Álvaro Cuadra* / Manifestaciones en Chile: educación y democracia

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En las sociedades burguesas del siglo XIX, Francia en primer lugar, se instituyó “l’éducation publique” de tipo laica y de acceso libre para todos los ciudadanos. Tal logro se entendió, por cierto, como un derecho ciudadano garantizado por el estado. De este modo, el laicicismo se opuso al verdadero monopolio clerical en la educación. | ÁLVARO CUADRA.*

 

1.- Educación pública, gratuita y de calidad
Ese mismo espíritu se instaló en tierras americanas donde el peso de la Iglesia era incontrarrestable en los albores de nuestra república. Sea bajo la forma filantrópica, como las “Escuelas Matte, o como débiles políticas de gobierno, la tendencia fue la misma, ampliar este derecho de la ciudadanía. Los gobiernos de tipo socialista no hicieron sino profundizar esta tendencia modernizadora.

 

Así, el gobierno del Frente Popular encabezado por don Pedro Aguirre Cerda en Chile cuyo lema “Gobernar es educar” es elocuente, otro tanto aconteció con las revoluciones triunfantes como es el caso de Cuba donde una de las primeras políticas del nuevo gobierno fue establecer una radical campaña de alfabetización.

 

Desde otro punto de vista, se puede afirmar que la educación pública fue, al mismo tiempo, una “educación alfabética”. La “lecto-escritura” era el dispositivo axial que organizó no solamente la cultura sino, también, todo el currículo desde el nivel primario hasta la universidad.
La grafósfera, es decir, el universo escritural, organizó la cultura, tanto como modo de producir, distribuir y consumir bienes simbólicos, así como una manera particular de entender el mundo.

 

Esta cultura letrada nos proporcionó una manera de comprender y practicar lo político, cuyos ejes se hallan en la figura del tribuno, pero también en la expansión de la literatura y la prensa.

 

Entre las muchas tensiones que atraviesa hoy la cuestión educacional se encuentra, justamente, un debilitamiento paulatino de la educación alfabética y el advenimiento de una “cultura virtual” que, hasta el presente, no se traduce en una “educación virtual”. Esta nueva “cultura virtual” merece nuestra atención no solo en cuanto la hegemonía tecno industrial plena y de alcance planetario sino y, muy especialmente, como un estadio de la cultura humana en el presente.

 

Las habilidades lecto-escriturales van cediendo su espacio a los signos audio visuales dispuestos en una red digital, estamos ante la emergencia de una “videósfera”. Este nuevo régimen cultural entraña mutaciones en los procesos de socialización y, ciertamente, en el estatuto mismo del saber en las sociedades tardo capitalistas.

 

Conviene tener presente estas consideraciones, pues, atienden a un fenómeno mundial que se relaciona con uno de los reclamos estudiantiles planteados por los estudiantes. En efecto, el reclamo estudiantil posee una doble dimensión: Por una parte, se quiere el reconocimiento de la educación como un derecho ciudadano elemental, esto es, una educación pública gratuita. Se trata de restituir aquel principio que estuvo al origen de la educación pública y oponerlo a la tesis neoliberal que lo asume como un bien de consumo.

 

Se le reclama al Estado que vuelva a ocupar su papel protagónico frente a un mercado voraz e injusto.

 

Sin embargo, más allá del reclamo histórico de los estudiantes por la restitución de un principio democrático de larga data, está contenida una demanda por la calidad de la educación. Contra lo que pudiera pensarse, y por hereje que parezca a primera vista, el problema de la calidad de la educación es mucho más complejo y de difícil resolución que la restitución de su carácter gratuito y público.

 

Esto es así porque no existe, todavía, una pedagogía ni un modo de gestión educacional capaz de hacerse cargo del nuevo “régimen cultural” Se instala, por lo pronto, una interrogante no fácil de responder, qué se debe entender por calidad en el presente siglo. En pocas palabras, no hemos desarrollado una inteligencia pedagógica que garantice un proceso enseñanza-aprendizaje de calidad y a la altura de la época en que nos toca vivir.

 

2.- De la filantropía a la licantropía

Si bien la pregunta por el concepto de “calidad” en la educación en el siglo XXI es más que pertinente, la cruda realidad de nuestro país impone restricciones mínimas. Lo concreto y lo cierto es que el deterioro de la educación en Chile es de tal magnitud y posee tantas aristas que exige morigerar las cuestiones teóricas.

 

Como en muchas actividades del país, incluida la democracia, estamos ante una impostura en que miles de profesores fingen enseñar, miles de estudiantes fingen estudiar y el país finge que se ocupa de la educación de los chilenos.

 

Uuna mirada panorámica al desastroso estado en que nos encontramos debiera considerar, como mínimo, que existen colegios primarios en regiones del país con un profesor único, o que la enseñanza secundaria gasta miles de horas en idioma inglés sin que los estudiantes adquieran las más mínimas habilidades en esa lengua. La gran mayoría de los estudiantes graduados de Educación Media no hablan inglés, pero tampoco “hablan” matemáticas, física, biología y escasamente manejan su lengua vernácula.

 

Estamos certificando a generaciones de estudiantes mal preparados que no poseen, siquiera, las competencias básicas para integrarse al mercado ocupacional. A esto se agrega un contingente de profesores con una formación universitaria débil, mal pagados, escasamente valorados socialmente, ayunos de estímulos y ajenos a políticas de perfeccionamiento y capacitación.

 

Todo ello en un marco jurídico y administrativo aberrante en que la figura de un “sostenedor” convierte la educación en un negocio y su presencia en un lastre para cualquier reforma, mientras los gobiernos locales, municipios, han resultado incapaces de administrar mínimamente los colegios a su cargo.

 

Todo en el deprimente escenario de edificios en mal estado, sin calefacción donde, muchas veces, el problema no es la enseñanza sino el almuerzo, el desayuno, la violencia o el consumo de drogas.

 

A nivel universitario la situación no es más alentadora, si bien la ley cualifica estas instituciones como entidades “sin fines de lucro”, todos saben de la figura legal de una inmobiliaria asociada que permite burlar la ley. Si antaño fue la filantropía burguesa la que se sumó a los esfuerzos educacionales del país, hoy es más bien una suerte de licantropía la que preside el mercado de la educación superior.

Tal como reza el antiguo adagio latino Homo homini lupus, en Chile muchos empresarios de la educación se han convertido en lobos, cuyo objetivo central es lucrar con el derecho de sus semejantes a la educación, endeudando a miles de familias que invierten sus esfuerzos para formar y educar a sus hijos.

 

Esta visión crítica, sin embargo, no debe llevarnos al pesimismo absoluto. Asumir el estado catastrófico en que nos encontramos es ya un primer paso. Las manifestaciones de los estudiantes, casi inadvertidamente, constituyen un signo alentador y ponen la cuestión en una dimensión política y moral.

 

Los cientos de miles en las calles están testimoniando la conciencia de que lo que está ocurriendo con la educación en Chile no está bien, y mejor aún, los estudiantes nos están diciendo “esto que acontece en nuestro país no es correcto” Ha cristalizado en este momento la conciencia histórica de que nuestra sociedad debe plantearse cambios de fondo.

 

3.- Las encuestas y la desmovilización estudiantil

El actual gobierno de derechas, con el auxilio de la máxima autoridad eclesiástica, busca desalentar a los jóvenes que protestan mediante llamados a la paciencia y esgrimiendo sondeos según los cuales nadie quiere violencia callejera ni “tomas” de colegios. Se argumenta que la movilización estudiantil se habría desnaturalizado para convertirse en una demanda política.

 

Las autoridades buscan instalarse en cierto “sentido común”, insistiendo en lugares comunes que no atienden al fenómeno estudiantil. Lo primero que habría que advertir es que la movilización estudiantil es, por definición, un acontecimiento político y social. Si bien la demanda de los estudiantes se enmarca en el ámbito educacional, es claro que su horizonte interpela el actual estado de cosas en nuestro país. De suerte que la instrumentalización de sondeos o los llamados de la Iglesia constituyen, esencialmente, gestos políticos destinados a la desmovilización estudiantil.

 

La movilización de los estudiantes se suma a los reclamos en sordina de otros movimientos sociales. Se trata de una movilización democrática que demanda cambios político institucionales. El ordenamiento político e institucional de nuestro país se basa en una “gramática” estatuida en la constitución.

 

En rigor, estamos sumidos en una cultura gramatical, un universo en que lo legal y lo ilegal está estampado en “un libro”. Ahora bien, sabemos de sobra quién y con qué propósito escribió dicho texto constitucional en la década de los ochentas del siglo pasado.

 

La movilización social democrática entraña, necesariamente, un horizonte político que no puede ser otro que abolir “el libro” cuya legalidad consagra la injusticia, sometiendo a las mayorías a condiciones paupérrimas en todos los aspectos de la vida a favor de grandes intereses económicos. El reclamo democrático no podría ser otro que poner término a una constitución antidemocrática. Todo gesto por desmovilizar y desprestigiar el movimiento estudiantil, como hace el gobierno de la mano de dignatarios religiosos, afirma, consciente o inconsciente de ello, una legalidad profundamente inmoral e instituida como gramática oficial hace tres décadas por una dictadura militar.

 

4.- Riesgos y perspectivas

Un distinguido analista político , propone una visión comparativa entre las movilizaciones estudiantiles de la actualidad respecto al año precedente y detecta lo que él llama “El desinfle del año después”, en una línea próxima al actual gobierno que exhibe cifras según la cuales la ciudadanía rechaza las “tomas” y todas las formas de violencia. En un gesto temerario llega a plantear la pregunta: “¿Por qué fracasan o terminan diluyéndose los movimientos sociales?” que pretende reeditar entre nosotros la interrogante propuesta por Gladwell: “Why the Revolution will not be tweeted?”

 

Las revoluciones no pueden ser fruto de tales o cuales tecnologías. Éstas, en efecto, catalizan fenómenos históricos y sociales pero no se constituyen como agentes de cambio en sí mismas. No obstante, ello no autoriza a pronosticar, en la actualidad, el fracaso los diversos movimientos sociales que se están dando en el mundo entero. La experiencia egipcia, por ejemplo, demuestra que un movimiento ciudadano ha sido capaz de hacer caer un gobierno y cambiar el rumbo histórico de ese país.

 

En el caso de Chile, es cierto que entre nosotros se afirmó una institucionalidad partidocrática que administró lo político, tempranamente, durante gran parte del siglo XIX y XX, debilitando el desarrollo movimientista como ocurrió en otras latitudes. Sin embargo, estamos lejos de aquel mundo republicano e ilustrado en que los partidos políticos poseían un arraigo entre los ciudadanos.

 

El síntoma inequívoco del presente político es la crisis de los partidos. En estas circunstancias históricas, anunciar el fracaso ineluctable de los movimientos sociales resulta, por lo menos, incierto.

 

Más que a una “enfermedad infantil”, estamos asistiendo a la irrupción de diversas formas de demandas ciudadanas en un espacio político donde los partidos están debilitados o ausentes. Lo que advertimos en la actualidad no es el fracaso de los movimientos sociales sino, por el contrario, un fracaso de los partidos políticos cautivos de un orden binominal y cooptados por una democracia de baja intensidad diseñada por las elites durante la dictadura que muestra cada día sus arrugas y fisuras.

 

Todo movimiento social, como cualquier empresa histórica, tiene riesgos que son fruto de sus propias tensiones y del asedio constante desde el poder. Como en toda genuina experiencia histórica nada está garantizado de antemano, en este sentido estricto, la movilización estudiantil chilena es aprendizaje.

 

No es posible predecir un derrotero ni, mucho menos, un resultado final. Solo nos cabe constatar su dinámica presente, su abigarrada presencia como demanda política y social.
——
* Semiólogo.
Investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados. Universidad de Artes y Ciencias (ARCIS), Chile.

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