Argentina: El matrimonio homosexual es más democracia

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Natalia Brite*
Vanguardia Queer es una de las organizaciones en la que confluyen personas de diversas identidades sexuales. Desde esos espacios se trabaja activamente por las demandas específicas del movimiento

 En algunos casos, logran articular sus propios reclamos con reivindicaciones más generales. Mario Vargas es un joven dirigente que aporta una mirada lúcida, sin apelar a lugares comunes ni estereotipos románticos, sobre el debate en torno al matrimonio.

– ¿Qué representa para el conjunto de la comunidad el proyecto sobre matrimonio para personas de un mismo sexo, aprobado por los diputados?

-Al matrimonio lo está planteando el colectivo de Gays, Lesbianas, Travestis, Transexuales y Bisexuales como una equiparación de derechos civiles con respecto de los heterosexuales. Existe el reclamo porque hay derechos que nosotros y nosotras nos vemos impedidos de ejercer, a raíz de nuestra condición sexual. Entre los puntos más importantes que este proyecto cubre figura el derecho a la salud, obra social, y hasta a saber sobre la salud de nuestras parejas. En la actualidad, si uno está hospitalizado, su compañero o compañera no tiene derecho a que le informen sobre su condición, porque no somos familiares legales. También se habilita el derecho a la herencia, de carácter patrimonial, y la posibilidad de acceder a bienes mancomunados. Por eso hablamos de equiparación de derechos.

-¿Si este proyecto se convierte en ley, para los cual requiere de su sanción en el Senado, qué se modificaría en relación a la posibilidades de ser padres y madres?

-Se habilitaría la co-adopción. Hay parejas homosexuales que tienen hijos adoptados, pero sólo por medio individual. Pese a que los más conservadores renieguen de la realidad y expongan este hecho como una aberración, lo cierto es que la ley de adopción permite hoy que los y las solteras accedan a tener un hijo. No se pregunta cuál es su elección sexual; hay muchos niños criados por gays, travestis, lesbianas o transexuales. Pero nosotros apuntamos a poder co-adoptar, es decir, a que los niños tengan derecho a que sus dos papás o sus dos mamás sean responsables completamente de su crianza. En ese sentido, el derecho que se está vulnerando actualmente es el de esos chicos de familias homoparentales, ya que están en desigualdad frente a los demás hijos.

– ¿La ley actuaría como reguladora de una realidad existente o como promotora de nuevas realidades?

-Es sumamente interesante que la igualdad ante el matrimonio se discuta y se haya aprobado ya en una de las cámaras. Eso ha provocado que se discuta en todas las mesas familiares. Pero, por otro lado, existe una falsa noción: hay quienes creen que cuando se apruebe esta legislación nosotros vamos a comenzar a criar niños o a vivir en pareja. La normativa regularía una cantidad de situaciones que existen hace tiempo.

Les daría amparo legal a ciudadanos y ciudadanas que viven en Argentina y que deberían tener los derechos que tiene cualquiera. Es terrible lo que dicen los detractores de la igualdad, cuando pronostican que los niños que crecen con gays van a ser gays; nosotros mismos fuimos criados por parejas heterosexuales. Y no es una decepción que un hijo nuestro no sea homosexual, como sí lo es para muchos matrimonios varón-mujer tener un hijo gay. Estas concepciones son las que demuestran que se tiene una acepción negativa de la sexualidad diversa.

– ¿Cómo se sustentan los argumentos surgidos de la Iglesia, que se amparan en la defensa de los chicos frente a la adopción por parejas gay?

-A mi no me puede convencer de su preocupación por los niños una institución que tiene un exhibe un alto índice de abuso de menores. Que juzguen primero a sus propios fieles y a sus sacerdotes pedófilos.

-¿Hasta donde llegan las demanda del colectivo homosexual?

-Creer que las demandas de nuestro colectivo se agotan en el matrimonio es un reduccionismo absoluto. Somos un gran grupo, muy diverso internamente, y esta ley favorecería específicamente a cierto sector o clase social dentro de éste. Nosotros y nosotras no estamos determinados sólo por nuestra condición sexual, pertenecemos a distintas clases sociales, tenemos diferente acceso a la educación, nos insertamos laboralmente de diversos modos. Tomo esto en cuenta porque sé que hay cosas que son mucho más urgentes que el matrimonio, pero también creo que existe hoy la posibilidad política de avanzar en este tema, y hay que apoyarlo.

– ¿Qué cosas son más urgentes?

-La derogación de los códigos contravencionales de las provincias; hay que terminar con el poder que ostenta la policía sobre nosotros, porque son ellos los que se llevan todas las noches a las compañeras travestis, les piden coimas, las golpean y hasta son asesinadas. Hay muchos otros puntos importantes para transformar, como los contenidos educativos heterosexistas con que se forman los niños y niñas. El matrimonio no es lo más importante, pero es un gran avance, por el cual se ha peleado mucho y marca un hito.

– ¿Cómo conciben desde el colectivo la idea de familia?

-Las formas vinculares de construir nuestros parentescos son muy diversas y distintas a las de la mayoría de los heterosexuales. Me parece más interesante poder hablar de parentesco y no de familia. Porque en este sentido muchos de nosotros y nosotras son expulsados de su familia de origen. Después de eso, las construcciones vinculares que comienzan a darse no tienen que ver con los lazos sanguíneos. Cada uno se arma un grupo de afectos que son los que te van a acompañar hasta que te mueras. Esta realidad se ve más crudamente en el colectivo transexual, donde la mayoría no puede volver nunca más a su casa. Ese es un tema que requiere una discusión política más avanzada; debemos pensar cuáles son los derechos que se pueden empezar a generar para estos nuevos grupos, encontrarles amparo legal. Y no tiene ya que ver con el matrimonio, ni con la idea de mono o poligamia.

– Entonces, familia y matrimonio están sujetos como instituciones al mismo cuerpo de valores tradicionales. ¿El matrimonio gay sigue siendo un matrimonio?

-Lograr el matrimonio gay es ganar pisos democráticos, desde el cual seguir peleando por otras cosas como colectivo y como sujetos. Pero esto no quita que, como yo lo veo, el matrimonio como institución esté obsoleto; lo que sucede es que la realidad siempre se mueve más rápido que la legislación, porque ya estamos pensando en otras formas.

– Poco tiempo atrás aparecía lejana la posibilidad aún de la unión civil. ¿Qué sucedió para que ahora sí se discuta una legislación más avanzada?

-La unión civil que se aprobó a comienzos de este siglo XXI fue más bien un placebo, que sirvió en su momento para tranquilizar un poco el reclamo, pero no fue en absoluto el acceso real a los mismos derechos. Es decir, por nuestra condición sexual seguimos estando un escalón más abajo que el resto de la ciudadanía. La sociedad está avanzando, las realidades cambian diariamente y los grupos conservadores que hasta hace no más de cuatro años nos hubiesen prendido fuego, hoy ceden hasta la unión civil por miedo a que se legalice el matrimonio gay. Ese fue el nuevo piso, pero queremos llegar al nuevo techo y luego construir uno más alto.

No tenemos que perder de vista que, si logramos la sanción de esta ley, Argentina sería el primer país latinoamericano en permitir esta igualdad de derechos. Muchas veces, en la convulsionada coyuntura que vivimos no terminamos de darnos cuenta de la envergadura de estas discusiones. Yo creo que hay un movimiento político y social regional muy importante. No hace falta ser oficialista en Argentina para entender que el modelo abierto en 2003, con Néstor Kirchner y su continuidad con Cristina Fernández, abrió debates democráticos que la sociedad se debía hacía tiempo. Es el caso de la política de derechos humanos y la cárcel para los responsables del terrorismo de Estado, los temas vinculados a la distribución de la riqueza, con el intento de modificación de las retenciones a la exportación agrícola, la asignación universal por hijo. Es importante, entonces, que exista un gobierno que esté apostando a una universalidad democrática. Debemos ser concientes que se ha dado un proceso de participación ciudadana totalmente alejado de lo que fue la década de 1990, y que esto se observa en varios países de América Latina. Este es un escenario en el que es posible concretar nuevos avances.

Romper con la represión y el patriarcado
La mirada de dos expertas y académicas sobre las repercusiones y significados culturales del proyecto legislativo que aspira a legalizar el matrimonio de personas de un mismo sexo. Son ellas Graciela Cousinet (GC), socióloga y Vice Decana de la Facultad de Ciencias Políticas y Sociales de la Universidad Nacional de Cuyo, y Claudia García (CG), trabajadora social y Secretaria Académica de esa misma casa de estudios.

-¿Cuál sería el primer análisis…?

CG: En principio tenemos que decir que la posible modificación del Código Civil es genérica frente al matrimonio, cualquiera sea la condición sexual, y su aprobación es gratamente sorprendente. Que el Congreso Nacional, con todas las dificultades que ha tenido en los últimos meses para funcionar, se haya activado para dar esta discusión, es un dato importante. Al mismo tiempo me ha sorprendido la ignorancia, más allá de lo ideológico, de algunos legisladores. Estar de acuerdo con la unión civil pero no con la co-adopción es un razonamiento muy pobre y lamentable.

La argumentación de los detractores fue muy poco solvente. Hay una gran cantidad de chicos en instituciones o en la calle sin nadie que se haga cargo de ellos. Su realidad actual es lo terrible, y no la posibilidad de incorporarse a una familia que a algunos no les parece “natural”. Los conservadores dicen que criándose con parejas homosexuales se van a “infectar”, pero se niega que los propios sujetos diversos en su condición sexual crecieron con matrimonios o familias heterosexuales. Otro hecho que no tomaron en cuenta es que casi la totalidad de niños abandonados, o maltratados y separados de sus familias, son víctimas de padres heterosexuales.

-¿Llegó esta discusión al conjunto de la sociedad?

CG: En las familias, como en la mía, el tema se lo ha discutido, también en las escuelas y en los medios de comunicación. En los jóvenes hemos visto una muy buena recepción del tema, tienen más clara la concepción de igualdad de derechos.

GC: Los más jóvenes se han educado en una sociedad que tiene cada vez menos prejuicios. Veo dos constantes ente quienes mayormente aceptaron el proyecto de ley: uno es la edad y el otro el grado de escolaridad. En este sentido, con el correr del tiempo, este proceso de avance difícilmente se vaya a poder frenar.

-¿Cuál es el miedo, o el “peligro”, que implica aceptar el matrimonio homosexual?

GC: Tanto apasionamiento en impedir la igualdad de derechos responde a que se pone en juego la concepción de las identidades sexuales. Se invoca la anormalidad de esas identidades. Pero si entendemos que lo natural o lo normal es lo que ha existido desde siempre, debemos recordar que la homosexualidad ha estado presente en la historia de todas las sociedades.

– ¿La idea de anormalidad está ligada a la de pecado y enfermedad?

GC: Sí, pero hasta la Organización Mundial de la Salud reconoce que las relaciones entre personas del mismo sexo no son patológicas. Pero para las tres grandes religiones monoteístas del mundo la homosexualidad es un pecado, por lo cual es plausible de represión. Michel Faucault explicó, en su condición de intelectual y de homosexual, que en la época del puritanismo victoriano, que abarcó a todo el mundo occidental, hubo un particular interés en que el dispositivo de poder se ejerciera sobre los homosexuales, a quienes se condenó a un rango social degradado. Foucault lo denominó la psiquiatrización del placer perverso. La homosexualidad debía ser tratada como una patología psiquiátrica. Ese dispositivo de poder los transformó de pecadores a perversos. Debían esforzarse en la posibilidad de resolver su “problema”: el electroshock y el psicoanálisis fueron dos alternativas.

– ¿La concepción de familia también ha cambiado en la historia?

GC: Por supuesto. La familia es una institución que se creó, que no es natural. Y su fecha de nacimiento está determinada por la necesidad de reproducción de las sociedades bajo un determinado tipo de relaciones de producción, para un tipo de desarrollo económico.

CG: En ese momento se dejó de lado la organización matriarcal, las madres perdieron los derechos que tenían a raíz de que ellas eran las que aseguraban el conocimiento de la descendencia con seguridad. Y el que ganó fue el derecho paterno, su supremacía.

– ¿Cuál fue la base de este invento “familia”?

GC: El tema fundamental para la creación de ese concepto fue la tenencia de la tierra. Las sociedades se hicieron sedentarias y por ello se inventó la agricultura. Luego, en un proceso largo, la propiedad de la tierra comenzó a ser individual. Las sociedades nómadas no tenían esta preocupación por obtener territorios y dominar a los vencidos para transformarlos en esclavos. En este marco, se formaron sociedades guerreras, en la que tuvo un peso primordial la conquista de territorios. Los protagonistas, entonces, fueron los ejércitos, los varones. Allí es donde adquiere centralidad la figura del varón-padre-guerrero, que suplanta a mujer-madre, como organizadores centrales de la sociedad. Lo que la familia patriarcal vino a garantizar fue la filiación, por eso no se trató tanto de monogamia como de la centralidad del varón.

Lo importante era conocer de quién es hijo cada cual, para ordenar la herencia de la tierra, en general, al hijo varón mayor o primogénito. Esto garantizaba el lazo sanguíneo con determinado guerrero, lo cual después derivó en la constitución de la nobleza. De aquí también se derivaron otras determinantes que se instituyeron, como la importancia de llegar virgen al matrimonio o la condena del adulterio. Es decir, todo tipo de relación sexual que no estuviese orientada a la reproducción fue desvalorizada, y el placer fue vedado por las principales religiones monoteístas y patriarcales.

– ¿La vigencia de esa concepción es acorde al momento actual?

GC: Yo tengo una visión particular del tema. Considero que este patriarcado ha perdido sentido funcional con el capitalismo moderno. Esto porque la herencia de la tierra no es ya decisoria en la organización social, el eje de la economía pasa más por las sociedades anónimas empresarias y bolsas de comercio. Entonces, el tema de la herencia dejó de ser fundamental en el ordenamiento económico colectivo.

-Entonces ¿hay un defasaje entre realidad política-social y normativa legal y religiosa?

GC: Fijémonos que el cristianismo, el judaísmo y la religión musulmana son monoteístas y patriarcales: su Dios es varón, es el Padre. Por eso se erigieron como garantes de esa nueva institución “familia patriarcal”, que debió crearse para reproducir un modo de producción. De hecho, la pareja estable y para toda la vida está muy lejos de ser natural, lo más cercano a eso son las relaciones más bien temporales. La naturaleza comprende el enamoramiento como un determinado tiempo en el cual se está con una persona, lapso en el que pueden pasar dos cosas: si se procrea un hijo, después de que la mujer se queda embarazada, inmediatamente la relación se rompe.

Y, si pasada una cantidad de años no hay procreación, es porque en la pareja, alguno o ambos, no son fértiles y la pareja no tiene sentido como reproductora de la sociedad; por ende, se quiebra también esa relación. Por eso, construir una institución como la familia patriarcal fue en realidad controlar los impulsos verdaderamente naturales del ser humano, que en el fondo no tiende a estar con una misma persona a lo largo de toda la vida.

– ¿Qué es hoy el matrimonio y qué quiebre significa la legislación que debe debatirse en la Cámara de Senadores?

CG: Las leyes vienen a legitimar hechos que ya existen, no es que a partir de una ley va a aparecer de la nada una mayor cantidad de homosexuales, y recién desde ese momento van a tener el deseo de casarse. Es el mismo caso de la década de 1980 cuando se discutió el divorcio, se argumentaba que la ley generaría más rompimientos familiares, cuando en realidad lo que hizo fue reglar situaciones que ya eran un hecho pero no tenían cabida judicial. Lo mismo sucedió con la ley de salud de reproductiva o el debate frente al tema del aborto seguro, legal y gratuito. Por otro lado, prefiero no ver la réplica social de esta ley como un “romper” con algo. Porque ese es el discurso de los que están en contra del proyecto, que afirman que permitir esta equiparación de derechos va a fracturar familias y niñez. Por eso pienso que lo que hace el proyecto es visibilizar y legitimar, más que romper, situaciones que como sociedad no hemos querido reconocer.

GC: Es cierto, pero creo que sí hay una ruptura cultural fuerte, y es con la versión religiosa de la familia. Porque este proyecto es, indudablemente, un ataque directo a ese concepto ortodoxo.

CG: Claro, desde esa visión, no sólo los homosexuales no constituyen familia, sino que tampoco lo son los núcleos monoparentales, divorciados, integrados ni ensamblados. Por esto hablamos de que no es una legislación para promocionar el matrimonio gay, sino que se trata de igualar derechos para cualquiera que elija compartir su vida con otra persona, para que adquieran vivienda y bienes en común y co-adopten.

*Columnista de la Agencia Periodística del Mercosur
 

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