El gran reto planteado a la educación para el siglo XXI, es el de estimular la creatividad. Es absolutamente indispensable, sobre todo en los llamados países del tercero, cuarto, o quinto mundo, que dirijan su enseñanza con un criterio de formación de excelencia y de desarrollo de la creatividad, porque de otra manera quedaremos relegados más que nunca a la condición de exportadores de obra de mano barata.
Necesitamos urgentemente crear centros de perfección donde los mejores puedan llegar a ser excelentes y producir cosas que realmente nos coloquen en el primer nivel, al menos en determinados campos.
Para lograr esto tenemos fundamentalmente que huir de esa pedagogía de la igualdad. No me refiero ni a las elites ni a las aristocracias, sino a retos: desarrollar el talento. La línea media no estimula a los buenos y no hace mejores a los malos. En consecuencia hay que reestablecer en la educación el desafío como criterio fundamental de realización personal.
Esto no es fácil lograrlo, sobre todo cuando hay un cierto igualitarismo mal entendido que ha llevado a una especie de mediocrización pedagógica; no es fácil porque la ventaja de esa pedagogía igualitaria, consentidora y complaciente es que no sólo disimula al mal estudiante, sino que encubre al mal profesor.
Y también enmascara malos hábitos de aprendizaje y enseñanza, porque no tiene necesidad de enfrentar retos, y en consecuencia es una decadencia constante y permanente de los niveles educativos. No he creído nunca que la educación sea unidireccional, buenos alumnos hacen mejores profesores, y esto es fundamental.
La educación llego a este estado porque fundamentalmente confundimos lo que es una realidad -es decir: la instrucción como canal de promoción social vertical- con lo que llamaríamos una democratización elemental, quijotesca o romántica. Hay otros medios por los cuales los hombres pueden ascender socialmente. Lo malo es que cuando la enseñanza se convierte en la única vía para ese ascenso se llega necesariamente a lo que se llama una «educación precaria», que se define siempre por la necesidad del que está más bajo en capacidad o en su preparación para alcanzar su labor educativa -tanto de alumnos como de profesores-.
La pedagogía de la igualdad nos ha conducido al deterioro de los títulos. La capacidad tiene que medirse de alguna manera, y la tradicional son los diplomas. ¿Por qué?, porque los títulos acreditan un esfuerzo, una realización. Esto no quiere decir que todos los que tengan grados estén igualmente preparados para el trabajo. Como en todas las profesiones, en todas las actividades, la iluminación puede ser la misma, pero la aptitud, la creatividad, la capacidad no esta democráticamente distribuida.
El profesional que hay que formar para este siglo, debe ser fundamentalmente una persona que sea capaz de asumir su propia realidad como individuo, su propia realidad como parte de un grupo, de una sociedad y de un país, y aplicar su conocimiento, su creatividad, su esfuerzo a la identificación y a la promoción de líneas de desarrollo en cualquier campo. No estoy refiriéndome a las llamadas ciencias puras en su más alto nivel, sino en cualquier campo. La posibilidad de excelencia esta abierta a todo al que se empeñe con verdadera dedicación y esfuerzo. No es un llamado ilusorio el llamado de la excelencia. La he visto en muchísimos campos: desde el artesanal, agrícola hasta las ciencias más avanzadas. Hay que establecer la competencia de la perfección.
¿Es la educación rentable, socialmente? No me queda la menor duda que una persona con un grado de educación siempre será socialmente más útil que un individuo sin ningún grado de instrucción… pero está el problema real del costo social de la educación.
Hay áreas en las cuales nuestros países sencillamente no están en condiciones de competir, me refiero a esas áreas donde se requieren cuantiosas inversiones para poder desarrollar ciertas investigaciones. Incluso en los países desarrollados se están fusionando grandes empresas, como por ejemplo sucede en las áreas de la química, la física, la metalurgia, para poder hacerle frente a los retos de esta nueva investigación: ya no se necesitaran millones sino miles de millones para poder seguir adelante.
Eso está fuera de la posibilidad de las naciones como las nuestras, pero hay otros campos para la excelencia, como la investigación agronómica, biológica y en general todo aquello que tiene que ver con el ambiente, no en el sentido de conservacionismo sino en el sentido del estudio y de la comprensión.
Nosotros tenemos en estos campos una riqueza invalorable, y la aplicación sistemática de nuestro esfuerzo de exploración estoy segura dará resultados sorprendentes -y solo en nuestras naciones se podrá hacer, porque nunca será lo mismo estudiar el ambiente en las riberas del Báltico que estudiarlo en las riberas del Caribe-.
Problemas que presenta la educación
Creo que básicamente lo que nosotros padecemos es que la concepción de la educación no surgió de la valoración de nuestros verdaderos recursos y necesidades.-esto es antiquísimo: lo afirmo Simón Rodríguez en 1828-; en cambio,enviamos al exterior a uno que a otro joven graduado en educación, que escucha las ultimas técnicas en lo que es pre-escolar en Dinamarca o Suecia y regresa a aplicar esos métodos aquí en Venezuela, comenzando por suprimir todos los preescolares que funcionaban, «porque los van a reorganizar».
Eso no es un recomenzar, es un eterno emprender una marcha, hacia ninguna parte. Lo que se necesita en realidad es introducir nuevos mecanismos para que en nuestro país el talento natural que fabricamos pueda a través de su capacidad creadora, elaborar un modelo adecuado a nuestras necesidades y así resolver nuestros propios problemas.
No creo en la autarquía, mucho menos en el campo de la ciencia. Como tampoco que haya que prescindir de la experiencia acumulada por la humanidad o elaborada en otros países; lo que creo que sede debe partir de una valoración de recursos y de necesidades propias y en función de esto adoptar. Eso ya lo dijo Julio Cesar en el senado romano, al vincular la grandeza de Roma con la capacidad de tomar lo mejor de sus adversarios, para convertirlo en algo propio.
Básicamente nosotros copiamos modelos educativos de otros países. En vez de crear nuestra educación lo que hemos hecho es adoptar -no adaptar- sistemas educativos que han sido formulados y puestos en práctica por otras sociedades con resultados excelentes, sin dudas, pero que en nuestro medio no funcionan o lo hacen deficientemente. Todo esto ha conducido a esta situación: aparecen por allí algunos pedagogos hablando de pañitos calientes en pedagogía, que es donde hay que definir los niveles educativos por lo más bajo.
La malformación de los sistemas educativos -en el caso de Venezuela- está tan arraigada y tan extendida que es casi imposible modificarla; quizás la única alternativa seria será iniciar ramas independientes sobre una nueva base, para que a la larga esas ramas vayan tomando cuerpo y fuerza y, de alguna manera, que en dos o tres generaciones se traduzcan en cambios globales.
Es mucho más fácil imitar que crear, sólo que el que imita se automutila. Vive y muere ignorando sus posibilidades, que solo la creación puede darle. ¿Que significa esto? Tener el coraje intelectual y la determinación para asumir la posibilidad del éxito, pero también del fracaso propios.
Cultivar nuestras propias semillas, dar el estímulo necesario para resolver el problema del aprendizaje en Venezuela, es un reto que debemos plantearnos como sociedad, solamente inspirados en nuestros recursos -muy buenos por cierto-. Se trata de caminar por una vía alterna para salir a flote de la crisis moral que el deterioro de la educación ha traído gracias a la importación de técnicas aplicables en otras culturas, no en la nuestra.
——————————-
* Periodista.
Ver también en la revista: La educación es el gran debate /font>