América, el inmutable y permanente desangre

1.220

Lagos Nilsson.

A las cinco de la mañana de un día reciente de este invierno (hace 48 horas de creer a testigos) murió en la calle un bebé de 15 días. Partió a "esos caminos de sombra" desde los brazos de su madre debajo de una autopista de Buenos Aires, en la intersección de las calles 25 de mayo y Pichincha. Se sabe: los pobres mueren en cualquier parte y de cualquier modo.

¿Qué hacía a esa hora helada una mujer con su hijo? Nada. Probablemente estaba desesperada invocando a su dios insondable y por solidaridad humana. Probablemente también lo único caliente a esa hora era el cuerpo de la guagua que agonizaba.

Como en Santiago o en Lima o en Asunción o en Caracas o en México… Los pobres de Buenos Aires, cuando "están secas las pilas de todos los timbres" duermen en la calle. En este caso es una familia que vive debajo de una autopista desde el mes de marzo.

¿Por qué? Porque la pensión que la oficina de asuntos sociales (o como quiera que se llame) del gobierno de la orgullosa Ciudad Autónoma de Buenos Aires, que les pagaba un cuarto para pobres dejó de pagarlo y fueron echados a la calle. Eran fracasados, no emprendedores.

Paola Fernández, 26 años y Marcos Navarro, alrededor de 46 son los jefes de hogar; el bebé asesinado (porque dígase lo que se diga es un asesinato perpetrado por la sociedad o que la sociedad consiente) era de ambos; ella aporta a la familia otros tres o cuatro niños pequeños.

¡Ah, el tipo es un vago! No. Cuesta conseguir trabajo cuando se es peruano y los papeles son esquivos; Marcos recién pocos días antes comenzó a hacer planes: después de que lo contrataron en una panadería.

El pequeño cadáver yace en la morgue (¿hay una morgue infantil?) en el Hospital Garraham y su madre y padre no saben qué hacer ni cómo darle eso que llaman "cristiana sepultura", toda vez que ellos carecen de una "cristiana vida". Como cientos de miles de personas en este continente de represas, emprendimientos mineros, transgénicos, salmones que son criados envenenados, altas torres de oficinas y frustrados futbolistas.

Si logran sepultar a su bebé Paola y Marcos tratarán de oír en el carnaval de la vida una palabra humana. Difícil, como siempre "tras la última paletada", escucharán silencio.

Como cuando muere un bebé o un anciano que no importan en algún hospital de cualquier ciudad importante de nuestros proyectos de sociedades organizadas para algo más que no sea la explotación sin misericordia, nadie dirá nada y el hecho será, si se lo registra, prontamente olvidado.

Tal vez piensen esos que mandan que hay mucha gente sobre la Tierra.

También podría gustarte
Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.


El periodo de verificación de reCAPTCHA ha caducado. Por favor, recarga la página.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.