Argentina: décadas de una decadencia que no logra superar

No es cierto lo que dijo el aún presidente Mauricio Macri, el lunes 12: “la euforia que había en el mundo económico nacional e internacional el viernes, a partir de encuestas que estaban equivocadas y decían que íbamos a tener un buen resultado. Veíamos gente que estaba dispuesta a invertir y a partir del resultado favorable al kirchnerismo hemos tenido un día muy malo».

En primer lugar porque las encuestas y aquella “floreciente” situación financiera del viernes anterior a las PASO, fueron truchadas (falsificadas) que costaron cientos de millones de dólares para crear una falsa imagen. En segundo lugar llevamos casi cuatro años escuchando la misma cantinela y nada de ello ha pasado: en tal fracaso no hay responsabilidad de la oposición.

Pero tampoco se puede dar por cierto que el triunfo de “los Fernández” augure la perspectiva de un seguro renacimiento económico y la felicidad del pueblo. Llevamos casi 36 años desde la recuperación de estas instituciones y en ese período, apegados prácticamente sin fisuras a las formalidades de esta democracia, hemos tenido gobiernos de las más diversas naturalezas, donde gobernaron prácticamente todas las formaciones políticas.

El peronismo lo hizo, con sus diversos matices, durante 24 años; el radicalismo durante 8 y el actual gobierno conservador cerca de 4. Si lo queremos mirar de otra manera, los progresistas gobernaron 20 años (Néstor, Cristina, la Alianza y Alfonsín) y otros tipos de gobierno, no progresistas (Macri y Menem), lo hicieron durante 14 años; otros dos años (2001/2002) transcurrieron en medio de un período de transición.

No es un tema menor que, durante estos casi 36 años, hayamos sabido mantener las libertades democráticas, eso estuvo bueno. Sin embargo y a pesar de esta participación protagónica de las más diversas tendencias y combinaciones electorales, en lo económico social la situación se ha seguido deteriorando lo que se refleja en una creciente desigualdad social, producto de una duplicación de los niveles de pobreza e indigencia, junto a una creciente concentración de la riqueza; los trabajadores han perdido más del 30% de su capacidad adquisitiva y nuestra deuda externa se multiplicó por más de 6 veces.

Todo ello constituye el marco de esta tercera gran crisis que tenemos que atravesar desde la recuperación institucional (1983). La primera fue la hiperinflación alfonsinista (1989) sucedida por el gobierno de tinte neoliberal de Carlos Saúl Menem; le siguió la crisis financiera (2001), durante el gobierno de Fernando de la Rúa, que abrió las puertas a un período de transición del que emergió el progresismo de la mano de Néstor Kirchner.

Por último tenemos la actual estanflación (inflación con estancamiento) que hoy transitamos. En todas las anteriores la “solución política” fue volver a restablecer el “equilibrio del viejo sistema” caracterizado por un capitalismo decadente y una democracia insuficiente. Se vislumbra que, de no mediar circunstancias excepcionales, es muy probable que esta situación derive en un gobierno que esté a mitad de camino entre el liberalismo menemista y el progresismo kirchnerista.

Hoy, una buena parte de las voces que tienen micrófono, alertan sobre los peligros de salirse del “sistema”. Oficialismo y oposición, demandan que Macri debe llegar a diciembre. ¿No será hora de pensar alternativas distintas a este fracasado sistema? Como una prueba de los cruciales momentos actuales directivos de los bancos Morgan Stanley y Citigroup advierten más dolor para Argentina.

Hay  un tema que no debemos olvidar:  el pueblo se expresó aluvionalmente. Lo hizo aprovechando la plataforma ofrecida por la dirigenta más lúcida del actual sistema político: Cristina Fernández de Kirchner. Por eso justamente, no son pocos los que recuerdan que uno de los déficits kirchneristas, que derivó, en el gobierno de Macri, fue no haber realizado las transformaciones de fondo que la realidad demandaba y construido el poder necesario para ello.

Sería bueno repensar qué se debe hacer cuando los gritos de los voceros del viejo sistema nos aturden demandando la “gobernabilidad” de esta cadena de fracasos.

Ha llamado la atención, en estas recientes elecciones, el fracaso unánime de las encuestas. Da la impresión que las mismas cada día se parecen más a los dirigentes que se desviven por ellas. Ambos, dirigentes y encuestas, parecen padecer el mismo mal: encerrados en sus personales o sectarios juegos de intereses, crean su propia realidad, desvinculada de la sociedad concreta y sus necesidades.

Desde el punto de vista operativo sus garrafales errores, más allá de algunos informes “acomodados” a sus pagadores, tienen que ver don dos cuestiones: Los recursos y la matriz utilizada. Sobre lo primero está claro que los datos presenciales, esos que se recolectan hablando con los interesados, han perdido fuerza por los costos que tienen, frente a otros mecanismos: teléfono y WhatsApp, entre ellos.

La otra razón tiene que ver con el hecho que las matrices para acceder a las personas por encuestar y para la sistematización de los datos responde a una lógica que, muy posiblemente, ha cambiado. Del mismo modo que a la dirigencia política le resulta muy difícil llegar al alma del pueblo profundo, da la impresión que las encuestadoras van por un camino que rinde buenos dividendos económicos pero en el cual ellos han perdido la brújula.

Por último, todo esto acontece en un lugar –Argentina- muy particular. Somos un país, con muchas riquezas, poca población y grandes espacios sin ocupar, como lo es -por ejemplo- una Patagonia, bella, rica y vacía. Vecina a un continente –La Antártida- de un interés geopolítico que, en este siglo, se  mostrará con toda la vigencia que tiene.

Nuestra decadencia nacional transcurre en medio de un mundo que lucha, por razones económicas y geopolíticas, por territorios. Ello augura la grave perspectiva que terminemos entregando parte de lo nuestro a quienes son portadores del ADN de aquellos que imaginaron que solo tenía viabilidad el “país chico” (la zona pampeana).

Intentaron y lograron –en buena parte- llevar a la práctica sus ideas. El país portuario y desigual que los “prohombres” de la “Generación del 80” diseñaron sigue siendo el país que hoy nos cobija. Aunque este tema está ahogado por los ruidos actuales, hoy  –enancado en esta nueva crisis- vuelve a trepar a la agenda de las cuestiones que vuelven a preocupar.

Juan Guahán

También podría gustarte
Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.


El periodo de verificación de reCAPTCHA ha caducado. Por favor, recarga la página.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.