Angel J. Cappelletti: filólogo, filósofo y marciano

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Aquellos que intentamos imaginar el mundo a través del oficio de la palabra, padecemos la incertidumbre preciosista de quienes la ven como una estructura con respuestas e identidades, que ni remotamente imaginamos, pero que aparecen allí indicando un camino, sugiriendo una interpretación, a veces hasta de nosotros mismos.

fotoEn una de esas visitas (hoy extrañadas) a  las acogedoras librerías de la ciudad de Mérida, recuerdo haberme encontrado con un texto muy característico: Logoi, Una gramática del lenguaje literario. Su autor, un joven catedrático llamado Fernando Vallejo, y el tema: un compendio de la expresión escrita en contraste con la expresión hablada. Algo así como ofrecer al lector «especializado» una extensa gama de ejemplos literarios, en diversas lenguas, a efecto de que reflexione sobre los rasgos lingüísticos que son comunes a todos los escritores y que es necesario que sean identificados para su profundización. En una palabra, un prontuario de información para saber qué nos quiere decir un escritor ya sea con su novela, con su cuento, o con su poesía.

De este libro, que adquirí en 1990 -Editorial Fondo de Cultura Económica, México,1983: 544 págs.-, apenas he podido leer 66 páginas, no porque esté mal escrito o porque su enfoque esté alejado de mis posibles mínimos conocimientos, sino porque crea un grado tal de dificultad que terminas pensando que El Tunel de Ernesto Sabato es  la revelación escrita de las nociones de Calculo Integral de las ciencias matemáticas.

Se trata de un intento por encajonar ideas preconcebidas acerca de un tema tan sencillo y útil como lo es «echar un cuento», o simplemente decir algo con sentido e interés. Sigue siendo un libro importante para mí, pero le veo con recelo porque aleja esa imaginación inocente que hace que sea un lector satisfecho y con instintos de poder decir algo.

La acotación al tema de lo rígido y lo expansible de la literatura viene como referencia introductoria a las ideas de un hombre que conocí y que, de una manera simple y elemental, me enseñó a vivir con el oficio de la palabra a través de un contar ideas tal cual vayan surgiendo: Angel José Cappelletti.

Ejecutantes de signos

Cappelletti es, sin duda alguna, un representante genuino  de las letras latinoamericanas, no sólo por su condición de poeta y ensayista, sino por madurar a cada instante su razón de vida: el oficio de escribir.

En 1991, en una de tantas tertulias de café, Cappelletti nos decía que la literatura debía ser vista como una caja negra en la cual destellan pequeñas pelusas de diversos colores, y que esas pelusas eran las ideas que brotaban de la conjugación de dos actos humanos: la imaginación y la constancia en el trabajo escritural. No puede concebirse un esfuerzo creador sin el trabajo constante y duro de enriquecer la sapiencia del hombre.

Eso nos recuerda las siglas mágicas C.P.S., definidas por Juan Alonso (hombre de letras sin más), como alegoría a lo dicho por el maestro Raúl H. De Pasquali, y que significan » c… puesto en la silla»; es decir, el esfuerzo intelectual en su más característica posición. Un poco más allá, el escritor Renato Rodríguez nos dijera: «Escribir es una vaina tan buena, que  se tiene que vivir haciendo para que pueda dar frutos».

El acercamiento de Cappelletti a la literatura es netamente espiritual, en él no hay medias tintas, escribes o no escribes, pero no es que escribes como alguien te dice; pueden sugerirte ideas, pero escribes lo que tú deseas escribir; es decir, y  con esta expresión contamino la frase espiritual que pueda expresar, la literatura es la identidad del hombre con su razón de vida, de existencia, de querencia, de » ser ahí», como lo expresara Martín Heidegger.

Adolfo Bioy Casares, dijo al respecto que la literatura es un milagro que surge y aparece de la mano de unos elegidos, en este caso la figura del escritor. Y si en algo coinciden, quienes han tenido a las letras como excusa de vida, es en que la literatura es un diálogo solitario de un ejecutante de signos hacia un universo de lectores. No falsa es la expresión de que la poesía, por nombrar un género literario,»no es del poeta sino de quien la lee». Aquí está la «cosa», la esencia, la verdadera virtud del servicio que presta la literatura al hombre común.

Hay una grata historia de Cappelletti, referida a una pregunta mía sobre su hijo José, que es cineasta en Rosario, Argentina: ¿Hace el vástago una película acerca de su vida? El maestro me respondió: «sería una historia muy aburrida, a ratos leyendo, a ratos escribiendo, a ratos leyendo, a ratos escribiendo…». Y ciertamente coincidimos que era una verdadera tortura inducir a un espectador, acostumbrado a «Rambo», «Robocot», entre otras, a pernoctar en una silla para ver al maestro en su  acción creadora.

Cappelletti siempre estuvo inmerso en el debatir de las ideas que mantenían la temática de la libertad, una libertad que él entendía como representación y vivencia del destino, frente al poder político y militar, y frente a la presencia divina, como creación de valor y pugna por el ideal.

La visión política que tuvo Cappelletti de Venezuela fue una visión eminentemente revolucionaria; siempre percibió del venezolano ese fuero interno por el cambio y hacia el cambio. No teorizó mucho sobre cómo vendría ese cambio, pero sí lo intuyó producto de un grupo formado en aptitudes de liderazgo que en cualquier momento, ya sea por las armas del pueblo o por las armas aliadas de la revolución sigilosa continental, harían estallar un torbellino que daría cambios trascendentales en el entorno social, político y económico.

Esa experiencia la vivió con el 4 de febrero de 1992, y pudo  constatar de que quienes insurgieron venían de una  formación estigmatizada por el liderazgo, militares en ejercicio; asimismo, pudo captar, y lo manifestó abiertamente, que las voces de cambio planteaban un trasfondo mayor: el debilitamiento de un Estado de Partidos y el levantamiento de un nuevo Estado, pero en este caso, un Estado monopartido. Si el maestro estuviera con nosotros actualmente, vería como se reafirma su hipótesis de Estado monopartido, puesto que la tendencia del polo patriótico, es precisamente crear una figura homogénea en razón de la cual sostener el liderazgo del presidente vigente de Venezuela.

Cappelletti nos legó, a parte de sus reflexiones acerca de la vida nacional, toda una línea de investigación sobre el positivismo en Venezuela. La revisión que hizo de autores nacionales, produjo importantes conclusiones, las cuales representan al pensamiento venezolano como uno de los precursores de esta tendencia científica en América Latina, caracterizada por atribuir a los sentidos la vía idónea para acceder al conocimiento.

n un día de 1995, Cappelletti falleció, producto de una penosa enfermedad que lo venía maltratando desde hacia varios años; su muerte no sólo ha significado un luto para quienes desde el campo intelectual le conocimos, sino para el desarrollo del pensamiento sociológico, político y filosófico contemporáneo. Al partir se fue con su añoranza ática, con su sueño libertario y con la mirada concentrada en un reencuentro con los versos divinos del parnaso español.

Produjo unos cuarenta y cinco libros en vida -después de su muerte la Universidad de los Andes y la Simón Bolívar, han publicado trabajos inéditos del autor-; más de un millar de artículos sobre tópicos filosóficos y literarios, y mantiene una presencia constante en cátedras de post-grado en toda la América Latina.

Uno de sus más importantes aportes fue dirigir la investigación acerca del pensamiento federal en Occidente, trabajo cuya autoría nos pertenece (La revelación de Oane. Ensayos acerca del federalismo libertario. Caracas, Gobernación del estado Portuguesa, l997),  y que constituye uno de los primeros levantamientos serios de información sobre una estructura de organización política que hoy toma auge.

Sean las presentes líneas una motivación para acercarse al pensamiento de Ángel J. Cappelletti (1927-95), hombre impregnado de la sapiencia y la constancia dirigidos hacia los valores profundos de la naturaleza y de los hombres :»Lo cierto es -nos dice- que con insólita facilidad echan los hombres al olvido su originaria libertad y su dignidad innata».

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* Politólogo, cuentista, ensayista y poeta. Profesor de la Universidad Nacional Experimental de los Llanos Ezequiel Zamora, en los campos de Sociología de la Educación, Educación comparada y Gerencia Educativa. Ha participado en numerosos proyectos de reforma institucional del sector público.

Tomando de la revista Logogrifo, de Editorial Ala de Cuervo ( www.aladecuervo.net.

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