, lo importante no reside en si el campo se tecnifica, sino en cuáles son las consecuencias. Yo no quiero preservar el ecosistema por sí mismo. Quiero preservarlo en tanto y en cuanto, si no lo preservo, la sociedad humana sufrirá un perjuicio.
-¿Qué grado de realidad les otorga a las predicciones de que en un par de décadas habrá una fusión entre el ser humano y las computadoras, que autómatas van a tomar el mando del mundo y otras por el estilo?
-Hay que verlas a la luz de otras que se hicieron hace 100 años y tomarlas con pinzas. En general, los descubrimientos ofrecen la posibilidad de pequeños saltos cualitativos. Un ejemplo es el genoma humano: es un avance importante, pero no marca un antes y un después.
-¿Tampoco anticipa conflictos por la clonación?
-La clonación de humanos no se ha hecho; no sería imposible hacerla, pero no hay motivos y además, a diferencia de la fertilidad asistida, es inherentemente insegura. En la fecundación asistida, de los embriones que se implantan nacen bebes normales. Mientras que de la clonación por transferencia nuclear, hay un porcentaje de embriones que llegan a término y nacen crías malformadas. Lo que sería éticamente inaceptable en cualquier sociedad es una práctica reproductiva en la que algunos de los hijos nazcan malformados y otros no, de manera tal que se los seleccione.
-Si eso no existiera, ¿estaría de acuerdo con la clonación?
-Bueno, si fuera necesario para una situación médica o psicológica, podría aceptarla, porque no considero que tener el mismo genoma sea suficiente para tener a la misma persona. Ya lo sabemos por los gemelos univitelinos, que son idénticos genéticamente, pasan nueve meses en el mismo útero y a veces son educados igual, vestidos con la misma ropa, van al mismo colegio, crecen en el mismo ambiente sociocultural, y aun así son personas distintas.
-En este libro se plantea reflexionar sobre estas cosas más que meramente transmitir un saber técnico. ¿Por qué?
-Así como la mayor parte de la gente cree que la jirafa tiene cuello alto porque estiró el cuello y ese estiramiento se transmitió a su descendencia a través de los genes, cosa que no es cierta, también se piensa que los genes tienen un valor mayor del real en la determinación de la individualidad e incluso de nuestras características de comportamiento. Se sobrevalora el papel de los genes y eso conduce al determinismo genético o biológico, que es encasillar a los grupos humanos de acuerdo con las distintas variantes de genes que tienen. Y ese encasillamiento es un pretexto para el racismo, para la discriminación y para la división de la sociedad en clases, por la que se relega a algunos individuos a tareas manuales, porque supuestamente sus genes no están preparados para las intelectuales, aunque se sabe que, si bien los genes influyen, la influencia ambiental es muy grande. Es un mensaje que quiero transmitir.
-En las últimas páginas hace una declaración de amor a los libros. ¿Qué le gusta leer?
-Novelas, poesía; biografías no tanto. Leo muy poco ensayo. Me permito leer en inglés y en francés, porque no soporto las traducciones hechas en la península ibérica. Creo que los españoles tienen que comprender que la lengua es de todos… Me gustan muchas cosas. El problema es ése: la vida es corta y me gustan muchas cosas. Estoy haciendo arte conceptual. Pero el arte que más me moviliza es el cine, porque tiene todo: literatura, imagen… Mis padres eran muy tangueros y muy cinéfilos. Mi mamá me introdujo en el gusto del cine como arte. No va a poner lo que voy a decir, pero tengo anotadas todas las películas que vi en mi vida. Hasta hoy son 1755. Las empecé a anotar de adolescente en un cuadernito. Y creo que del 98% puedo decir algo…
-¿Se imagina incursionando en la ficción?
-No. Me gusta mucho el manejo del idioma y de repente se me ocurren cosas… por ejemplo, veo una película y pienso que podría escribir una crítica. Ya sé que cuando cumpla 65 dejo de dar clase formalmente, pero no de investigar, que me apasiona. Quiero tener un pretexto para reinventarme y darle un lugar a la gente más joven. ¡Pero hay tantas cosas que me gustan! Un libro, la música, ir al cine, pintar… Me apasiona también la política. Si tengo salud, la jubilación no es el fin de nada. Bueno, eso es lo que digo ahora que tengo 59, hay que ver qué pasa a los 65. ¿Sabe qué me gustaría? Enseñar biología molecular a los no biólogos
*Publicado en el suplemente ADN del diario La Nación de Buenos Aires