Aniversario, nunca más

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Adriano Corrales Arias*
 
El 19 de enero se cumplen doscientos años del nacimiento de Edgar Allan Poe, probablemente el escritor más leído y de mayor influencia en Estados Unidos. Este día, de seguro, una multitud anónima dejará sobre su tumba tres rosas rojas y una copa de coñac, tres puños de sangre y una gota del veneno que lo mató.

Esa es la tradición que se impuso desde el primer centenario de su cumpleaños allá en 1909.

Edgar Allan Poe nació en Boston, Massachusetts, el 19 de enero de 1809. Quedó huérfano a temprana edad, siendo acogido por la pareja formada por John y Frances Allan, de Richmond, Virginia. Ellos le procuraron educación elevada llevándolo a Escocia y Londres, luego a la misma universidad de Virginia. Pero el joven Edgar prefería gastar los recursos de los Allan en vino y bebidas fuertes en tabernas, cantinas y plazas con sus amigos, antes que en libros y pago de matrículas. Por eso intentaron corregirlo en la Academia Militar de donde salió despavorido.

Se casó más tarde con su prima Virginia, de 13 años, e inició una carrera ardua para ser reconocido como escritor y así poder vivir dignamente de sus escritos. No lo logra. Su tía Clem y Virginia lo mantienen durante años con lo poco que ganan en sus labores de costura.

Todos lo sabemos. Trasegó miedo entre penurias, alcoholes, hachís, opio, visiones y hambrunas externas e internas. Pero nunca dio su brazo a torcer. Lo encontraron muerto en una callejuela de Baltimore, Maryland, vistiendo ropas ajenas.

Nunca sabremos si murió de intoxicación alcohólica o de una sobredosis de otra droga, o sencillamente de rabia e impotencia. Nadié pagó su entierro.

Nadie en la ruda y progresista "América" lo advirtió. Nadie en ese país supo que había muerto triste y abandonada la cumbre de su literatura. Sin embargo su obra narrativa y poética alzó el vuelo de manos de otros poetas, como Charles Baudelaire en Francia, y hoy ocupa el sitial que le corresponde. Y crece.

La crítica le considera el padre del relato de misterio, de la literatura de terror y el maestro de lo macabro y de la construción gótica. Y está en lo cierto. Igual se le estima como tenaz periodista y como agudo y erudito ensayista. Todo ello una proeza si estudiamos su lucha por la sobreviviencia mientras peleaba por la dignidad de su labor literaria.

En esa perspectiva es también un precursor del respeto internacional a los derechos de autor. Todos quienes escribimos estamos en deuda con él.

Este 19 de enero por ello, y por mucho más, un brillante y hermoso cuervo se posará sobre su lápida para repetir con él y quienes ya no están.

Nosotros desde este lado de la dimensión ampliada, queremos entonar un Nunca más al olvido, a la injusticia, a la guerra, a las masacres, a la corrupción, a la impunidad. Y un nunca más a la explotación e invisibilización de talentos por parte de las transnacionales literarias, de los trust periodísticos, de la mafia escritural.

Que nunca más se repita la muerte de un poeta en media calle y que nunca más se le silencie en el anonimato y en la usura del burócrata editorial.

Nunca más veremos el brillo de sus ojos y la fiebre interna mientras escribía sus intensos y medidos relatos o sus resonantes versos mientras calculaba las altas modulaciones de las palabras imbricadas con imágenes rotundas y magistrales. Pero siempre las tendremos acá. Siempre podremos acudir al alto vuelo del genio incomprendido de Boston en sus narraciones extraordinarias.

Su fantasma nos acompaña. Y siempre su palabra, nunca más la iniquidad.

¡Feliz cumpleaños Edgar! ¡Feliz inmortalidad!

 

* Escritor.

 

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