Argentina: Acerca del “buen gobierno”

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Norma Giarracca *
La periodista Sandra Russo planteó una serie de elementos para analizar el conflicto del Banco Central y se interrogó por qué las posturas de centroizquierda no pueden reconocer el momento de peligro que acecha a esta democracia y se ubican en la oposición, al lado de posturas políticas y mediáticas de derecha y destituyentes.

Me cuesta mucho debatir con personas que intuyo que tienen la misma fuerte y honesta convicción que yo acerca de una sociedad más justa e igualitaria, aunque le adjudiquen distintos sentidos a la cuestión. Pero leyéndola recordé una historia que tal vez pueda acercarle comprensión de las motivaciones por las que algunos mantenemos una fuerte e irreductible distancia con el Gobierno.

La historia me la contó Gustavo Esteva, un intelectual latinoamericano sugerente y creativo que conoció el Estado mexicano por dentro y luego decidió trabajar en y para las comunidades de su Oaxaca natal. Contaba que en una campaña electoral fue el representante del partido de gobierno, reunió a los comuneros de Oaxaca y en castellano les prometió “trabajo, desarrollo, progreso, participación”.

Cuando finalizó, ellos le hablaron en sus lenguas y el político, molesto, dijo que no comprendía; entonces, uno de los referentes comunales lo interpeló en castellano acerca de su pretensión de “gobernarlos” sin comprender sus lenguas, sus culturas, sus modos de encarar la reproducción económica y social, el afecto por el territorio que los rodea. Terminó con un consejo: si deseaba hacer un “buen gobierno”, debía comprender que las comunidades sólo necesitan un poco de sombra, como la que otorga un frondoso árbol, protegiéndolos del sol y habilitando la vida. Que el resto se los dejara a ellos, que eran experimentados conocedores del “buen vivir” y no necesitaban propuestas de “desarrollo y progreso”.

Argentina no es una comunidad indígena con experiencia sobre el “buen vivir” (aunque algunos de los que la habitan tienen esos orígenes y sentidos), pero en sus escasos dos siglos de vida como nación algo ha aprendido y está plasmado en la Constitución con las reformas de 1994.

Podría mejorar, pero es la que se ha logrado acordar como conjunto social y, cada vez que las dictaduras la violan o no se logra su absoluto respeto, se registra un gran sufrimiento social. En la metáfora del árbol, el respeto por nuestra Constitución es un ombú frondoso que nos protege como sociedad heterogénea, abigarrada, mestiza sobre fértiles y diversos territorios; lo hace con sus articulados igualitaristas, con el respeto a los tratados internacionales que garantizan territorios y autonomía a los pueblos originarios; con toda la potencia del derecho ambiental; con la preservación del patrimonio natural, cultural y la diversidad biológica; con los derechos al progreso económico con justicia social garantizando la real igualdad de oportunidades; con el respeto a los ancianos y a las mujeres y a una opción de género, con el derecho a los consumidores; con el Pacto Internacional de los Derechos Económicos, Sociales y Culturales; con la convención internacional para eliminar toda forma de discriminación racial; con la Convención sobre los Derechos del Niño; y podríamos seguir.

Recordemos que la Constitución habilitó el fallo del juez Jorge Ballestero sobre la deuda externa en el “caso Olmos”, que no se ejecutó. Necesitamos esa sombra vital que es el respeto a la Constitución para resignificar el sistema de representación democrática; necesitamos interacciones entre las poblaciones en “movimiento(s)” y legisladores idóneos utilizando los dispositivos plebiscitarios, el derecho a presentar leyes como ciudadanos (iniciativa popular) para achicar las distancias entre instituciones y poblaciones.

Es indispensable una Justicia apegada a estos pactos y un Ejecutivo con vocación para cumplirlos y exigir su cumplimiento. Esto se pidió a los gritos en 2001-2002; esto recogemos de las poblaciones en nuestra labor de cientistas sociales; éste es un sendero posible hacia una “sociedad mejor”, o hacia “el buen gobierno”, esto, a mi juicio, es “un gobierno progresista” posible.

¿Por qué no lo es este gobierno? Porque a pesar de su política de derechos humanos y su habilitación a democratizar los medios, sigue los derroteros esenciales del neoliberalismo global que lo inhabilitan para seguir los mandatos igualitaristas, ambientalistas y protectores de los acuerdos constitucionales. El neoliberalismo es inequitativo, polarizante, extractivista y contaminante. Y las políticas gubernamentales fomentan una economía extractiva depredadora, contaminadora que genera violencia, enfermedades y represión.

El neoliberalismo presenta una dinámica donde los cuerpos son prescindibles y en ese contexto se comprende la incapacidad para parar el genocidio de jóvenes y niños/niñas pobres objetos y víctimas del dispositivo semiótico de “la inseguridad”. En el neoliberalismo no caben políticas de fuertes inversiones en salud o educación, porque pasaron de ser bienes comunes a ser mercancías que se compran, y “lo social” se resuelve con políticas bajadas por el Banco Mundial que fomentan experiencias heterónomas atadas a la suerte de los gobiernos; el neoliberalismo es polarizador y en ese contexto se justifica que millones de argentinos sufren condiciones de pobreza frente a una descarada exhibición de opulencias, de vidas privadas millonarias y de acumulación de riqueza en pocos años.

En el neoliberalismo predomina la “tecnociencia” al servicio de la ganancia y de este modo se comprenden las consecuencias de la mentada “sociedad del conocimiento” en universidades colonizadas por la lógica de las corporaciones y empobrecidas en sus pensamientos sociales. Sumemos los dramas del Indec, de no tener la voluntad política para debatir la deuda externa y de las muertes, sufrimientos y persecuciones de diaguitas, mapuches, wichís y campesinos.

Simplemente de eso se trata, esto también ocurre desde 2003 y hubiese podido ser de otro modo. En 2011 puede empeorar, es una posibilidad cierta (Chile es un ejemplo, aunque los mapuches ni se enteren), pero la democracia, aún limitada, otorga otras posibilidades que registran la urgencia de parar esta plaga neoliberal porque las montañas, las yungas, la tierra no se pueden volver a producir y los niños y niñas pobres tienen una sola vida.

Por todo esto, estimada Sandra Russo, me planteo sus propios interrogantes invertidos: ¿A qué llamamos democracia? ¿Qué cálculos estratégicos hacemos? ¿Qué acumulación de fuerzas privilegiamos? ¿Quiénes somos “nosotros”? ¿Qué cosas nos importan realmente? Y sobre todo, ¿contra quién, contra qué peleamos?

* Socióloga, investigadora del Instituto Gino Germani (UBA).

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1 comentario
  1. Luigi Lovecchio dice

    Estimada Norma,
    tu buen artículo no tiene en cuenta un aspecto importante: no se puede conducir una revolución total si no se tienen las armas adecuadas para llevarla a cabo. Las armas son los medios de comunicación que todos junto ejercen una presión a favor de la oposición. También está involucrada la política exterior de Estados Unidos y otras milongas. Hay que caminar haciendo equilibrios. Eso ni lo imaginan los ciudadanos, quienes viven alimentados de las mentiras de los medios de comunicación. Pero es un buen dato el haber descubierto que la gente simpatiza por una actitud más de izquierda.
    Saludos

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