Almagro reconoció que operó políticamente para concretar la salida de Evo Morales del poder
Luis Almagro no pide perdón es el resultado de más de 100 entrevistas que dibujan la trayectoria del actual secretario general de la Organización de los Estados Americanos (OEA), 20 horas de conversación con el protagonista del libro y un año y medio de trabajo de los periodistas Gonzalo Ferreira y Martín Natalevich. En el adelanto, los autores repasan distintos hechos políticos y ponen sobre la mesa nueva información sobre el rol que ha jugado Almagro en el organismo.
Muestran, además, por qué es concebido al mismo tiempo como “un traidor” y “un abogado defensor aferrado a los principios”, un “hombre veleta y un ser apegado de forma coherente a sus valores” y también dan un adelanto sobre sus próximos movimientos en la arena política local. Mañana el libro editado por la editorial Planeta estará disponible en librerías.
Los referentes de Almagro
José Gervasio Artigas, José Batlle y Ordóñez, Luis Alberto de Herrera, Wilson Ferreira Aldunate, Carlos Julio Pereyra, Luis Alberto Lacalle Herrera, José Mujica y Julio María Sanguinetti son los nombres que Almagro menciona como sus referentes políticos. De hecho, sobre el último, el dirigente colorado, Almagro sostiene: “Ese manejo florentino de la política que tenía Sanguinetti no lo tiene nadie en el Uruguay. Es una escuela en sí mismo”.
El rol de Almagro en la caída de Evo Morales
“En la caída de Evo Morales, después de diecinueve años al frente del gobierno de Bolivia (2006-2019), hubo una responsabilidad mayúscula de Luis Almagro, que lo admite sin ruborizarse y hasta se enorgullece de haber podido contribuir a cortar con un proceso de reelección que sobrepasaba el marco legal”. Así comienza el capítulo “El presidente de la OEA”, en el que Almagro cuenta sin ningún reparo cuál fue su estrategia y su rol en la salida del gobierno de Morales.
Almagro advirtió que la Misión de Observación Electoral de la OEA había constatado irregularidades en el conteo de votos y que podía haber fraude electoral. Ante esto, ordenó una nueva auditoría. Gonzalo Koncke, jefe de gabinete del secretario general de la OEA, afirmó en el libro que “aparecieron servidores ocultos que alimentaban de votos el conteo y que básicamente redireccionaban los votos que llegaban desde Argentina, que son unos cuantos. Hubo muchas falsificaciones de actas y hubo sustituciones de actos. Pero lo más grave era lo de los servidores ocultos, porque con eso la elección dejaba de tener algún sentido. Y ahí la OEA sí jugó un rol”.
El accionar de Almagro en torno a las elecciones en Bolivia recibió críticas por izquierda y derecha y los periodistas dan cuenta de ello. Por ejemplo, entrevistan a Jorge Faurie, ex canciller argentino durante el gobierno de Mauricio Macri, quien afirma que la auditoría “le generó suspicacias e interrogantes” porque “todo el tránsito de esa misión de observación [y] la búsqueda tardía, con observadores de la Unión Europea, generó ruido sobre si esa observación era imparcial o no”.
Los autores muestran que el rol de Almagro en la salida de Morales formó parte de una estrategia premeditada, que arrancó en 2017. Ese año, tras el rechazo de los bolivianos en el referéndum para reformar la Constitución para que Morales pudiese ser reelecto, Almagro le pidió al presidente de Bolivia que acatara el resultado. Al año siguiente, Almagro cuestionó el fallo del Tribunal Constitucional de Bolivia que daba luz verde a Morales para presentarse como candidato. Sin embargo, en 2019, Almagro viajó a Bolivia y respaldó la candidatura de Morales y dijo que era “discriminatorio” no aceptar la posibilidad de que pudiera presentarse como candidato.
Según confiesa en el libro, el apoyo a Morales fue para ganar su confianza y que este habilitara a la OEA a observar las elecciones. Según contó Almagro, en un encuentro previo en Nueva York, un año antes de las elecciones, le planteó a Morales tres condiciones: “Tenés que invitarnos para observar. No podés matar a nadie en una manifestación, en ninguna protesta. No podés meter un solo preso político ni inhabilitarme ningún candidato. Y no podés robarte ni un voto. Esas son las tres condiciones mías”.
Un vínculo roto
La relación con el actual presidente de Argentina, Alberto Fernández, supo ser buena, en parte por la persona que lo unía, a la que Almagro calificó de “hermano”, el actual canciller, Francisco Bustillo. El secretario de la OEA recuerda que cuando fue su asunción, en 2015, Fernández concurrió, “cenamos, estuvo acá en casa”.
De hecho, Almagro cuenta que pensó en Fernández como jefe de la Misión de Observación Electoral (MOE) para las elecciones de octubre en Bolivia, algo que no prosperó porque se anunció inmediatamente que conformaría la fórmula con Cristina Fernández.
Almagro cuenta que la relación se fue deteriorando tras el informe de la MOE de las elecciones de octubre. Fernández pidió incluir a personas de su confianza en la auditoría que impulsaría la OEA y, tras conocerse los resultados en noviembre, el presidente argentino salió públicamente a cuestionar a Almagro y anunció que haría un informe propio, que finalmente no hizo. Para Almagro, la mala relación con Fernández y su envío de gente de confianza para la auditoría de las elecciones de Bolivia responde a un interés de Cuba. “Los cubanos juegan muy fuerte pidiendo mi cabeza. Y tienen algún crédito ahí. No tengo cómo dar vuelta eso. No tengo nada que ofrecer, olvídate”.
La mano tendida a Dilma y la relación con Bolsonaro
Ante las acusaciones de actuar por sus sesgos ideológicos, Almagro se defiende y recuerda que le tendió la mano a Dilma Rousseff cuando comenzó el impeachment en su contra. “Dimos mensajes muy claros. Sacamos probablemente uno de los comunicados más largos, previo a la primera votación en mi primera visita por eso. Y listo, más nada. Una vez que se pronuncia el soberano no hay más. Las garantías estuvieron sobre la mesa, los plazos fueron largos, las posibilidades de defensa fueron fuertes”, dijo Almagro, pero también cuenta que le ofreció aplicar la Carta Democrática, pero por una decisión “personal de un par de asesores y de ella” no se usó.
De acuerdo con Almagro, ese salvataje tuvo sus consecuencias cuando Jair Bolsonaro llegó al gobierno. En su primera reunión hablaron 15 minutos sobre lo acontecido cuando él estuvo en Brasilia. Tras ese encuentro, la relación con el mandatario se afianzó y actualmente Almagro describe al presidente brasileño como “fantástico”.
La estrategia contra Evo
El pasaje del libro en el que Ferreira y Natalevich dialogan con Almagro para comprender su participación en el proceso boliviano vale la pena leerlo completo. Aquí un fragmento:
-¿Por qué usted avaló la candidatura de Morales en mayo del 2019?
-La OEA tenía que estar en la elección en Bolivia. Si no estábamos en la elección en Bolivia… [niega con la cabeza y hace silencio] se iba a complicar mucho. Se iba a complicar muchísimo, muchísimo, muchísimo. Lo íbamos a estar corriendo de atrás todo el tiempo. Si se robaba la elección, si había fraude electoral… [tira la lapicera al escritorio]. Nosotros habíamos observado el referéndum, fuimos, hubo una misión de observación electoral. A mí me constaban los problemas que tuvo esa MOE (Misión de Observación Electoral) durante el proceso.
Y lo que demoró el gobierno en admitir la derrota de ese referéndum y el papel que habíamos jugado nosotros para que admitiera la derrota. Entonces si no estábamos, esto iba a estar muy complicado, muy complicado. Había que estar y la manera de estar era asumir determinadas responsabilidades y retos políticos. Y lo hice.
-¿Fue para ganarse la confianza?
En esa visita firmamos la Misión de Observación Electoral. Y para mí eso era todo. Ahí abríamos dos posibilidades y cerrábamos una. Abríamos una posibilidad que era que Evo ganara legítimamente. Era el costo que tenía eso. Para mí eso era imposible, imposible. Evo tenía menos votos todavía que los que había tenido cuando el referéndum, o sea que no tenía forma. Después abríamos la posibilidad de que la oposición boliviana ganara legítimamente. Y cerrábamos la posibilidad de que Evo se robara la elección. Ese era el esquema.
Yo esperaba que no llegáramos a la tercera opción. Para mí era la segunda opción. Era que Evo perdía en segunda vuelta. Cuando veías los votos del referéndum, era lo que iba a pasar en la elección y era lo que Evo sabía también. Evo sabía que perdía en segunda vuelta y por eso hace esa movida absolutamente destemplada [de querer] quedarse con todo en primera vuelta, un disparate total. Pero yo tenía que tener esa posibilidad de evitar eso, si pasaba. La lógica era la segunda. Después te preocupás un poco cuando empieza a dividirse la oposición [se ríe], pero ni así. Al final cerró. Se dieron cuenta y hubo mucho voto cruzado en Santa Cruz. Y ahí se le terminó la posibilidad a Evo.
También habló sobre su decisión de no apoyar la solicitud de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos de renovar el mandato al secretario ejecutivo Paulo Abrao y negó que haya sido una gestión para contentar a Bolsonaro. Almagro dijo que habló en privado con Abrao, por quien tenía mucho “afecto”, por las denuncias de acoso laboral: “Hay cosas que yo se las dije. Hacia afuera puede decir lo que sea. Pero en cada reunión que tuvimos le dije: ‘Resolvé esto, que te va a explotar en la cara’. Dos semanas antes [de la fecha límite] me entero [de] que la cosa está peor todavía. Con esas cosas no se juega. No se juega con esas cosas”.
Un futuro colorado
Almagro manifestó su intención de volver a Uruguay cuando termine su mandato en la OEA. Consultado sobre si se ve en el Partido Colorado (PC), Almagro adelantó a los autores que “siendo blanco es algo que cuesta, le va a costar a la gente entender. Pero lo dije también cuando dije eso: ‘Yo me siento absolutamente batllista’. Probablemente lo que más sea en este mundo yo es batllista”. De hecho, sostiene que es en el lugar donde se “sentiría más cómodo”, “en un batllismo mucho más tradicional. Un batllismo más de ‘Viva Batlle’”.
El destino y Mujica
Almagro tiene un retrato de José Mujica colgado en su despacho. En el libro, Almagro hace referencia a su figura y se pregunta qué hubiera sido si el ex mandatario no lo hubiera designado ministro de Relaciones Exteriores durante su mandato. “Tengo el retrato del viejo acá. Siempre pienso: si a Mujica le hubiera caído mal de entrada… (eso es un imponderable porque no sabés por qué le caes bien o mal a la gente)… hoy no estábamos hablando, no nos hubiésemos conocido, probablemente. Hay cosas que no dependen de uno. Como digo siempre: ‘Sean buenos’. Traten de ser buenos. Eso en algún momento paga”.
En una videoconferencia con jóvenes colorados del sector Por el Porvenir, el 16 de junio de este año, le preguntaron si se veía como candidato a la presidencia: “Nunca digo: ‘Nunca voy a hacer esto’, porque después es exactamente lo que me pasa”.
Al ser invitado por el moderador de la charla y presidente del sector del PC, Almagro respondió: “Toda mi dimensión de actuación pública tiene mucho que ver con el Uruguay batllista: escuela pública, liceo público, universidad pública, funcionario público. Aunque originariamente blanco, soy hijo de eso. Por lo tanto, voy a cerrar con un mensaje que es una especie de agradecimiento para todo eso: ¡Viva Brum! ¡Viva Domingo Arena! ¡Viva Batlle!”.
“Un hipomaníaco”
El libro incluye testimonios de muchos testigos de la trayectoria de Almagro. Milton Romani, ex embajador de Mujica en la OEA, lo describió como un hipomaníaco. Psicólogo y ex docente de la Facultad de Psicología de la Universidad de la República, Romani afirma que el ex canciller tiene un “trastorno” de personalidad. “Tiene un trastorno del humor. Esto lo digo desde el punto de vista clínico. No necesariamente es una patología. La hipomanía está compuesta por una exaltación del humor y una actividad muy intensa. El hipomaníaco corre y corre y corre, y no se cansa”.
Anexo
Almagro quiere volver a la política uruguaya y ya se imagina en dónde
La suya es una historia de «múltiples conversiones políticas»: militó durante años en el Partido Nacional y se considera blanco, ingresó en 1999 al MPP liderado por José Mujica (de quien fue canciller durante su presidencia); en 2015 llegó al puesto más alto de la Organización de Estados Americanos impulsado, entre otros, por el tupamaro, quien, a los pocos meses, le soltó la mano por diferencias en el tratamiento del conflicto en Venezuela. Fue expulsado del Frente Amplio en 2018 y apoyado por el gobierno de Luis Lacalle Pou –muy crítico de su rol como canciller– para continuar como titular de la OEA.
Pero ahora el destino guarda un posible nuevo cambio de rumbo, ya que Almagro (57 años) piensa retornar a Uruguay y hacer política desde el Partido Colorado. Así lo narran los periodistas Gonzalo Ferreira y Martín Natalevich en el libro Luis Almagro no pide perdón (editorial Planeta), que explora la vida y la carrera del actual secretario general de la OEA, y que llegará a librerías esta semana.
En el libro, que se nutrió de más de 100 entrevistas y veinte horas de conversación con Almagro, los autores señalan que el nombre del excanciller ha sido objeto de conversaciones entre dirigentes colorados que lo ven como posible carta de renovación y que así se lo han transmitido al propio Almagro.
Consultado para el libro sobre si se ve en el Partido Colorado, Almagró respondió: «Es una buena pregunta. Es muy buena. Siendo blanco, es algo que cuesta, le va a costar a la gente entender. Pero lo dije también cuando dije que me siento absolutamente batllista. Probablemente lo que más sea en este mundo es batllista».
«En el lugar que me sentiría más cómodo es en el batllismo. En un batllismo mucho más tradicional. Un batllismo más de ‘Viva Batlle’ que las variables posteriores», agregó. También contó que habló con el académico colorado Nicolás Albertoni, quien le comentó que «habían tenido una reunión» y que alguien llegó a decir: «el que tiene que estar en el sistema político uruguayo, y el que tiene volver es Luis Almagro».
Los guiños al partido fundado por Fructuoso Rivera no han faltado en el último tiempo. El 16 de junio de 2020, invitado a una videoconferencia de la agrupación colorada Por el Porvenir, cerró su intervención al grito de «¡Viva Brum! ¡Viva Domingo Arena! ¡Viva Batlle!».
«Toda mi dimensión de actuación pública tiene mucho que ver con el Uruguay batllista: escuela pública, liceo público, universidad pública, funcionario público. Aunque originariamente blanco, soy hijo de eso. Por lo tanto, voy a cerrar con un mensaje que es una especie de agradecimiento para todo eso», dijo antes de reivindicar a esas tres figuras históricas del partido.
Aunque Almagro dice que aún tiene un porcentaje de MPP adentro y que «nunca» dejó de ser blanco, hoy tiene cerrada la puerta del Frente Amplio y el Partido Nacional le «queda muy lejos».
En el entorno del excanciller, cuyo mandato en la OEA durará hasta 2025, también sobrevuela la posibilidad de que en su retorno a Uruguay busque ser candidato, aunque Almagro matiza esa posibilidad. «Para mí significaría hacer todo un proceso mental interno que no ha empezado ni voy a empezar yo ni de casualidad. Tendría que hacer un proceso interno. Lo tuve que hacer acá en la reelección en la OEA. Precisé muchos ataques en mi contra para hacerme reaccionar. Si me dejan tranquilo, voy tranquilo a hacer otra cosa. No voy a complicar la vida a nadie (…) Mi nombre no es solución nunca. Si hay algo que calienta a medio pueblo es mi nombre», afirmó.
Si hay una certeza, es que Almagro va a retornar. «Yo quiero volver a Uruguay, voy a volver a Uruguay. A tomar mate, aunque sea. Pero voy a volver», contó a los autores.
De la ayuda a Dilma a la estrategia contra Evo
Más allá de lo que depare su futuro, el libro Luis Almagro no pide perdón también repasa momentos cruciales de su carrera como diplomático y político, y cuenta entretelones de su polémico desempeño como secretario general de la OEA.
Entre ellos, se relata su rol en las elecciones de Bolivia de 2019, en las que acusó de fraude al presidente Evo Morales, que ante los disturbios y la movilización debió renunciar y exiliarse en México y luego en Argentina. Un año después de esos acontecimientos, la victoria en las urnas del candidato Luis Arce (del partido MAS fundado por Morales) reavivó las visiones de que la OEA había contribuido a un golpe de Estado. Pero Almagro sigue sosteniendo que Morales cometió un fraude y que no se puede hacer un «paralelismo» entre los dos comicios.
Además, el secretario de la OEA explica cómo concibió desde un principio la estrategia para desplazar a Morales luego de que un referéndum en 2017 le impidiera la reelección. Almagro, que primero pidió a Morales que respetara el pronunciamiento de las urnas y cuestionara el fallo judicial que posteriormente lo habilitó a presentarse, sorprendió a varios cuando, en mayo de 2019, se declaró en contra de impedirle al líder indígena competir en la elección.
Según cuentan los autores, y admite Almagro, la estrategia consistía en ganarse la confianza de Morales y acudir como observadores del proceso, aunque eso trajera como «costo» una posible victoria legítima del entonces presidente.
Así se lo planteó a Morales en un viaje de ambos a Nueva York en setiembre de 2018: «Tenés que invitarnos para observar. No podés matar a nadie en una manifestación. No podés meter un solo preso político ni inhabilitarme ningún candidato. Y no podés robarte ni un voto. Esas son las tres condiciones mías», le dijo Almagro.
«Ahí abríamos dos posibilidades y cerrábamos una. Abríamos una posibilidad de que Evo ganara legítimamente. Era el costo que tenía eso. Para mí eso era imposible (…) Después abríamos la posibilidad de que la oposición boliviana ganara legítimamente. Y cerrábamos la posibilidad de que Evo se robara la elección. Yo esperaba que no llegáramos a la tercera opción», comentó en una de las entrevistas realizadas para el libro.
El secretario general de la OEA agregó que incluso se preocupó «un poco» cuando empezó a «dividirse la oposición» pero que «al final cerró».
También se reconstruye la ocasión en la que Almagro ofreció una ayuda a Dilma Rousseff, ante el impeachment impulsado por la oposición brasileña. Gonzalo Koncke, jefe de gabinete de la OEA, dijo haber sido «testigo de una conversación con Dilma y sus asesores en la cual Almagro le ofreció llevar el tema al Consejo Permanente de la OEA como un acto de dudosa legitimidad que afectaba las instituciones democráticas de Brasil. Dilma dudó y sus asesores se negaron a tal posibilidad».
El exasesor Gabriel Bidegain dijo que Almagro «fue para adelante» con la idea de convocar la Carta Democrática pero que «Dilma, de cabeza dura, no quiso».
Almagro, por su parte, ratifica que «fue decisión de un par de asesores y de ella» el no usar la Carta Democrática. «Dilma hizo una visita a Uruguay y le preguntaron por Almagro y la Carta Democrática y dijo como que brillaron por su ausencia. Todo el mundo sabe que estuve dos veces ahí jugándome el cuero», agregó.
Ese tipo de intervenciones de Almagro son vistas en el ambiente diplomático como parte de un liderazgo «presidencialista», que se ha alejado de la tónica más parlamentarista de la OEA. El uruguayo, sin embargo, no lo cree así. «Soy el más común de los secretarios generales que existieron en la historia de la OEA», comentó en el libro.
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