Antuco, la soledad a cinco años
La Tribuna.*
Este 18 de mayo se contaron cinco años desde el desastre —algunos lo llaman asesinato de esos jóvenes—. Ningun oficial del ejército se resfrió siquiera mientras los muchachos morían congelados en la montaña. Hoy no participaron en el acto recordatrio el comandante en Jefe del arma, general Juan Miguel Fuentealba, ni el ministro de Defensa, Jaime Ravinet. Estuvo, sí, la intendenta Jacqueline van Rysselberhe. Los chicos que murieron eran pobres; y pobres son los sobrevivientes.
La siguiente es la recatada crónica de La Tribuna, de Los Ángeles.
La peor tragedia militar en tiempo de paz, en nuestro país. Eso fue y no hay que olvidarlo.
El terremoto del pasado 27 de febrero y sus efectos están muy presentes aún en Los Ángeles y su gente. Sin embargo, aunque aparentemente no es así, también está en esa memoria colectiva uno de los episodios más dramáticos e impactantes de la historia local: la tragedia de Antuco. Hoy se conmemora un lustro desde aquel fatídico 18 de mayo de 2005, cuando una marcha militar se vio sumida en una tormenta de “viento blanco”, ese fenómeno atmosférico que es capaz de bajar en minutos la temperatura a más de 25 grados bajo cero.
Una serie de omisiones, faltas de criterio y desatinos, en que se vio involucrado el alto mando y la oficialidad del Regimiento Los Ángeles, derivó en la muerte de 44 conscriptos, de las compañías Cazadores y Andina, y del sargento Luis Monares Castillo, quien, siendo el cocinero de la tropa, se dio tiempo para rescatar soldados, aún a costa de su propia vida, transformándose en el único héroe de la jornada, porque cumplió a cabalidad lo que había pronunciado en el Juramento a la Bandera: “Hasta dar la vida, si fuera necesario”.
De ese lamentable suceso, si bien tras el proceso judicial hubo varios sentenciados, sólo el mayor Roberto Cereceda fue inculpado por cinco años de presidio, que está cumpliendo en la capital. También fueron degradados otros oficiales. Asimismo, se generó un plan de indemnizaciones a los familiares de los fallecidos, así como de servicios complementarios.
Pero quedaron a trasmano los sobrevivientes, especialmente soldados que marcharon en medio del “viento blanco” y que lograron llegar vivos al refugio La Cortina. Muchos tienen secuelas físicas y sicológicas, que marcan su vida. Si bien se ofrecieron algunos beneficios, la sensación es que queda una deuda pendiente con ellos.
Se comprende así que tantos se hayan sumado a una iniciativa destinada a demandar al Estado, proceso judicial que está en tramitación. No se trata, como manifiestan quienes encabezan el grupo, sólo de compensaciones económicas, sino una búsqueda del reconocimiento formal que fue el Estado, del cual depende el ejército, el que no tomó las providencias del caso, para evitar ese desenlace.
También hay una deuda simbólica, que tiene su lado material. Se trata del memorial que se levantará en el sector del Valle de la Luna, en el faldeo norte del volcán Antuco, donde fallecieron los soldados mártires. Es una tarea de Estado, porque se está ejecutando el proyecto por una ley, aprobada en el Congreso Nacional, y que considera erigir ese monumento.
Retrasos administrativo-financieros impidieron su concreción en la temporada de verano, así es que queda pendiente para la próxima. No se trata de meras voluntades —como el proyecto del memorial de Los Ángeles, con aportes del gobierno, aprobados por la entonces presidenta Michelle Bachelet, y el diseño y recursos municipales— sino que es una imposición de una norma legal, por lo que esperamos que, apenas sea posible, se complete esa obra.
El último año nos trajo como memoria también la edición del libro Antuco 45 voces de una tragedia” de la periodista angelina Pilar Zapata Coloma, editado por Camino del Ciego Ediciones, así como el estreno de una ópera, de impactante y sublime belleza. Son formas de reconocimiento histórico y artístico, que vienen a traernos al presente un episodio que no debemos olvidar nunca.Es cierto que el ejército ha hecho lo suyo, entre otros aspectos, ajustando planes, como algo tan básico: postergar una dura campaña en la montaña para cuando los soldados cuenten con un mínimo de entrenamiento de sobrevivencia.
Los mártires eran adolescentes, muchos de ellos recién terminando su educación media, que voluntariamente se integraron al regimiento, incluso para seguir allí una carrera profesional. Pero estaban recién comenzando, tenían poco más de un mes de instrucción y ni siquiera habían realizado el Juramento a la Bandera.
La peor tragedia militar en tiempo de paz, en nuestro país. Eso fue y no hay que olvidarlo. Nos queda algo positivo, que es el reconocimiento del Estado de la importancia de estos jóvenes, para la defensa nacional, ya que se instituyó “El Día Nacional del Soldado Conscripto”, que se celebra justamente hoy.
Lamentable que surgiera de esa tragedia, pero, al menos, la muerte de esos soldados y del sargento Monares nos hará reflexionar siempre, cada 18 de mayo, en que esos fallecidos marcaron un camino de mejoramiento de la preparación de los cuadros de la reserva nacional, mediante una conscripción adecuada.
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