Álvaro Urtecho. – UN POETA GENEROSO

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Al poeta Álvaro Urtecho lo conocí allá por el año 1977 en San José. Tenía, en ese entonces, una novia nicaragüense que trabajaba en una oficina de abogados cerca del célebre y elegante restaurante El Escorial (hoy el popular y bullicioso bar La Embajada) donde solía permanecer el poeta escribiendo, leyendo y tomando cerveza u otras bebidas más eficientes. Allí lo conoció mi novia (según entiendo él la abordó con su característica parla nica), y allí me llevó luego de contarle que tenía un novio “poeta”.

Supongo que a Álvaro no le hizo mucha gracia conocer a un inédito e imberbe poeta, además tico, y que, para rematar, noviaba con una hermosa nicaragüense. A regañadientes me invitó a sentarme a su mesa e inició un directo y claro interrogatorio: Anjá poeta, y ¿qué lees? ¿Cuáles son tus poetas favoritos? ¿Conocés a fulano y a mengano? ¿Qué pensás del exteriorismo? Era un auténtico profesor, casi inquisidor, interrogando a uno de sus pupilos. Pero a su vez transparentaba una aureola de franqueza y de generosidad reconcentrada.

Mi timidez, entremezclada con la emoción de conocer a un verdadero poeta, pariente, por lo demás, del maestro José Coronel Urtecho, me hacía balbucear respuestas equívocas y barruntar lugares comunes. Recuerdo especialmente la profundidad de la conversa al explayarse sobre Antonio Machado, a quien solamente conocía en la superficie, es decir, a través de la musicalización de sus versos por parte de Joan Manuel Serrat (a quien idolatraba el poeta “maldito” colombiano Raúl Gómez Jattin, según me entero muchos años después).

La conversa fue penosa para ambos. Mi timidez rayana en el silencio y su erudita y amplia conversa no hicieron migas. De seguro Álvaro se sintió decepcionado y yo me fui con un sentimiento análogo rumiando lo mucho que debía leer para poder llegar a ser un verdadero poeta. Por supuesto, mi novia, generosa en su ceguera admirativa hacia el novel “poeta” sancarleño –y a quien, lastimosamente, no veo desde entonces– pensaba todo lo contrario.

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No volví a encontrarlo hasta entrados los años noventa. Había pasado mucha agua debajo del puente de una Nicaragua sandinista y revolucionaría y de una Costa Rica también sandinista y solidaria devenida, por artes de birlibirloque de los «mas media», en feroz enemiga de la revolución. En variadas ocasiones conversamos y por suerte nunca recordaba aquél penoso encuentro en El Escorial. Posiblemente la abundante cerveza que libaba aquélla tarde del 77, o la insignificante visita de un desconocido aspirante a poeta, le hicieron, con justicia, olvidarlo.

Álvaro estudió filosofía en la Universidad de Costa Rica y fue discípulo del conocido pensador hispano-tico Constantino Láscaris. De esos recuerdos conversamos muchas veces en Managua, donde me obsequió, sin preámbulo ninguno, su estupenda Cantata estupefacta, la cual guardo como un tesoro firmada por el autor.

Una de las ocasiones que más recuerdo es una reunión, de esas espléndidas que suele organizar la poeta Blanca Castellón en su casa de habitación en Managua, con motivo de una de mis visitas para organizar el Encuentro Centroamericano de Escritores en ésa ciudad. Allí estaban Francisco de Asís, “Chichí” Fernández y su esposa Gloria Gabuardi, Fernando Antonio Silva y su esposa Isolda Hurtado (como se ve, en Nicaragua los y las poetas suelen casarse entre sí), Ariel Montoya e Iván Uriarte, entre otros dilectos amigos nicaragüenses. Y por supuesto Álvaro quien, luego de una lectura colectiva de poesía, nos delectó con sus imitaciones de poetas vivos y muertos; espectacular fue la del maestro Martínez Rivas por su exacta y delirante manera de interpretación.

No voy a repetir lo que ya se ha dicho respecto del poeta, filósofo, periodista cultural, ensayista y profesor universitario de profunda e intensa actividad intelectual. Sin embargo, para el lector costarricense (y latinoamericano) es importante señalar que Álvaro, además de poeta, fue editor y columnista de periódicos y suplementos culturales en Nicaragua y en algunos países centroamericanos, y que se le considera el poeta del amor, el ser y el tiempo.

Entre sus obras destacan: Cantata estupefacta y otros poemas (1986); Cuadernos de la provincia (1994); Esplendor de Caín (1994); Auras del milenio (1995), Tumba y residencia (2000) y Tierra sin tiempo (2007).

Álvaro Urtecho consideraba que la poesía se produce con la emoción más que con la inteligencia, y sin negar que es imposible expresar una emoción poética sin recurrir a la racionalidad, aborda en su poesía, como él mismo señaló, tanto la problemática de la vida como muerte y de la muerte como vida; la temporalidad y lo cósmico relacionado con el hombre, así como la problemática del mal y odio humano; la existencia, la maternidad, el amor y la mujer.

Sirva esta reseña teñida por mis recuerdos para homenajear a uno de los grandes poetas nicaragüenses contemporáneos quien recientemente nos abandonó. Que la poesía, generosa con quienes generosos son, lo guarde en su enigmática historia.

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*Escritor.

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