Algo pasa en América… Y ahora Paraguay
Alejandro Tesa
Que Cuba no parece querer cambiar, que Venezuela no se desmorona, que Ecuador revoluciona sus estructuras, que Nicaragua va tras una segunda oportunidad, que Bolivia planta sus soles con la tablilla del voto, que la Argentina duda y quiere levantarse, que Brasil parece buscar una callada, pero trascendente, redefinición, que Costa Rica podría tornarse rebelde… Las sociedades latinoamericanas distan de hundirse en la quietud del orden programado por la mundialización económica y la globalización –tan banal- presente en los espacios culturales. Y ahora el Presidente paraguayo Fernando Lugo cita y entrega su homenaje a Salvador Allende.
Informó la prensa comercial que la primera mandataria chilena, Michelle Bachelet, se manifestó emocionada por la mención que hiciera, en su discurso al asumir la Presidencia de Paraguay Fernando Lugo, palabras que recogen lo medular del legado político de Salvador Allende. Bachelet confesó emoción, lo que es perfectamente legítimo, pero que Lugo haya dicho que Allende es un prócer de la Patria Grande tal vez haya agrietado la suave epidermis de los ex camaradas del presidente chileno muerto en La Moneda después del mediodía del 11 de setiembre de 1973.
Tampoco, probablemente, guste a un importante número de concertacionistas el hecho de que Allende obtenga tan alto número de preferencias ciudadanas en un ridículo concurso que pretende designar, con motivo del próximo bicentenario de la primera independencia del país sureño, al más ilustre de los chilenos. Y no les debe gustar (ni lo dicho por el presidente Lugo ni la votación que obtiene Allende) porque sin duda de las filas de la Concertación han salido los mejores trabajadores cuyo objetivo ¡ya por tantos años! Ha sido minimizar la personalidad, trayectoria y sus mil días de gobierno.
Las sociedades cambian, sus intelectuales dudan y cambian también mientras a los pueblos pareciera que el único camino que les queda es el que conduce a la sima: pobreza, educación deleznable, resistir autoritarismo o un mal remedo de instituciones de salud (en el caso de Chile conviene agregar transporte público indigno).
En situaciones de crisis o cuando los cambios sociales se convierten en una necesidad ineluctable y urgente, suele ocurrir que las masas de asalariados, los cesantes, la juventud, el campesinado y otros sectores postergados o simplemente dejados de lado en el reparto del producto del trabajo de todos, se divorcien de sus dirigentes sindicales y políticos. Divorcio complejo y difícil que separa aguas entre aquellos que insisten en decir que representan y los que bajo ninguna circunstancia se sienten representados y, al contrario, esgrimen muy buenos argumentos para clamar que se los ha traicionado.
En esta dimensión histórica, entonces, lo presente como marco de los movimientos ciudadanos al sur del Río Grande (y ya veremos cuánto más tardan en despertar al norte de la frontera mexicana) no es un mero recambio entre una elite opaca y otra activa y ambiciosa. Sólo falta que las viejas lecciones que supo entregar tanto el marxismo clásico y original, como el cristianismo en sus fuentes y las distintas facetas del pensamiento anarquista, tanto como otras valiosas corrientes del pensar no dogmático, logren ayuntarse generosa y activamente.
El discurso de Fernando Lugo parece indicar que es posible lograrlo. Si así fuera las sociedades latinoamericanas entrarán en una fase inédita y rica. Es decir: se cambiará la historia.