Amina Lawal: no se arrojó la primera piedra …Por ahora

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

El castigo es anterior a los tiempos bíblicos; probablemente los israelitas lo trajeron consigo a Palestina desde Babilonia. Es la solución final para acabar con el deseo -o las ganas de desear e ir un poco más allá- del objeto mujer. La ley islámica lo tomó de la Biblia judía y su aplicación en la pobre y poblada Nigeria (unos 130 millones de habitantes, con una fuerte población musulmana en las provincias norteñas) constituye una rareza en los Estados del Islam.

No es -no se crea- la única pena judicial que espanta a las buenas conciencias; otros castigos bíblicos rigen en diversas partes del mundo: la mutilación de manos a los ladrones, los azotes o la ejecución por diversos medios: sable, horca, sustancias inyectadas.

Cuando el sexo es una pena

La mujer es un referente a la hora del ensañamiento. El Antiguo Testamento -una obra llena de carnicerías como pocas- establece que la mujer cuando menstrua debe alejarse de los suyos e impura sentarse en una piedra hasta que su marido pueda volver a transitarla.

Muchas autoridades bíblicas afirman que gozar de los «placeres de la carne» es bueno para el hombre que debe tomar decisiones al día siguiente, pero no hemos encontrado mención emparentada en lo que se refiere a las hembras de la especie humana.

Anterior a los escritos bíblicos es la costumbre de la ablación del clítoris y labios mayores -hábito en retroceso, pero arraigado en África- que padecen millones de mujeres todos los años y que en el territorio europeo se persigue- aunque muchas veces la realizan médicas o enfermeras. En sociedades arcaicas se mutilan también los labios menores, con lo que -como resultado- la mujer no sólo queda estéril -sub producto de las infecciones-, sino incluso imposibilitada de copular.

En materia de mutilaciones sexuales permanece vigente -entre los pueblos de la Biblia: judíos, musulmanes y algunos cristianos- la circuncidación masculina, en algunas sociedades modernas enmascarada como «medida de higiene».

La emasculación, una delicia en loor de la música sacra hasta entrado en siglo XIX -hay incluso algunos registros fonográficos del último castrati– fue practicada en Europa, quizá aprendida de Egipto, y en los países árabes, por supuesto: era un peligro para el dueño del harén que custodiaran a las reclusas hombres enteros, por decirlo de algún modo. No siempre, empero, la castración consigue impedir la penetración masculina y hay toda una picaresca triste en torno de las aventuras sexuales entre eunucos y esposas.

Repudiadas y muertas

Matar a piedrazos es más común de lo que se cree. Antaño -la Edad Media y más hacia acá- era un castigo reservado a los indignos de morir por la espada, y solíase apedrearlos fuera de las murallas de las aldeas y ciudades. Las víctimas favoritas eran la pareja adúltera, a veces la mujer estéril: bruja sin duda, pero a estas últimas pronto los buenos protestantes prefirieron quemarlas, idea excelentemente bien recibida por el Santo Oficio católico-, además ladrones, en especial de objetos sagrados, traidores y etcétera.

Incidentalmente la intifada palestina, cuya más importante manifestación consiste en recibir a piedrazos a los soldados israelíes -que por lo menos tienen el buen gusto de no pregonar que los matan a los palestinos para salvarlos de ese destino peor que la muerte que es vivir en lo propio y del modo en que se quiera- refleja ese pensamiento arcaico (del que probablemente sus ejecutores no tienen la menor idea).

La lapidación solía perfeccionarse de tres maneras: a campo abierto: a veces lograban salvarse; contra un muro, que podía prolongarse por horas, y con la víctima parcialmente enterrada, que es como se las iba a matar a las tres mujeres nigerianas.

En este último caso se elige un terreno blando, se cava un hoyo y se las mete allí hasta los sobacos; desde cierta distancia se le arrojan las piedras: todos están invitados. Esta forma es menos dolorosa, dicen, porque con tres o cuatro tiradores certeros pronto le parten la cabeza.

Las tres nigerianas salvadas a última hora habían sido castigadas por sus jueces coránicos por tener hijos fuera del matrimonio: las tres habían sido repudiadas por sus maridos respectivos. En el caso de Adamu, ésta había sido tomada en matrimonio cinco veces antes de cumplir los 18 años. Los hombres que las ayudaron en la concepción de sus hijos habían sido absueltos por falta de pruebas.

Amina Lawal no fue absuelta; cargará con la culpa. El tribunal sólo estimó que no había sido adecuadamente informada de los cargos por los que se la enjuició. Todas viven en el norte de Nigeria, son mujeres agotadas por las pariciones -tienen otros hijos- y agobiadas por la pobreza.

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