Ante el suicidio de mi torturador
La noticia de su suicidio, un par de semanas atrás, me sorprendió fuera de Santiago. No puedo decir que su muerte me entristeció. No se entristece un torturado al enterarse de la muerte de su torturador. Sin embargo no me causó ninguna alegría: me causó decepción. Esperaba y confiaba que en algún momento me encontraría con Barriga en un careo judicial. Era lo que esperaba como resultado de la querella por torturas que ingresé a los tribunales de Justicia en 2002 y que se encuentra actualmente en trámite. Allí individualizaba a Barriga, «don Jaime», como el comandante de la unidad de la DINA responsable de la represión al Partido Socialista en 1975 y como uno de mis principales torturadores.
No sentí ni he sentido nunca odio contra Barriga. El odio, ante la inconmensurable crueldad de los crímenes cometidos, parece un sentimiento casi banal… Sentí -y siento- un profundo desprecio y una gran repugnancia hacia él y hacia todos aquellos que torturaron, asesinaron e hicieron desaparecer a personas.
Creí que iba a tener la oportunidad de poder mirarlo directamente a los ojos. En Villa Grimaldi estuve siempre permanentemente vendado, amarrado y físicamente destrozado. Al enfrentarlo cara a cara, esperaba poder tratar de entender qué es lo que hay dentro de un sujeto que es capaz de hacer pasar las ruedas delanteras de una camioneta por encima de las piernas de un detenido (caso de Ariel Mancilla Ramírez, constructor civil detenido desaparecido y amigo mío, torturado de esa forma en Villa Grimaldi en marzo de 1975); un individuo que es capaz de colgar de los testículos a otro detenido desde un árbol que aún existe, el gran ombú que domina lo que hoy es el Parque por la Paz (caso del médico amigo mío y anterior diputado del Partido Socialista, Carlos Lorca Tobar, detenido desaparecido en Villa Grimaldi en junio de 1975); un sujeto que es capaz de torturar con electricidad y asesinar a una mujer que se encontraba en su octavo mes de embarazo (caso de Michelle Peña Herreros, ciudadana española, también en Villa Grimaldi en la misma época) o un ente que es capaz de torturar a una joven mujer -integrante de la estructura del P.S. a la que yo pertenecía- introduciéndole un palo de escoba en la vagina -sucesos que ocurrieron en los mismos días en que yo me encontraba en Villa Grimaldi.
O, como en mi caso, ordenar y participar en torturas -colgamientos- que provocaron lesiones «por torsión y tracción» de acuerdo al informe pericial del Instituto Médico Legal relacionado a mi querella, las cuales persisten hasta el día de hoy en mi hombro izquierdo.
Pero para Barriga no era importante tan sólo destruir «al enemigo» a través de brutales torturas. También era igualmente necesario denigrarlo y humillarlo, forzando dentro de la boca del prisionero que permanecía con los ojos vendados y amarrado a la parrilla, los excrementos que habían sido expelidos de su cuerpo como efecto de la pérdida de control de los esfínteres por las descargas eléctricas durante la sesión de tortura. Y puedo dar fe de ello porque así ocurrió en mi caso. Y Barriga no era peor que sus subordinados o sus jefes inmediatos.
Y se suman a este breve recuento y experiencia personal referida a Barriga, los centenares de casos de torturados, con sus desconocidos detalles y decenas de desaparecidos de los cuales Barriga debería haber dado cuenta antes de morir, incluyendo las víctimas de Calle Conferencia, caso que lo llevo a saltar al vacío.
Ese era el tipo que se suicidó. No creo que haya sido una gran pérdida para la humanidad.
Barriga sólo permaneció un breve tiempo en detención. Y ésta se llevó a cabo en el entonces recinto de policía militar del Regimiento de Telecomunicaciones de Peñalolén. El mencionado recinto de detención -el cual tuve oportunidad de conocer- era un pequeño parque arbolado que contaba con seis cabañas de las cuales se asignaba una a cada militar detenido por violación a derechos humanos. Las cabañas contaban con dos dormitorios, líving-comedor, cocina, baño, teléfono, computador conectado a internet y televisor conectado a cable, y estaban distribuidas alrededor de una piscina común. Barriga jamás pisó una cárcel, al menos en calidad de detenido.
Barriga se quejaba de que su pensión de retiro como oficial de ejército, ascendiente a más de $ 700.000, le era insuficiente para vivir y, por tanto, se veía obligado a trabajar para obtener ingresos extras.
Barriga jamás entregó información útil para dilucidar casos de violación de derechos humanos. Ello lo hizo objeto de la FUNA, a la cual Barriga en su carta póstuma también culpó de su muerte.
Participé en la primera FUNA que se realizó en este país, el primero de Octubre de 1999, FUNA que se dirigió a un médico torturador. Posteriormente y de acuerdo a mis disponiblidades de tiempo, participé en muchas otras, incluyendo aquella al propio Barriga frente a su domicilio, el departamento que poseía en Irarrázaval con Campos de Deportes.
No pude asistir -porque me encontraba en actividades académicas fuera del país- a la FUNA que lo denunció como alto empleado de Supermercados Líder, pero si hubiera estado en Chile con seguridad habría ido pues suscribo absolutamente los objetivos de la FUNA: creo que es extremadamente importante y necesario informar a los vecinos de los distintos barrios de los torturadores y violadores de derechos humanos que viven en su entorno inmediato. Como asimismo, informar a los trabajadores de distintas empresas e industrias de aquellos asesinos que trabajan junto a ellos, o que los dirigen.
Asesinos o torturadores que viven ocultando su identidad y su pasado. Y esta actividad de denuncia pública, la FUNA, se efectúa siempre sin violencia, portando pancartas y lienzos alusivos, distribuyendo volantes con la fotografía, la dirección, y la biografía del funado, tocando música, cantando canciones y demostrando genuina alegría -la alegría que se produce naturalmente por saber que se esta haciendo lo correcto y lo decente- y donde jamás han existido daños a la propiedad pública o privada (incluida la del funado), con personas mayoritariamente jóvenes que van a rostro descubierto y que no se ocultan bajo identidades falsas o rehuyen responsabilidad por la actividad que han decidido apoyar.
¡Qué distinta actitud comparada con la asumida por sujetos como Barriga o sus colegas!
Ante el suicidio del torturador se ha afirmado por parte del Comandante en Jefe del Ejército que Barriga vivió con honor. Sólo me cabe reflexionar sobre el contenido y significado de esas palabras. Concluyo entonces que el concepto de honor militar del actual Comandante en Jefe está necesariamente a la altura del torturador suicidado.
Conozco y respeto a otros militares -de Fuerzas Armadas de otros países- y sé que su concepto de honor militar no coincide con rendir visitas de pésame a la familia de un torturador y efectuar un homenaje póstumo a un criminal. Es un sui generis concepto del honor militar y de la dignidad del que hicieron gala Barriga y sujetos de su misma calaña y que hoy es recogido por el Comandante en Jefe del Ejército. Es también una demostración más de que el ejército de Chile continúa siendo el ejército de Pinochet y que el proceso de reconstrucción moral de sus efectivos durará todavía por muchos años, hasta que el último de los oficiales de Pinochet -Cheyre incluido- hayan desaparecido y su legado de horror y su concepto del «honor militar» hayan sido borrados por la historia, por los procesos judiciales y por la civilidad.
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* Ciudadano chileno. Estudiante de la Escuela de Derecho de la Universidad de Chile hasta el golpe de Estado del 11 de septiembre de 1973. Ex prisionero político de la Dictadura (1975-1976) y refugiado político y exiliado en Estados Unidos (1976-1991).