Álvaro Cuadra / Máscaras

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La candidatura de la derecha encabezada por el señor Sebastián Piñera nos tiene acostumbrados a un cierto travestismo que preside su discurso. No estamos ante alguna frívola extravagancia retórica ni ante un juego poético del candidato, se trata más bien de una estrategia muy estudiada para revestir el frío discurso neoliberal con algunos elementos que oculten sus aristas más filosas y ríspidas.

Hace algunos años, el candidato adscribió públicamente al “humanismo cristiano”, como una calculada estrategia comunicacional para atraer adeptos de un sector democristiano, instalado una brecha respecto de la candidatura socialista de ese momento. En esta segunda vuelta de las elecciones presidenciales, con el mismo desparpajo de siempre, el candidato derechista proclama su adhesión al “progresismo”. Esta vez, como es obvio, se trata de engañar con palabras melifluas a los electores que votaron por ME-O en la primera vuelta.

La única opción “ideológica” conocida de nuestra derecha la constituye el neoliberalismo como modelo económico, es decir, la más amplia libertad para el capital y los negocios. Todo lo demás se subordina a este precepto, por tanto, da lo mismo declararse “humanista cristiano”, “progresista” o “aliancista-bacheletista”. Lo único cierto es que los principios del candidato de la derecha se enmarcan en una suerte de “pragmatismo” a ultranza. Este tipo de pensamiento es, básicamente, “performativo” y “amoral”.

La ideología neoliberal fue la estrategia de los gobiernos conservadores de la década de los ochenta del siglo pasado para revitalizar el alicaído capitalismo internacional de entonces. Sus representantes más notables fueron Ronald Reagan y Margaret Thatcher. La derecha chilena, bajo el amparo de una dictadura militar adhirió muy tempranamente a este modelo, con las consecuencias que todos conocemos.

La crisis económica mundial en la que todavía estamos sumidos se explica, precisamente, por los excesos de esta ideología conservadora que convirtió el mundo financiero internacional en un juego de “casino”, hundiendo con sus apuestas a países enteros. Desde el punto de vista de la “performatividad” de este sistema económico, la pobreza y el dolor humano no constituyen variables relevantes.

El candidato derechista, señor Sebastián Piñera, pretende reeditar esta vieja receta en el Chile del siglo XXI como una manera de seguir garantizando jugosas ganancias a las grandes empresas, entre las cuales se cuentan las propias, ciertamente. Para alcanzar su objetivo, poco le importa utilizar cualquier máscara que le acomode para seducir incautos. Si ayer defendía en público con vehemencia la figura del general Pinochet ante su detención en Londres, hoy se declara “progresista”, aunque sigue oponiéndose con la misma pasión a cualquier cambio constitucional que ponga fin a la herencia del dictador.

Contra lo que pudiera creerse, no hay contradicción ni ambigüedad alguna: la cuestión es clara, mientras el orden económico permanezca firme e inamovible, garantizando altas tasas de utilidad a las empresas, cualquier impostura es una máscara política legítima y útil.

A.C. es doctor en semiología, Universidad de La Sorbona, Francia. Investigador y docente de la Escuela Latinoamericana de Postgrados, Universidad ARCIS, Chile.

 

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