Alcorcón, España. – SOBRE EL RACISMO CONSIDERADO COMO UN ARTE GROTESCO

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Los españoles primero se buscan un futuro. Después tienen hijos. Y tú no tienes futuro. Ni yo.
(Ivan, Latin King)

Los Latin King son una banda creada en las prisiones de los Estados Unidos, primeramente en Nueva York, como una manera de proporcionar a los internos de origen latinoamericano un respaldo para defenderse de otros grupos existentes en la prisión. Uno de sus líderes, el puertorriqueño King Tone, pretendió dotar a los kings de una conciencia de raza, similar a los pachucos de Los Angeles durante y después de la II Guerra Mundial que sufieron la represión y la violencia de los marines junto al amparo de las autoridades.

Esta conciencia de raza, por el tipo de vida y el hecho de «ser latino» en Estados Unidos, supuso el odio hacia la brutalidad policial y la creación y reforzamiento de una identidad propia como supervivencia social. El Latin King intenta resistirse a la integración de sus valores en la sociedad de acogida, desea hacerlos perdurar y los impone.

Esta afirmación ya nos puede otorgar alguna línea de fuga, algún elemento de análisis para un inicio del final de la violencia: es necesario respetar la identidad del propio latino, promoverla y defenderla, sin hostilidad. A pesar de que «esta civilización no tiene nada que ofrecer sino mercancías, y no fines, que apremia a una adaptación total, y no a una visión de las transformaciones, se desliza en coches prodigiosos, junto a escaparates rebosantes, por calles esplenderosas de luz, hacia la oscuridad, el desconcierto y la precariedad» (Ernst Fischer), el latinoamericano y el inmigrante desea participar de ese «esplendor», conoce la «oscuridad» (escasez, marginación, racismo), pero vive profunda y diariamente las exigencias de la supervivencia.

Estamos ante un problema cuyos protagonistas son los hijos de una inmigración de segunda generación, es decir, se trata de aquellos que han sido reagrupados por sus familiares. Sus madres han desarrollado su vida durante escasos años en España y han solicitado la reagrupación familiar de sus hijos. En el caso de la reagrupación, precisan haber obtenido un permiso de trabajo, es decir, se exige cierta estabilidad económica en trabajos con frecuencia mal pagados, como el trabajo doméstico, en hosteleria, y en los que se exige plena dedicación.

Una vez trazadas estas coordenadas, podemos señalar que el contacto con sus hijos recién llegados y el seguimiento de la vida de éstos en suelo español será, con frecuencia, escaso. Por otro lado, es importante señalar que la legislación española exige la demostración de medios económicos a la hora de reagrupar, lo que genera una limitación en los reagrupados. Esta situación conduce a la separación entre hermanos al únicamente poder demostrar el reagrupante medios económicos para, como máximo, uno sólo de sus hijos. Los otros hermanos intentarán ser reagrupados en el futuro.

En el caso de los menores, tienen acceso a la educación básica. Los problemas –al menos, los visibles– surgen cuando los recien llegados son adolescentes. En tal caso, la vida en las ciudades se convierte en algo duro y poco accesible. Precisamente, son éstos quienes entran en bandas juveniles como los Ñetas o los Latin Kings.
Como cualquier joven, necesitan puntos de referencia vivenciales. Alejados geográfica y culturalmente de sus países de origen y de sus modos de vida, con sus amigos que han quedado atrás y parte de sus familiares, se sienten extrañados en un lugar en el que sus nacionales (españoles) los observan con desconfianza y hostilidad.

No sólo desarrollan modos de ocio públicos (la calle sustituye a la vida familiar), sino que es el espacio público su nuevo punto de referencia y es en este lugar ideal donde se siente que todo es posible, en donde desarrolla su vida. Su otro referente de ocio –»pubs» y discotecas– producen formas más bruscas de racismo y hostilidad, frecuentes –eso sí– en la cobertura de los medios de comunicación con ejemplos de hiperviolencia racista, como el caso de las agresiones por parte de muchos porteros de discotecas hacia latinos.

Una vez que sale de su entorno de protección, es decir, la banda o la pandilla, accede a momentos vitales de vulnerabilidad. Su reacción lógica será, por lo tanto, reforzar su nuevo espacio de acción. Este intento de resistir se ha expresado en la proliferación de una infraestructura cultural propia (locales, tiendas de ropa, etc) y que, popularmente, se ha representado en la difusión de un tipo de música latina eminentemente urbana.

El espacio público del pandillero genera su propio lenguaje y su primer objetivo es el control del territorio, algo que podría explicar el supuesto chantaje económico que, ciertos pandilleros, han realizado en Alcorcón a la hora de poder acceder a unas canchas de baloncesto. Pero este hecho, cierto o no, no ha sido el desencadenante de la masiva protesta y la violencia racista, sino tan sólo el espectacular resorte capaz de generar empatías entre los agresores.

Algo tan injusto como el chantaje es capaz de generar simpatías colectivas fáciles de propagar y algo tan cercano –en su uso como lugar de reunión, puesto que los adolescentes españoles no suelen hacer uso de una cancha de baloncesto como la de Alcorcón para practicar deporte– como una cancha de baloncesto, que siempre ha estado ahí y que todos conocen, provoca la idea de la apropiación violenta de un espacio que no era previamente suyo, sino que era, tal y como expresaron muchos jóvenes participantes en los incidentes, de «los españoles», lo cual ha dado lugar a un intento de coptación de elementos declaradamente neonazis.

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Al igual que la revuelta de los zoot suit, en donde la violencia contra los latinos se produjo por la supuesta «invasión» de éstos de las salas de baile tradicionalmente blancas de Los Ángeles, nos encontramos ante la percepción de otra «invasión» distinta. Por supuesto, en el caso de los zoot suit hubo un hecho relacionado con la criminalidad lo que generó la «justificación» de la violencia racista, como fue el supuesto apuñalamiento de un nacional a manos de un latino.

Las «salas de baile», lejos de ser hoy los lugares de encuentro de la vida moderna, no producirán ningún estallido racista, toda vez que existe una segregación cultural en el ocio nocturno en Madrid. Cuestión distinta es el hecho de que una cancha de baloncesto pueda generar la violencia de estos días. Visibilizado este control, el español entonces reacciona con ira y desprecio.

El español, si no puede ver lo que sucede en las salas de baile, al menos escucha indignado la música alta de sus equipos de música, las reuniones de amigos y familiares durante la noche en los parques –lugar de encuentro de los proletarios–, quienes son casi los únicos que hacen uso de las instalaciones habilitadas en ellos.

Tanto el zoot suit como el pandillero latino, aún mediando décadas de distancia entre uno y otro, han sufrido los mismos estados de excepción. La policía identifica continuamente a los adolescentes latinos, los detiene y los hostiga. En el caso del zoot suit, un bando municipal estableció la potestad policial para detener a todo aquel latino que vistiera de una determinada forma.

No obstante, y en pleno proceso de adaptación de la realidad española a una inmigración creciente, hemos de entender que la derechización de sectores vulnerables como la misma juventud, que cada vez más padece los efectos de la precariedad económica (paro, falta de vivienda, explotación) o vital (apatía crónica, aumento de los suicidios, depresión, emulación de modelos televisivos destructivos, etc), producirá formas violentas de respuesta igualmente racistas. Los viejos patrones para entender el avance de la ultraderecha ya no nos sirven.

Hasta el año 2003, año en que en la ciudad de Barcelona se produce el asesinato de un chico colombiano a manos de, presuntamente, Latin Kings, los medios de comunicación no habían prestado atención a la posible existencia e implantación de bandas en el estado español. No obstante y desde entonces, la caliente noticia y la seducción para el espectador y/o lector de la vida íntima de un pandillero, se ha convertido en portada de numerosas publicaciones. Los temas han sido explotados espectacularmente, incluido el de la presencia de chicas en el seno de bandas hipermasculinizadas y sexistas, pero sin ofrecer una información válida que ayudase a comprender los nuevos códigos de conducta y el nuevo lenguaje.

Por supuesto, se ha escrito demasiada cantidad de imprecisiones, sin ahondar en las causas últimas de su comportamiento. Mostrados como extraños y salvajes en un país en el que «no hay racismo» se los separa de quien los contempla. Hay un aislamiento coercitivo impuesto por la propia población que, salvo cierta música, no tiende ningún puente de comunicación. Pertenece ya a otro mundo y su característica indumentaria se expresa a la manera de una reafirmación subcultural del estilo ante la incomunicación entre nacionales y foráneos.

Conviene recordar varios hechos. En primer lugar, entre los heridos de la pelea multitudinaria que se produjo en el centro de Alcorcón hay también un menor latinoamericano de quien nadie se ha preocupado por su suerte. Tanto los medios de comunicación como la propia muchedumbre que salió a la calle la noche del domingo responden a una simplificación del problema tan falsa como tendenciosa: los agresores son los latinos y las víctimas los españoles.

Convendría reflexionar acerca que hubiera ocurrido si la pelea entre españoles y latinos no se hubiera saldado con la sangrienta derrota de los primeros. En tal caso, a buen seguro que no hubiera habido un clamor popular por la violencia de los pandilleros nacionales. Bandas en actual expansión como KTS, los cuales operan por la zona de Leganés y alrededores y que están integrados, mayoritariamente, por adolescentes españoles, no han generado protestas vecinales de ningún tipo, a pesar de que tanto policía como vecinos conocen de la cruenta violencia que emplean.

El problema reside en la percepción que muchos tienen de qué es el racismo y de cómo se debe manifestar. «No somos racistas, negros y moros estaban con nosotros en la concentración, es sólo contra los latins», afirmaba un joven en la noche del domingo. Dudando de tal afirmación (la presencia de inmigrantes en la protesta) el saldo no puede ser mas rotundo.

El «latin» se despersonaliza, se convierte en una presa fácil cuyas señas de identidad son la uniformidad que los jóvenes latinos presentan en su vestuario. El toque de queda impuesto por el hostigamiento permanente de todo latino acusado de «sospechoso», así como las razzias a cargo de auténticas y gigantescas bandas de españoles en busca de venganza, demuestran lo que son los síntomas propios de un levantamiento racista del tipo de El Ejido hace algunos años.

La presencia de Latin Kings en Alcorcón y, por extensión, en la periferia de Madrid es un hecho conocido. Aún así, hasta la fecha, escasos incidentes habían salido a la luz en un lugar tan gris como Alcorcón, en cuya población (164.000 habitantes) el porcentaje de inmigrantes de todo tipo es de tan sólo el 12%, lo cual es inferior a la media regional (15,2%). ¿Por qué en Alcorcón? La respuesta de las autoridades, lejos de poner las bases para el principio del fin de la violencia, la reactivarán, estereotipando a agresores y agredidos y alejándolos, más si cabe, de algún tipo de lugar común.

La reacción de las autoridades ha sido tan previsible como el pobre discurso de los jóvenes que salieron a la calle. Rápidamente, se achacó de «fata de previsión» por parte del Ministerio del Interior ante el resultado de los incidentes. Cualquier cuestión relacionada con el fenómeno migratorio es reconducido a las labores propias de la policía, asociando el mensaje de criminalidad e inmigración. Ni antes ni ahora, el Ministerio del Interior solucionará nada, sino que unirá a los españoles a la caza del «latin».

En cierta medida, las autoridades policiales han reforzado la idea básica que justifica a los agresores y que se puede resumir en defender que se trata de un problema de delincuencia y no de racismo cuya solución pasará por expulsar a los latinos. No obstante, la accion no se dirige hacia un debate profundo y serio de las razones de por qué brota este tipo de violencias, se generaliza y estigmatiza y, finalmente, se produce un linchamiento social y mediático contra el joven latino.

Quienes mejor pueden percibir el grado de intimidación existente en las calles de Alcorcón son los propios adolescentes latinos, los cuales –a pesar de no pertenecer a ninguna banda, ser colombianos, ecuatorianos, dominicanos o bolivianos, etc.– se han refugiado en sus casas a la espera de ver cómo se desarrollan los hechos. Tan sólo una cosa era cierta: «lo ocurrido podía haber pasado en cualquier otro sitio», tal y como manifestó la autoridad.

La violencia ejercida por los antidisturbios que acudieron a las calles de Alcorcón lo único que ha hecho, tal y como se está ya produciendo, es convertir la calle en un «reality show» para aquellos adolescentes que en muy rara ocasión han sido perseguidos por la policia y crearán empatía entre ellos como «represaliados». Pero hay un elemento más, algunos despistados pretenderán ver en la protesta algún componente de clase o algún gesto antiautoritario puesto que, frente a ellos y cortando el paso para el enfrentamiento físico contra los pandilleros (sobre los que, curiosamente, se ignora donde están y dónde se reúnen), están las fuerzas de policía.

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Nada más lejos de la realidad en lo que es una moderna noche de los cristales rotos. No existe en la revuelta ningún componente de unidad o de clase más que la edad (entre 16 y 25 años) de los convocados. Y la edad jamás ha sido un elemento capaz de generar un movimiento transformador. A dia de hoy no existe movimiento alguno, y dudo que lo haya, al igual que tampoco hay una conciencia de la juventud como nueva clase social que pudiera recordar a épocas pasadas.

Su aparente defensa «del barrio» es ambigua, débil. Jamás han sentido tan aprensión y ahora responden con violencia a una ciberconvocatoria cuyo fin es racista. La excusa, no obstante, es políticamente correcta, blindando cualquier objeción dialéctica. De este modo, se excluye a quien lance algún otro tipo de reflexión.

En términos generales, todos estamos radicalmente en contra de los matones, sean latinos, nazis o policiales. Cuestión distinta es la de situarse en el seno de una protesta que en sus formas, tímido programa y fines, se ha mostrado y se muestra como torpe, inútil y racista. Ese «barrio» se configura como un lugar de paso y de uso, una efímera petición en lo que es una reacción a la sensación de invasión que expresaban los mensajes de móvil que han circulado estos días y que amenazaban, con absoluta rotundidad, con que «esto es la guerra.»

Se acaba la función. El público se levanta para recoger sus abrigos y volver a casa. Cuando se giran, ya no hay abrigos… ni casa
(Rozanov).

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* Integrante del Colectivo de Trabajadores Culturales La Felguera –subversión política contemporánea–.

www.nodo50.org/lafelguera.

La fotografía de apertura corresponde a un joven «latino» agredido en España.

Addenda

Curiosa la historia de las palabras que califican. «Latino» es uno de los términos despectivos con que en Estados Unidos personas de origen anglosajón, hebreo, irlandés, africano e incluso italiano se refieren a los inmigrantes o descendientes del mestizaje español; en los estados del suroeste designaba a los trabajadores mexicanos, en el este, a los portorriqueños. Los «blancos» son «caucásicos»; los aborígenes, americanos originarios; los negros, afroamericanos.

Latinos en la actualidad son todos los inmigrantes provenientes de México, América Central y Sur y sus descendientes, menos los que proceden de Haití, que son simplemente haitianos; quienes llegaron desde Cuba, por su parte, son «cubanoamericanos» –como es de público conocimiento, Cuba es una provincia de Asia o quizá la capital de Oceanía–.

En los últimos años el término latino ha comenzado a utilizarse de otros modos; por una parte como una expresión de orgullo y reafirmación –algo similar a la expresión «black is beautiful» de la población negra y mestiza de los años sesentas–; por otro se emplea también por la prensa de México, América Central y Sur para referirse a los latinoamericanos pobres en EEUU y Europa; del mismo modo cunde su uso entre las capas acomodadas hispanoamericanas. No se habla ya de raza, pero se cae en la trampa clasificatoria (¿cosificatoria?) humana estadounidense. Moda que parece haber llegado a España.

La humana es una especie, no una raza –o varias–. La migración americana a Europa, concretamente a España, está conformada en términos generales por descendientes de los españoles que invadieron América entre los siglos XVI y principios de XIX y ayuntaron y tuvieron hijos con la población local, primero, y luego con los forzados habitantes que fueron del África, que llegaron encadenados hasta fines del XVIII a Hispanoamérica –y hasta mediados del XIX en América sajona y más o menos hasta esas mismas fechas a Brasil, ¿lusoamérica?–.

Entre los americanos que viajan a Europa, además, probablemente haya un cierto número de nietos de inmigrantes europeos desembarcados en América entre fines del XIX y primera mitad del XX.

Que sepamos los naturales de las orillas del Lacio, los únicos en realidad latinos, ya no migran.

Un estudio publicado por la prensa española luego de los incidentes de que da cuenta el ensayo precedente identifica como bandas juveniles violentas en el municipio a: los “Latin kings” suramericanos, los “neonazis” europeos, los redskins “antifascistas”, y grupos de jóvenes marroquíes.

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