Argentina. – CORRUPCIÓN DE MENORES

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

«Era cartonera y ahora es modelo», tituló el diario Infobae. «Daniela Cott pasaba sus días entre cartones, botellas y otros desechos -cuenta la crónica- hasta que una tarde, mientras trabajaba junto a su tía y a su hermanito menor, la vio un representante de Haru Models y le propuso formar parte de la agencia de modelos, como si fuera un cuento de hadas…»

«Yo decía que caminar por una pasarela o sacarse fotos no es tan difícil… y ahora que estoy acá es muy difícil… aunque es más fácil que cartonear», expresó Daniela con franqueza proletaria, en un reportaje televisivo.

Hasta ahí, el cuento de hadas que la TV necesita para cautivar a la audiencia; una audiencia de chicos y chicas y mamás y papás que al atardecer, cuando el sol se va a dormir y se despierta la tele, asisten al «show» de los que bailan por un sueño, patinan por un sueño o se ganan una plaza en esa casa panóptica llamada Gran Hermano, para que su buena estrella o la varita mágica de un productor los catapulten a cinco minutos de fama y dinero.

María Elena Walsh, en un memorable artículo publicado en años militares, decía que preparar a las niñas para que sean flacuchentas Barbies de las pasarelas o Cenicientas que esperan a su príncipe azul o a su empresario, configura un auténtico acto de corrupción de menores.

Y la escritora no responsabilizaba sólo al mundo del espectáculo y la TV por ese crimen que se comete a la vista de todos, sino a la escuela (que ya por entonces estaba contaminada) y a la familia (entidad que, como anticipó Cooper en los 60, ha comenzado su lento camino a la extinción).

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Sueños de Daniela

Daniela Cott tiene 16 años y seguramente, como tantos pibes y pibas que sobreviven gracias al cirujeo y de juntar papel y cartón, tuvo que dejar la escuela. Y ahora que un contratista de la moda la «rescató», no sabemos si va a querer volver a la escuela (¿para qué? se preguntaría).

Tampoco sabemos si será capaz, cuando mejore su cuadro socioeconómico, de volver al barrio donde vivía, para echarle una mano a las chicas y chicos que no tuvieron su suerte (ese privilegio –la lealtad a la clase– le ha estado reservado en la historia a muy pocos seres humanos. Evita Duarte fue un caso paradigmático).

Y no sabemos qué hará Daniela Cott porque, a decir verdad, los periodistas que entrevistan a este tipo de celebrities no hacen preguntas molestas. No le preguntan a la chica, por ejemplo, cuál era su antiguo Sueño. Su verdadero sueño.

En otros tiempos, para los hijos de la pobreza, destacarse en el boxeo, en el fútbol o en algún deporte, era un pasaje hacia la salvación, tanto propia como de la familia. Actualmente, ese camino se ha vuelto más difícil e improbable. Porque la desnutrición forma cuerpos débiles y detiene el desarrollo neuronal y cerebral.

Y entonces, los pibes castigados por el hambre se pierden. Se pierden para el sueño chiquito (el de salvarse solos, gracias a un golpe de suerte) y se pierden también para el Sueño grande: el de la redención social, el de salvarse con todos.

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Lecturas recomendadas

En su excelente filme Prêt-á-Porter, el maestro Robert Altmann mostró esa dictadura inmisericorde de la moda y ese mundo de apariencias en donde una aspirante a modelo debe poder simular elegancia, simular desenfado, simular inteligencia y simular la madurez que no tiene para aprobar el examen y conseguir que la dejen pasar los modelitos de la temporada.

También existen, en ese mundo, el acoso sexual y el reclutamiento de jóvenes para distintas variantes de la prostitución (las denuncias y testimonios, al respecto, abundan).

Porque las ‘lolitas’, niñas fatales de quince años o menos, a las que alientan día tras día las revistas de moda, la televisión y a veces hasta sus mismos padres, poco tienen que ver con aquella niña autodestructiva y desdichada de la novela de Nabokov, y sí mucho con niñas que son convertidas en fetiches, a las que se les borra su pasado, sus raíces y su identidad; niñas a las que se vuelve a etiquetar, cual si fueran mercancías.

«Ay, la costurerita que dio aquel mal paso», condenaba Evaristo Carriego en el novecientos. «¡Y qué tonta si no lo daba!», le replicaba Alvaro Yunque, unos años después.

¿Leerán a Carriego las chicas de Haru Models? ¿Y a Yunque?

¿Les pasarán a las nuevas modelos, en las agencias, la película de Altmann?

¿Dejarán a las nuevas Lolitas y las nuevas Barbies leer el artículo Corrupción de menores, de María Elena Walsh?

No. Seguro que no.

El sistema sólo les cuenta, de mil maneras posibles, la historia de Cenicienta. Como para que se la crean.

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* Periodista.
Publicado originalmente en el periódico Tercer Mundo online (TMO): www.tercermundonline.com.ar.

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