Aló…Titanic. La tristeza de no haber sido… Y la tragedia de no poder ser

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Alejandro Tesa

Atardeció el jueves 13 de noviembre de 2008 en la República de Chile con 14 precandidatos presidenciales –formales unos, "al  aguaite" otros–. No son muchos si se los compara con los más de 500 portadores de VIH sin que se sepa cuántos lo ignoran y andan sueltos y felices; lo dramático es que también quizá fornicando. Evidentemente el jaguar necesita retrovirus.

Ha pasado mucho tiempo, quizá más de 40 años, desde que los primeros dos enfermos de sida –un sobrecargo de Air France y un joven turista estadounidense– estuvieron en alguna parte de África. Ambos están muertos y probablemente olvidados. Los dos fueron personas de "alegre" comportamiento sexual. Por eso al sida se lo llamó "fiebre rosa", pensando esos expertos en lemas y consignas que rosado era un buen color para describir la homosexualidad, puesto que las llagas en el cuerpo de los enfermos tienen ese color.

Menos días han transcurrido desde que el pacto –conoceremos con paciencia los nombres de sus firmantes y avales, y no habrá muchas sorpresas– entre la Concertación y la dictadura entró en vigor, pero la coalición de gobierno en Chile ya muestra la incapacidad de su sistema inmunológico; la Alianza por Chile también tiene fiebre: han sido infectados por un virus de ineficiencia democrática.

Dicen que el virus tiene que ver con los monos. Quizá. ¿Usted, "civilizado" componente del Primer Mundo, o que aspira a serlo, iría al África para coger con un primo primate? Se han levantado sospechas de que el VIH se "arrancó" de un laboratorio. Lo cierto, en todo caso, es que sobra poco más de un tercio de la humanidad; es decir: el modo de producción capitalista precisa reducir las falanges del ejército de reserva que procura su supervivencia en ese porcentaje; antes lo aumentaba: maravillas de la vida tecno. Lea ahora lo del Congo otra vez…

La cuenta del ministro de Salud chileno indicó en la tarde del jueves 13 de noviembre que unos 850 portadores de VIH nunca fueron notificados de su carga. El ministro hablaba de padecientes que alguna vez fueron "controlados" por los servicios hospitalarios estatales, se supone que en la medicina privada habrá entre un 25 a 30%  de ese número más. Es decir: unas mil personas en Chile reparten gozosos el virus –bueno, los que no han muerto.

Desde fines de los sesentas (siglo XX) el VIH conoció una rápida y letal manera de propagarse: las donaciones de sangre en un tiempo que, por ser todavía exótica y desconocida la enfermedad, no había modo de descubrirla en los análisis. Fue así que –insidiosamente– llegó a mujeres y niños. A partir de mediados de los setentas la transmisión por vía natural, léase coito, logró que ya en forma de epidemia fuera ridículo discriminarla por identidad sexual: los seres humanos sabemos hacer dos cosas estupendamente bien: acostarnos y matarnos mutuamente.

Políticamente los chilenos ni siquiera discuten. La política murió, o agoniza, en el balcón sobre la mar. Sus ajíes no pican, sus ajos no tienen sabor, su miel se exporta, los peces son minúsculos, sus mujeres fingen, sus hombres creen, sus calles están sucias, sus familias deben lo que no pueden pagar. Y los que trabajan ganan menos que ayer.

Ganó el virus.

 

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