El edificio se levantaba en un barrio apacible: algunas oficinas, mucho pequeño comercio, edificios de departamentos y casas viejas. El invierno venía apacible en 1994. Todo cambió a las 9.35 de la mañana del 18 de julio: un auto-bomba, un estruendo, el posterior desmoronamiento del edificio que albergaba a la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA); tierra, humo, sangre, vidas evaporadas y muchos que agonizaron debajo de los escombros.
En julio de 2004 -tras las masacres en la ex Yugoslavia, en África, en Afganistán, la que suma víctimas a diario en Iraq- 85 muertos y 300 heridos no parecerán muchos. Pero fueron los que comenzó a contar la ciudad de Buenos Aires -judíos y gentiles- minutos después de la explosión, y que siguió contando mientras, por muchos días, se trabajó en el rescate.
El domingo 18 de este mes de julio, a la misma hora en que explotó la bomba, gentiles y judíos se reunirán en la esquina de las calles Pasteur y Corrientes para recordar, para insistir una vez más en la necesidad de justicia y para que nunca más pase algo así.
Los pueblos perseveran: hace 28 años que lo mismo piden cotidianamente las madres de los hechos desaparecer por la última dictadura militar.
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