Alejandro de Vivar / Las dos caras de la derrota

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La magnitud de la derrota electoral de los demócratas en EEUU ha llevado al desespero a más de algún analista. Prevén una intensificación del proceso de fascistización en que se halla el planeta, proceso liderado por la UE y los sectores más reaccionarios del establishment estadounidense. Naturalmente que tienen razón a este respecto. Pero, ¿habría sido distinto si los resultados hubieran favorecido a Obama?

“La conciencia unitaria del proletariado se ha formado o se está formando a través de la crítica de la civilización capitalista, y crítica quiere decir cultura, y no ya evolución espontánea y naturalista.”
Antonio Gramsci, Socialismo y cultura.

Existe una suerte de metafísica del triunfo y la derrota: en cualquier contienda, si ganan los que hemos etiquetados como ‘buenos’, entonces seguimos con nuestros análisis ilusorios. Por el contrario, con el triunfo de los ‘malos’, las peores catástrofes son anunciadas.

Pretender que los resultados ‘adversos’ son equivocados cae en esta lógica de ‘buenos’ y ‘malos’, y que los actores, el ‘pueblo’, son conscientes con las consecuencias de sus decisiones.

Nos encontramos, entonces, con dos situaciones que está provocando graves perjuicios en los análisis: la lógica de la contienda, que cuando un bando triunfa, el otro es derrotado; y la lógica de que la ‘democracia’ produce –automáticamente- seres sociales políticamente conscientes.

Veamos algunos ejemplos en los que los conceptos de triunfos y derrotas, tienen distintas miradas.

Viet Nam: huyen de Saigón los últimos yanquis…

En 1963, el presidente Kennedy declaró: “Nuestro objetivo es establecer allí un gobierno estable que luche por mantener su independencia nacional. En eso ponemos nuestra fe… En mi opinión, si nos retiráramos de allí, sería la caída no sólo de Viet Nam del Sur, sino de todo el Sudeste asiático. Por lo tanto, nos quedaremos allí.”

Desde que EEUU impuso el paralelo 17 como línea divisoria a firme y apoyó la cancelación de las elecciones previstas para 1956, la Doctrina de Contención predominó por sobre toda otra consideración. La época lo demandaba: en África las colonias iban sacudiéndose de los yugos que las ataban a las metrópolis europeas; en Asia se consolidaban procesos revolucionarios de China, Corea, Viet Nam del Norte, en tanto proseguía la lucha en Laos; en América, mientras la guerrilla de Fidel iniciaba sus operaciones en la Sierra Maestra, los movimientos populares seguían buscando un camino de desarrollo no sujeto al imperialismo, aun con derrotas como la de Guatemala.

En ese contexto, si Viet Nam de Sur caía en manos de los comunistas en 1956, entonces los procesos emancipatorios se intensificarían, destruyendo los equilibrios de Guerra Fría que EEUU buscaba mantener. Por cierto, 20 años después, cayó Viet Nam de Sur. Pero el contexto era otro.

Los grandes derrotados de la Guerra de Viet Nam: generales y políticos estadounidenses, que vieron truncadas sus carreras; el pueblo estadounidense, con decenas de miles de sus hijos sacrificados, y cientos de miles heridos y mutilados. También, por cierto, arrasado el prestigio de las fuerzas armadas norteamericanas.

El pueblo de Viet Nam, con millones de muertos y heridos. Un cuarto de siglo pasaría antes de poder reconstruir su infraestructura y su economía; aún así, totalmente supeditada al FMI. Viet Nam es hoy una importante baza en la confrontación EEUU-China. Alineado con EEUU.

El campo socialista, con la agudización de las contradicciones internas, por una parte, y la intensificación de los conflictos entre distintas posturas que llevaron a enfrentamientos militares (1969 entre China y la URSS; 10 años después entre China y Viet Nam) por la otra. En este sentido, la Doctrina de Contención no sólo permitió al imperialismo impedir el avance de los procesos emancipatorios (para posteriormente revertirlos), sino también crear una situación de asfixia en el campo socialista, principalmente la URSS, en la que las tensiones internas no encontraron vías de escape en los procesos revolucionarios de otros países.

En cambio, el imperialismo occidental se fortaleció. Los complejos militares industriales tuvieron ganancias exorbitantes. El desarrollo tecnológico –militar y civil- dio saltos espectaculares.

A partir de 1975, el declive del campo socialista –como tal- se fue haciendo más evidente, mientras que el avance de la hegemonía del campo imperialista era incontrarrestable.

Irak: EEUU se retiran derrotados…

“Las consecuencias, en términos culturales y humanos, de la destrucción del Estado de Irak han sido enormes, en especial y sobremanera la muerte de aproximadamente un millón trescientos mil civiles; la degradación de las infraestructuras sociales, lo que incluye la electricidad, el agua potable y los sistemas de alcantarillado; alrededor de ocho millones de iraquíes necesitan ayuda humanitaria.

"El informe de Naciones Unidas sobre pobreza extrema del primer cuatrimestre de 2007 constató que el 54% de los iraquíes vivía con menos de un dólar al día; hay un mínimo de dos millones y medio de refugiados en el extranjero y de 2.764.000 desplazados en el interior, según datos de 2009, lo que supone que uno de cada seis iraquíes está desplazado. Las minorías étnicas y religiosas están al borde de la extinción.”

Las crudas conclusiones del Tribunal B. Russell muestran una vez más, así como en Viet Nam o en Yugoslavia, la doctrina militar de EEUU: destruir la infraestructura industrial, destruir las redes comerciales y, sobre todo, destruir la capacidad de una pronta reconstrucción de la identidad, además de la economía.

“En paralelo con la destrucción de la infraestructura del sistema educativo de Irak, se produjo el desplazamiento forzoso —consecuencia de la represión— del núcleo de la clase media profesional iraquí, la principal maquinaria del progreso y del desarrollo de los Estados modernos.” La destrucción mencionada incluye a más de 400 académicos asesinados.

La anulación de un Estado poderoso como factor decisorio en las políticas hegemónicas imperialistas es un objetivo que, una vez logrado, permitía ‘retirarse derrotados’, siempre y cuando pudieran mantener bases para seguir controlando el desarrollo de los oleoductos, quitar respaldo a los movimientos árabes de liberación y mantener presencia frente a Rusia y China.

Se podría continuar analizando todas las intervenciones imperialistas en el orbe con sus triunfos y derrotas militares; pero, hasta el momento, los beneficiarios últimos de todas ellas han sido las burguesías occidentales.

Brasil: el proyecto democrático popular…

Indudablemente que la continuidad del proyecto de Lula tiene un impacto importante en América del Sur, por cuanto la política de relaciones internacionales brasileña ha facilitado el desarrollo de una suerte de integración regional alejada de los designios hegemónicos norteamericanos, a la vez que los gobiernos más izquierdistas han tenido el espacio necesario para desarrollar sus políticas más o menos antiimperialistas.

Ni la crisis financiera que no quiere amainar ni la soterrada guerra de divisas han tenido mayor impacto en América Latina, lo que ha favorecido el desarrollo de relaciones con bajo grado de confrontación –aun considerando a Colombia–. El eje Bogotá–Lima–Santiago, junto a los demás países de la región, está abocado a estimular las políticas de desarrollo más que a provocar una mayor polarización.

Es evidente también que con Serra el panorama hubiera cambiado radicalmente, pues un realineamiento ideológico hacia la derecha hubiera sido inevitable.

Gana entonces… ¿la izquierda?

Las políticas sociales desarrolladas en la región que han favorecido a los trabajadores han sido implementadas por la vía institucional, es decir, sin implicar a las organizaciones sociales de base que han sustentado a los distintos gobiernos. Es más, algunos de estos gobiernos parecen creer que, al obtener los votos, obtienen también la sapiencia y la voluntad de los votantes.

Ninguno de los partidos o movimientos que han llegado al poder ha salido fortalecido de la relación. Por el contrario, han sido despreciados por los gobernantes, no han sido capaces de desarrollar una estructura y una vocación de poder popular, no han desarrollado medios alternativos, apostando todos –gobernantes y líderes– a que en la contienda electoral, la verdad triunfará.

Sin embargo, la historia muestra, reiteradamente, que esa "verdad" desgasta y se desgasta. En unos años más, los pueblos se encontrarán gobernados por la derecha, mientras que sus organizaciones fueron desgastadas y desmovilizadas por los gobiernos que ellas mismas llevaron al poder.

Y así, el imperialismo norteamericano, con un mínimo esfuerzo de contención y un poco de presión aquí y allá, va a recuperar su rol hegemónico.

Etiqueta: democracia

No sólo es políticamente incorrecto no ser democrático. Al vaciarle de contenido a la etiqueta, y contraponerla a conceptos como fascismo, totalitarismo, terrorismo, el contenido ya no importa. Es todo lo que se oponga a esos conceptos (a su vez, con un nivel de vaguedad que admiten casi cualquier contenido).

Lo anterior es evidente y es sabido. Sin embargo, el problema se presenta cuando la conciencia social tiene un nivel de saturación de conceptos con vagos contenidos que permiten dar como buena cualquier interpretación que los medios impongan.

Así, cualquier ente que no calce con una difusa interpretación de una etiqueta, es automáticamente etiquetado como lo contrario. De este modo, un individuo que no cumple con determinados estándares o estereotipos de ‘democrático’, pasa a ser, según las circunstancias, ‘fascista’ o ‘terrorista’. Por otra parte, al vaciar la etiqueta de contenido, ella adquiere una cualidad sobrehumana, metafísica: está por encima de todo. De este modo, contraponer ‘democracia’ a una dictadura deja que la población le ponga el contenido que quiera a la etiqueta, sabiendo que es un bien supremo, que se contrapone al mal que es la dictadura.

Tenemos pues un totalitarismo democrático: todos somos democráticos y ¡ay del que no!

Son democráticos nuestros votantes como los dirigentes universitarios que asesinan a otros a golpes, oficiales de ejércitos que violan y asesinan a niños, victimarios que sometena a violencia sexual a una de cada cuatro mujeres en EEUU, etc. Pero están dentro de la norma y, por tanto, son ‘seres socialmente responsables’, cumplen con sus deberes cívicos y, cuando corresponde, participan en los procesos electorales.

En la metafísica del triunfo y la derrota, presumimos que estos individuos al hallarse frente a una papeleta de votación, adquieren súbitamente plena conciencia política, y responsablemente emiten su voto, y asumen las consecuencias. Es decir, los miles de victimarios que pervierten a la humanidad se transforman en intelectuales académicos con razonable comprensión de la política, y desde es rol ejercen su opción cívica. Y así, miríadas de decisiones individuales las tendemos a ver como una decisión consciente, y entonces la podemos cuestionar y acusamos al pueblo de equivocarse o de ser irresponsable.

Pero democracia es una forma de Estado, en el que las elecciones cumplen un papel legitimador.

Sin embargo, democracia y dictadura tienen carácter concreto, según la posición de clases. Democracia popular o dictadura del proletariado es un régimen en que las mayorías, los trabajadores, imponen sus términos en las relaciones sociales, así como impiden que la burguesía intente recuperar el poder.

Por el contrario, la democracia burguesa o dictadura de la burguesía, adquirirá carácter más o menos represivo según las circunstancias políticas en que se encuentre. El que haya elecciones periódicas para elegir representantes es simplemente la instauración de un mecanismo que delega y diluye en los votantes la responsabilidad política de las acciones de la burguesía.

Si tomamos la dictadura militar en Chile y comparamos ese régimen con los veinte años de Concertación, veremos que —salvo el carácter represivo—, no se diferencian ni en el modelo, ni en los paradigmas, ni en las políticas.

Conclusiones

La alternancia entre demócratas y republicanos en EEUU es una situación que permite abarcar un amplio espectro de políticas, sobre todo internas. Los demócratas extenderán sus intereses más hacia los trabajadores, mientras que los republicanos más hacia los capitalistas. Sin embargo, el eje central, la visión de EEUU como nación, y la visión de EEUU en el concierto mundial, es plenamente concordante para ambos partidos.

Al igual que los republicanos, cada uno de los últimos presidentes demócratas ha llevado al imperialismo norteamericano a un mayor grado de hegemonía y de destrucción de la humanidad. Kennedy con el Sudeste Asiático. Carter con la Doctrina Carter (que justifica el actual desarrollo en el Oriente Medio). Clinton con Yugoslavia. Obama con la intensificación de las guerras heredadas.

No es por la vía de las elecciones, en EEUU, Brasil o Azerbaiyán, que la humanidad va a salir de la espiral destructiva en la que se encuentra.

Por el contrario, mientras los intelectuales de izquierda o que pretendemos ser de izquierda nos tragamos cebo, anzuelo y sedal, la guerra del capital contra el trabajo avanza firmemente despojando a los trabajadores de los derechos adquiridos y destruyendo sus representaciones y su tejido social. A la par, la derechización de los resultados electorales apoyan el proceso de fascistización a nivel mundial con el cual la burguesía imperialista está reestructurando las relaciones laborales, habiendo retrocedido la línea base de conquistas casi un siglo, mientras prepara el terreno para reestructurar los mercados.

Tampoco es posible pensar en una ‘sabiduría popular’ que —al último momento—, nos salvará del desastre.

Esperar que la "voluntad popular expresada en las urnas" salve a la humanidad, hacer análisis "marxistas" sobre la base de resultados electorales y encuestas, es simplemente alejar de sí la responsabilidad por los procesos sociales: “yo no tuve la culpa; el pueblo votó por el otro”. Es  irresponsabilidad y desidia.

La conciencia social, la conciencia política, es producto no de una supuesta transformación del individuo en la mesa de votación, sino de un trabajo esforzado de concientización a través del fortalecimiento de las organizaciones populares, gremiales, estudiantiles, de barrios, a través de la democratización de las organizaciones políticas, a través de la defensa de los derechos adquiridos, a través de la recuperación del derecho a conquistar nuevas reivindicaciones.

Un trabajo militante y aguerrido de construcción de un andamiaje popular, democrático, que sea el verdadero cohesivo social, sentará las bases para una restauración de la humanidad y la construcción del socialismo.

Alejandro de Vivar es analista de asuntos políticos.

Publicado en la revista digital Anaquel Austral, que dirige la escritora y periodista Virginia Vidal. Se cita como fuente al Portal Rodriguista (http://portalrodriguista.org).

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