Animales, humanos, dioses, detritus: – UNA HISTORIA DE MIERDA

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

fotoDe acuerdo a Lutero: «Tú eres el desperdicio que cae al mundo del ano del diablo». Aventurémonos a reclamar que la trizadura que separa a los humanos de los animales y los dioses se quiebra cuando la eliminación de la mierda se transforma en un problema, arrojando al sujeto a un abismo.

¿Cómo nos deshacemos de esta cosa? Que es, al mismo tiempo, algo obsceno e inquietante para la mente debido a su distinción radical. El animal no experimenta disgusto, no tiene conciencia de los horrores del cuerpo. El problema es el de la acomodación y eliminación de los excesos traumáticos corporales.

La historia de la civilización y la cultura pueden ser leídas como un proceso de compulsión obsesiva de lavar la mancha que deja nuestra grieta. Es un problema cuya resolución esta indudablemente implicada en la producción de la subjetividad moderna. Al hacernos conscientes de nuestras expulsiones y secreciones corporales quedamos descentrados de nuestro pasado animal y los pecados de la carne putrefacta. Los humanos son los únicos animales que producen identidades a través del establecimiento de una relación con la mierda.

La emergencia del individuo esta inextricablemente unida con el destino del desperdicio humano y los sistemas que surgen para expulsarlo, limpiarlo y ritualmente purificarlo.

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¿Hasta donde somos capaces de ir para mantener esto fuera de nuestra visión? ¿De que manera vuelve para perseguirnos? Nos perturba a través del disgusto, a través de la vergüenza al mostrarnos continuamente que aun somos animales… Nos estremecemos, retrocedemos con aversión. Incluso cuando no esta a la vista, persiste en nuestras narices.

Y si apuramos las cosas, aun podemos discernir una conexión entre realeza, mierda y el desarrollo de la sociedad. Porque ¿hay alguna otra razón para llamar trono al excusado? Es el centro del poder recluido en la privacidad del reino feudal de la sala de baño. La política del excremento del siglo XVI creo la privatización y la vigilancia policial de los desperdicios. El Edicto Real de Villers-Cotterets de 1539 ordeno a los ciudadanos construir letrinas en las casas. El llamado «¡a cada uno su propia mierda!» tuvo el efecto de crear un lugar fijo para evacuar y contener las excreciones personales.

Fue también un llamado al deber. Los días en que se orinaba en los rincones callejeros y se lanzaban los desperdicios por la ventana se acabaron. La problemática presentada por la emergencia de ciudades excesivamente pobladas, el desarrollo del capitalismo y la propiedad privada y la creación del Estado nacional con su distinción de lo privado y lo publico, se conjugan en una fuerza deterritorializante ejercida por la necesidad de desechar nuestros desperdicios a través del sistema de alcantarillado moderno.

Las cañerías y los excusados son soluciones materiales a este problema cuyas funciones propias responden al manejo de la mierda; su entrada al dominio privado abre la puerta para el surgimiento de una mentalidad burguesa construida como una actitud reactiva hacia el desperdicio y sumergida en un discurso de limpieza y de buen gusto.

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Como el esloveno Slavoj Zizek demuestra, el excusado posee un exceso excremental que no puede ser reducido a principios meramente utilitarios. Mirando a las diferencias entre los excusados tradicionales alemanes, franceses y anglosajones es suficiente para discernir un sobrante ideológico girando en la taza de porcelana. Las diferencias en diseño se reducen al lugar en que el hoyo, por el que las heces desaparecen, se ubican.

La taza de baño alemana tradicional tiene el hoyo en el frente permitiendo al excremento ser exhibido, inspeccionado y olorosado por signos de enfermedad antes de ser eliminado. En contraste, el excusado francés coloca el hoyo detrás de la taza de baño para que el excremento desaparezca tan rápido como sea posible. En el diseño anglosajón se puede decir que hay una fusión de estos dos polos. En la taza llena de agua, el excremento puede flotar, haciéndose visible, pero no lo suficiente para ser examinado.

Una mancha ideológica, que el papel higiénico no puede limpiar, embadurna nuestra relacion intima con nuestros deshechos corporales. Escondida dentro de la utilidad del excusado podemos desenterrar una disposición existencial en cada una de estas regiones geográficas en relacion a su exceso excremental: la fascinación contemplativa ambigua en los alemanes, la prontitud francesa en eliminar los desperdicios tan pronto como sea posible y el pragmatismo metodológico ingles en tratar el excremento como un objeto ordinario del que hay que deshacerse de manera apropiada.

Cada una de estas actitudes es generada por el mismo mecanismo implícito que produce la perspectiva existencial de la escrupulosa reflectividad alemana, la impulsividad revolucionaria francesa y el pragmatismo utilitario moderado de los ingleses. Desde un punto de vista político podemos ver la repetición de esta triada en el conservatismo alemán, el radicalismo revolucionario francés y el liberalismo moderado Ingles. Incluso, nuestro viaje a la sala de baño exuda ideología.

Pero en la privacidad de la sala de baño, en la soledad sagrada del pensador, no podríamos arriesgarnos un poco mas e, incluso, discernir un sentido de trascendencia corporal en la expresión «OH!…que alivio es cagar». En una escena ateológicamente inspirada podemos imaginar «el cagar» –el proceso completo de evacuar los intestinos– como teniendo fuertes reflejos místicos, guiándonos en dirección a la apertura dejada por la mancha excremental del «Juego Lugubrious» de Salvador Dalí, que funciona como una puerta a lo irracional.

El sobrante excremental es el trazo de un significado imposible afirmando que nada esta conectado. Aclama las fuerzas de la anti-producción: puro derroche inútil, significando nada. Como el exorcismo de un fantasma orgánicamente pútrido, la súbita liberación de energía acumulada de un bloqueo colónico, presión acumulada después de dos días de constipación, repercute a través del cuerpo.

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El cuerpo «consume» la descarga, el exceso de energía, el rebalse lo mueve a uno a un estado de alivio placentero. No hay duda de que es un placer, una repentina liberación de endorfina lanza al cuerpo en ese sutil estado que llamamos “le petit mort”: un estado de tranquilidad languidecente después del gran «vomito rectal» –un termino políticamente trastornado, acunado por el guru Sandeep– ,un tenue estado extático, un sentimiento transitorio menor de arrobamiento que no puede disociarse completamente del ser «místico». Cualquiera que haya tenido «una buena cagadera» sabe de lo que estoy hablando.

Hemos entrado al territorio de la teologma del excusado, la glosolalia de la diarrea verbal. En otras palabras: Holy shit!

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* Candidato a PHD en Teoria y Criticismo en la Universidad de Western en el London de Ontario, Canadá.

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