Ambiente “La Tierra se desangra…”

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

El puerto de San Francisco, en California, centró en buena medida los actos universales del Día del Ambiente el cinco de junio. En la ruta de los frailes misioneros cuando el territorio pertenció a España–, que se hizo conocido en todo el mundo por los millares que desembarcaron en sus muelles para correr tras la quimera del oro a mediado del XIX, y que poco más de un siglo después albergó el comienzo de la “revolución de las flores” y la militancia por la no discriminación sexual, la lucha contra el sida y la liberación de la marihuana se apresta a encabezar la tardía reacción urbana ante la depredación que padece el planeta.

Pronto se difundirá el Atlas mundial publicado por el Programa de la ONU para el Medio Ambiente (PNUMA), en conmemoración del Día Mundial del Medio Ambiente. Son fotografías captadas por los satélites que orbitan la Tierra, y en él se destacan con nitidez los cambios provocados por la acción humana en los últimos 30 años.

La deforestación, el modo en que se usan los suelos, la desaparición de ecosistemas, los mono cultivos y el crecimiento de las ciudades son capítulos que, en conjunto, marcan lo más visible de la saga depredadora estimulada por el sistema económico vigente.

Afecta con distintos niveles de daño al ambiente natural la reducción de las selvas tropicales en Asia y América del Sur – en especial la enorme destrucción de la Amazonia, los cultivos de crustáceos y moluscos, la actividad minera y las industrias que se instalan con mínimos resguardos para el entorno.

El crecimiento de las ciudades motivó a Klaus Topfer, director del PNUMA, para decir: “La batalla por un mundo estable desde el punto de vista ambiental será ganada o perdida en las ciudades”. Por ello la ONU se ha fijado en las urbes, porque son las mayores consumidoras de energía y generadoras de basura y contaminación.

Según Kofi Annan, Secretario General de la ONU, pronto, para 2030, el 60 por ciento de la humanidad vivirá en terrenos urbanizados. Si se considera el fracaso de la buena voluntad expuesta en los “objetivos del milenio” –iniciativa que pretendió para 2015 reducir los índices de miseria, mejorar la educación y las condiciones materiales de vida en las economías menos desarrolladas–, lo que se debe a la falta de compromiso de los países ricos, hablar del probable “colapso” de la Tierra ya no es ciencia-ficción.

Entre los objetivos de Desarrollo del Milenio que la ONU se fijó hace cinco años, figura reducir a la mitad el porcentaje de personas que carecen de acceso al agua potable y que viven con menos de un dólar al día para 2015. En la actualidad –recordó Annan– “Uno de cada tres habitantes urbanos vive en viviendas precarias (…) la seguridad ambiental es escasa y la planificación irregular”.

CIUDADES VERDES

Ante el crecimiento por ahora inevitable de los espacios urbanos, no pocos expertos afirman que no basta la acción de las autoridades edilicias para la preservación de los ecosistemas naturales; uno de los mayores desafíos es incentivar las políticas ambientales en todo el planeta y convertir a los ciudadanos en agentes activos del desarrollo sostenible.

La pretensión tiene pocas probabilidades de concretarse. Las ciudades han dejado de ser unidades urbanas para escindirse y reorganizarse al compás de la realidad económica y cultural que divide a sus habitantes según el estilo de vida que permiten los ingresos de cada sector.

Si bien las ciudades todavía son el mercado donde es posible aprovisionarse y en sus alrededores se hayan las fuentes de trabajo, en su interior las divisiones incluso geográficas las convirtieron en campos de lucha social en los que resulta imposible proteger el ambiente natural.

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En América Latina el centro histórico de las ciudades –el área que alberga tradicionalmente los nodos políticos, administrativos, judiciales, comerciales, de diversión, etc…– se convierte aceleradamente en “tierra de nadie”. Las clases y sectores de mayores ingresos se han mudado a los llamados “condominios” o “barrios privados”, verdaderos recintos amurallados en la periferia, en los que sus habitantes cuentan con todas las instalaciones necesarias para desarrollar su vida sin necesidad de “viajar” al centro: policia privada, escuelas, universidades, centros comerciales, clínicas.

En el otro extremo, los habitantes más pobres viven recluidos en áreas donde abundan las viciendas precarias, los servicios urbanos son deficientes, el transporte público de pasajeros inseguro, la vigilancia policial insuficiente…

El asunto que movilizó la conmemoración del Día del Ambiente fue «Ciudades verdes» y el lema de las actividades «Un plan para el planeta», pero nadie recordó que la concreción de tales ideales pasa, primero, por la solución a los problemas de las mayorías, que se traducen en brindar ingresos dignos a través del trabajo de los jóvenes y adultos y educación para los niños y jóvenes. Todo ello significa redistribuir la renta de los países dentro de escalas razonables y la recuperación por el Estado de sus obligaciones sociales. Algo que no está en la mira de la mayor parte de los aspirantes a estadistas latinoamericanos.

Los grandes problemas de la población urbana: en especial la pobreza, la prostitución infanto-juvenil, la delincuencia, la drogadicción, las tarifas inaccesibes de los servicios públicos, basurales a tajo abierto, destrucción de árboles, contaminación irrefrenable, etc…, no tienen solución si no se crean fuentes de trabajo estable bien remunerado, no se activa una política de salud pública eficiente, se ponen en marchas servicios públicos mínimos, se crean escuelas y centros de estudio, se proyecta un plan de deportes, en fin, y se pone coto a la depredacón ambiental de las industrias y otras actividades económicas.

EL PLANETA HERIDO

De cualquier modo la conmemoración del Día del Ambiente, estimulado por la ONU, constata que, finalmente, la ciudadanía y las autoridades locales al parecer han comenzado a oír a los grupos ambientalistas.

En China, por ejemplo, casi un millón de personas asistieron a la ceremonia inaugural de un programa llamado «Restablecer la red de la vida a lo largo del Río Yangtse» en 12 provincias y municipios a lo largo de los más de 6.200 kilómetros del río más largo del país.

El ingreso de China al baile global ha significado un aumento brutal de la contaminación atmosférica y terrestre por efecto de las industrias.

En la Argentina decenas de voluntarios exigiron detener la contaminación del Río de la Plata. Su acción fue limpiar las riberas. Y en Buenos Aires Greenpeace citó a una reunión, junto otros grupos ciudadanos, para reclamar la sanción de la ley ‘Basura Cero’, que prevé la separación de residuos orgánicos e inorgánicos para ser reciclados.

Quienes participaron en la protesta procedieron a demostrar una forma de separar los residuos, que luego fueron doonados a una cooperativa de cartoneros, cuyos miembros diariamente salen a las calles con sus familias a recoger papeles y cartones de los cestos de basura para venderlos a empresas recicladoras.

En México el gobierno reconoció su impotencia para lidiar con la basura, que la erosión avanza por casi todo el territorio, que existen ecosistemas dañados con residuos peligrosos que se dejaron al aire libre por décadas y que su más grande pasivo es la carencia de educación ambiental.

En 50 años el país perdió la mitad de sus bosques y selvas y, con ellos, todas las especies animales y vegetales que ahí habitaban; el 59 por ciento del territorio mexicano es un desierto. También se calcula que la mitad del agua dulce disponible para beber y que se obtenía de cuerpos superficiales y subterráneos se ha perdido. El recurso que queda apenas alcanza para los próximos 15 años. Si no se actúa, después de ese plazo México enfrentará una crisis de agua.

«Se terminó el agua barata. Ahora sigue el agua cara», avisa el gobierno, y añade que se empezará a trabajar para disminuir los niveles de consumo y pasarlos de 300 litros por persona al día, a 180 litros. El cálculo es engañoso, por cuanto mete en un miso saco estadístico el consumo de agua por parte de la actividad indistrial, minera y agrícola y suntuario y el consumo doméstico de la mayor parte de la población.

No obstante poseer entre 10 y 12 por ciento del total de recursos conocidos en el planeta, México basa su economía particularmente en sólo uno: el petróleo; éste, sin embargo, implica anualmente al país, pérdidas millonarias en dólares por los contaminantes que produce y que afectan la salud de la población –las tasas de mortalidad prematura en niños y ancianos tienden a acelerarse por causa de enfermedades respiratorias– y la actividad productiva del país.

Si la situación mexicana es algo más que grave, en Centroamérica la situaciòn no es mejor. Según el último informe Geo sobre el estado del medio ambiente en Nicaragua, hasta 2003 el país estaba cubierto por un 43.1 por ciento de bosques, mientras que el 37.4 por ciento era de uso agropecuario. Hace 50 años, la cobertura boscosa era del doble. Nicaragua parece no tener marcha atrás en su camino a convertirse en un extenso desierto.

Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), el promedio de deforestación regional es más del doble del promedio mundial.

Con cifras similares a las de El Salvador –4.6 por ciento de deforestación anual–, Nicaragua está entre los países con índices negativos. Sólo entre 1997 y 1998, perdió 900 mil hectáreas de bosques, la cifra más alta de Centromérica según la FAO, aunque advierte que el huracán Mitch y el fenómeno El Niño incidieron en el hecho.

Sin embargo el hombre no está libre de culpa. El sector agropecuario abarca el 37.4 por ciento del territorio nacional. Los bosques cerrados (poco intervenidos por el ser humano) le siguen con el 24.30 por ciento y los bosques abiertos (donde las copas de los árboles no están juntas) ocupan el 14.88 por ciento.

La frecuencia con que desaparecen los bosques ha llevado al gobierno a pensar en una extensa veda forestal, de lo contrario para mediados del siglo los niños sólo conocerán los bosques en las fotografías antiguas de Nicaragua. El ecólogo Kamilo Lara, de la Fundación para el Desarrollo Social y Urbano, contabiliza 73 especies amenazadas de extinción o con vedas indefinidas, ríos desaparecidos y el 70 por ciento del agua potencialmente contaminado. En los últimos diez años se han producido 57,640 incendios forestales.

En Chile la lucha por la conservación de la naturaleza tiene ribetes que, si no fueran tan graves, parecerían un argumento de novela picaresca. A la complicidad criminal de la Corte Suprema de Justicia con una planta de celulosa responsable del ecocidio de un santuario natural cerca de la ciudad de Valdivia, que ahora puede seguir vertiendo contaminantes y amenazar seriamente la salud de los habitantes de esa misma ciudad –la Corte admitió como bueno un informe falsificado que relativizaba las emisiones–. Pero a esta actitud de las autoridades encargadas del monitoreo y protección ambiental que no cumplen sus responsabilidades, se suman otros desastres anunciados.

Por ejemplo, el proyecto minero Pascua-Lama en el norte –que afecta gravemente también a la Argentina–; la no completamente abandonada idea de instalar una planta industrial de aluminio en el sur, rechazada por la población; los desastres ambientales de la crianza de salmón, a los que se suma el anuncio de la probable instalación de criaderos de esturión, y la sempiterna destrucción de los bosques naturales, “la selva fría del sur”.

RADIOGRAFÍA DEL MIEDO

El panorama pesimista en América Latina presenta una faceta aún más grave. Desde que en 1972 se realizó en Suecia la primera conferencia internacional sobre ambiente, en Estocolmo, en la que participaron 113 países, los problemas no han disminuido. El documento Perspectivas del medio ambiente (conocido como GEO) del PNUMA señala que la pobreza y, paradójicamente, el consumo excesivo ejercen una presión enorme presión sobre el ambiente natural.

Uno de los problemas más dramáticos es la pérdida de la superficie mundial de bosques: no menos de 94 millones de hectáreas en los últimos diez años, equivalentes al 2.4 por ciento del total existente. Se deforestó a un ritmo de 14.6 millones de hectáreas al año reforestándose sólo 5.2 millones de hectáreas en el mismo período.

Los bosques naturales no se reforestan reponiendo las especies muertas, sino con otras de rápido crecimiento que, en muchas ocasiones, agravan el asunto por los cambios que provocan en el suelo y sobre la fauna y flora del lugar: «Se pierde a una tasa varias veces superior a la de la extinción natural, debido a conversión de tierras, cambio climático, contaminación, explotación no sostenible de recursos naturales e introducción de especies foráneas».

Se estima que en la actualidad el 24 por ciento de las especies de mamíferos están amenazadas y 12 por ciento de las aves.

EL PNUMA señala, en otro acápite que casi un tercio de la población mundial vive en países que padecen problemas serios de acceso a recursos hídricos; el consumo de agua representa más del 10 por ciento de los recursos renovables del líquido. Alrededor de 80 países, que constituyen 40 por ciento de la población mundial, sufren diversas formas de escasez de agua.

AMAZONIA RUMBO AL DESIERTO

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Si América Latina y las islas del Caribe sufren un acelerado proceso de destrucción de bosques, éste se convierte en un desastre de proporcioines incalculables en la región amazónica. Sólo en 2003 se perdieron –informes oficiales– 2.5 millones de hectáreas de selva en la Amazonia, zona que contiene la mitad de la diversidad biológica del planeta. Según el PNUMA, «sólo en 2003 se perdieron 2,5 millones de hectáreas en la Amazonia. En México desaparecen más de 700.000 hectáreas de bosques por año; Centroamérica tiene la principal tasa de deforestación del planeta; los países andinos pierden 300.000 hectáreas de bosques por año».

La tasa de deforestación en Brasil en la década 1991/2000 fue de un 0,4 por ciento anual, en Argentina de un 0,8 y en México de un 1,1 por ciento. «Esto significa una intensificación de procesos de deforestación en los últimos años: en los 90 totalizaron más de 46 millones de hectáreas de reducción de bosques» en los 33 países de América Latina y el Caribe.

La masa boscosa creció sólo en Uruguay, Costa Rica y Cuba. “Tres países pequeños con importantes programas ambientales; en todos los demás continúa la tendencia a disminuir su cubierta forestal».

Brasil, en cuyo territorio se despliega la mayor cantidad de bosques de América Latina y del Caribe y tiene lugar el mayor volumen de deforestación, informó recientemente que ésta progresa en la Amazonia a un ritmo de 1,7 millones de hectáreas anuales. La tala de árboles en la Amazonia brasileña durante la pasada década aumentó un 32 por ciento, pasando de 14.000 a más de 18.000 kilómetros cuadrados (1,8 millones de hectáreas) por año.

Funcionarios del gobierno brasileño admiten que desde 1990 su país ha perdido un 16,5% de su masa boscosa. En la vecina Argentina se asegura que se invierte para contener el proceso de tala y deforestación, pero debe admitir que hay un decrecimiento de los bosques en todo el país.

Fuentes ambientalistas estiman que la selva amazónica se ha reducido en algo más que el 16.5 por ciento reconocido: afirman que es de no menos del 20 por ciento en la última década; la deforestación prosigue a ritmo acelerado para abrir pasturas al ganado bovino y los plantíos de soya genéticamente modificada; en la zona norte amazónica, por otra parte, en una extensa área fronteriza entre Brasil, Colombia y Venezuela se evalúa el daño y la contaminación que causan las explotaciones de yacimientos minerales.

Entre Brasil y Veneuela el tendido de redes eléctricas y obras viales ponen en peligro, ya no el modo de vida, sino la vida misma de las comunidades originarias.

En América Latina hace escuela el triste apotegma de un ministro de Economía chileno: la protección del ambiente no es un factor que deba detener el desarrollo. Esta ideología de neta formulación estadounidense –que recibe el aplaudo de los “inversores” al estilo de la compañía minera Barrick, fabricantes de celulosa que han comenzadao a contaminar el río Paraná en la Argentina y entusiastas empresarios de diversos rubros, como la pesca industrial que fuerza la cesantía de miles de pescadores y depreda los océanos– es el símbolo más claro de un modo de producción que determina un sistema económico, político y cultural que debe ser aniquilado –antes de que el planeta se convierta en una piedra estéril–.

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