Alejandro Tesa
Fuera pintoresco si no fuera grave el asunto de la valija con frescos dólares con la que Guido Alejandro Antonini Wilson, sueltísimo de cuerpo, llegó al aeropuerto de Buenos Aires. La cantidad varía según el gusto del chismoso –y de a quién le cree–. Entre papeles y documentos podrían haber reposado en ella US$ 60.000. O, sin papeles las filas de fajos pudieron sumar millones.
Creer o reventar.
Quizá hubo dos valijas ese fin de semana de agosto de 2007 y, ciertamente, hay algunos implicados más. La única víctima objetiva resulta la Presidente de la República Argentina. ¿Victimarios? O Chávez o el FBI. Por ahora se discute –¡todavía!– el origen de US$ 800.000 en definitiva encontrados y para qué fueron llevados a la Argentina.
El aparato de seguridad interno estadounidense, el Federal Bureau of Investigations, clama que son dineros que Chávez enviaba para la campaña electoral de la señora K, un regalito, como quien dice, que al quedar en descubierto mata –es un decir– dos pájaros de un tiro: al presidente Chávez (no es necesario explicar por qué tendrán tal oscuro deseo) y la primera mandataria del país sureño, quizá por eso de las "desafinidades" selectivas, quizá por razones de estrategias y transparencias; la política, como es lógico, dicen, nada tiene que ver con todo esto.
Se desprende del esfuerzo con que se hizo la investigación en la parte estadounidense que el señor Antonini Wilson (abajo izq.) es un buen tipo, sorprendido en su buena fe, o tal vez –en el peor de los casos– espoleado por una pequeña ambición personal.
Es conocida la eficiencia del FBI y otros servicios de espionaje e "inteligencia" estadounidenses –primos, hermanos, colegas–, y cuando no fallan profesionalmente (lo que suele ocurrir) se sabe también el uso que las estructuras políticas de gobierno dan a los resultados de su trabajo. Iraq, para no ir más lejos, fue invadido, hoy es un país en ruinas, por eso de las "armas de destrucción masiva" y Sadam Husseín colgado por el cuello hasta morir.
El periodista argentino Raúl Kollmann se hace algunas preguntas y responde (www.pagina12.com.ar). Primero, ¿de quién era la bendita valija? Antonini dijo, sucesivamente, que era suya, luego que no era suya. Escribe Kollman:
Antonini dice que la valija no era suya. Sin embargo, cuando la agente de la Policía de Seguridad Aeroportuaria y el inspector de la Aduana preguntan de quién es la valija, él se presenta como el dueño. ¿Por qué?
–En primer lugar, el sentido común. ¿Por qué alguien va a decir que una valija es suya si no lo es? Si, como dice Antonini, la valija era de Claudio Uberti, la lógica consistía en esperar que el funcionario dijera que la valija era suya. En la causa judicial argentina, María Luján Telpuk (de la PSA) y Jorge Lamastra (Aduana) coinciden en que percibieron una especie de adoquines de papel a través del scanner, preguntaron de quién era la valija y Antonini dijo inmediatamente que era suya.
Y luego: Antonini afirma, y el fiscal Tom Mulvihill y el FBI lo tomaron como propio, que él ni siquiera sabía lo que contenía la valija. ¿Es cierto?
–Telpuk y Lamastra testificaron al unísono que Antonini primero dijo que llevaba libros en la valija, después argumentó que eran papeles y finalmente que llevaba 60.000 dólares. Es obvio que sabía cuál era el contenido del equipaje porque no hubiera mentido tres veces.
Por otra parte, la lógica es que cuando a uno le preguntan el contenido de una valija que no es propia y la quiere hacer pasar, contesta que trae ropa, efectos personales. Antonini afirmó que traía libros, algo que en el scanner se ve bastante parecido a los billetes. Cuando le preguntaron a Antonini por qué se refirió a libros si no conocía el contenido, argumentó que la valija le pareció muy pesada.
Otra vez Telpuk y Lamastra coinciden en que la valija llegó al "scanner" traída, junto con el resto del equipaje, en un carrito empujado por un empleado de la aerolínea, Eduardo. Es Eduardo el que pone el equipaje sobre la cinta, pasa por el "scanner" y recién allí preguntan por el dueño de la valija. Es decir que Antonini, como los demás pasajeros, no tuvieron contacto con los equipajes en Aeroparque. Por lo tanto, si sabía que era pesada, 16 kilos, lo sabía desde Venezuela y eso indica que conocía lo que había adentro.
Y entonces: ¿Qué sucedió cuando se abrió la valija?
–Antonini siguió diciendo que la valija era propia. Cualquier persona, a la que le dan una valija que no es suya y ve que dentro hay semejante suma de dinero, reacciona y dice: “La verdad que la valija no es mía, no tengo nada que ver con esto”. Más todavía si considera que lo traicionaron. El venezolano-norteamericano se presenta en el tribunal de Miami como un tierno animalito que fue burlado en su buena fe y en esa lógica parece cantado que debería haber dicho, ante la aparición de los dólares, que ni el dinero ni la valija eran suyos.
Sólo que hay un acta: Antonini dice que firmó el acta porque estaba cansado y se quería ir de Aeroparque.
–El valijero venezolano-norteamericano no es un muchacho joven, empleado dócil de un funcionario. Es un empresario millonario, con gigantescos y oscuros negocios en Miami, Venezuela y Uruguay. La idea de que le pidieron que pase una valija no parece encajar con ese cuadro.
Aun así, ante la aparición de los 800.000 dólares que él afirma que no son propios, lo más llamativo es que haya firmado el acta en la que dice textualmente que el dinero es de él y que lo traía para hacer una inversión. El argumento de que estaba cansado y se quería ir de Aeroparque parece menos que creíble: ningún empresario firma un acta en la cual se compromete a sí mismo con dinero oscuro, que salió de Venezuela sin registrarse y entraba de la misma manera a la Argentina.
Entran los otros venezolanos al ruego: Antonini afirma que Diego Uzcátegui le preguntó por la otra valija, la de los 4.200.000 dólares.
–En las 300 páginas de grabaciones que registró el FBI hay una referencia muy lateral, hecha por el propio Antonini, a otras valijas y en ningún caso a otra en el mismo viaje. Dice el Gordo, hablando con sus amigos venezolanos-norteamericanos en el restaurante de Fort Lauderdale:
“Diego Uzcátegui sabía que estaba mandando esa plata para esa mierda. Y él me dijo ‘yo de esos viajes he hecho muchos. Y el ministro Rafael Ramírez también’”.
Si había otra u otras valijas era un tema que al FBI le resultaba más que interesante; sin embargo, no hay ninguna referencia, ninguna insistencia sobre el tema en las horas y horas de grabaciones en las que Antonini trataba de involucrar a sus amigos.
Desde el punto de vista de la causa argentina, hay una contradicción que por ahora no se pudo aclarar. Según Telpuk, todas las valijas del vuelo fueron pasadas por el "scanner". Eduardo, el empleado de Royal Class, las bajó del avión, las puso en un carrito, las transportó hasta la cinta y las puso allí. Según el hombre de la Aduana, Lamastra, el sistema consistía en que se scaneaban algunas valijas sí y otras no.
Sin embargo, tampoco parece posible meter 4.200.000 dólares en una sola valija como refiere Antonini. Los 800.000 dólares, que venían en billetes de 50, pesaron 16 kilos, de manera que 4.200.000 hubieran pesado más de 80 kilos. Con billetes de la misma denominación, se requería pasar dos valijas muy grandes, especiales, de mucha dificultad para levantar, de 40 kilos cada una. En billetes de cien dólares, sería una valija de las especiales.
Y cierra Raúl Kollman:
Se puede debatir-especular con que el dinero era para una coima, una campaña electoral, negocios de los prófugos Uzcátegui-Antonini en Uruguay-Venezuela-Argentina-Miami o una jugada para sacar el dinero de Venezuela donde hay un estricto control de cambios y encaja perfectamente sacarla en efectivo. Resulta ya más difícil hacerlo sobre que la valija era de Antonini y él conocía perfectamente el contenido.
A ningún criminalista le extrañaría que si al "Gordo" Valor (un famoso asaltante argentino) lo atrapan a la salida de un banco con una mochila con 800.000 dólares, diga que el dinero no es de él y que ni sabía que la plata estaba en la mochila. Lo que impacta es que un fiscal y el FBI protejan al Gordo Valor y sustenten que el dinero no era de él y que el pobre no sabía lo que le pusieron en la mochila.
Cartas como para un poquer deshonesto: marcadas
El FBI, tras un acuerdo con Antonini, le habría hecho el favor de redactarle una carta para que la enviara al presidente de Venezuela. En esta extraña misiva el señor Antonini cuenta su versión de la historia de la valija. El texto –buena estrategia de defensa– procura inducir al gobierno venezolano a prometerle dos millones de dólares a cambio de su silencio, documentos falsos para demostrar que los 800.000 dólares no eran suyos y la certeza de que no iría preso en ninguna parte.
También insiste en que fueron dos las valijas en cuestión y asegura que fue el ex funcionario del gobierno argentino, Claudio Uberti, quien las subió al avión en Caracas, junto con el jefe de seguridad de Pdvsa, Rafael Reiter, y sostiene que una vez que llegaron a Aeroparque “la más grande” sorteó los controles aduaneros “y Uberti se quedó con ella”.
Antonini ya había inaugurado su último testimonio con una referencia a que había al menos una valija más con dólares en el vuelo, fuera de la que le revisaron a él. Al menos, eso era lo que le había dicho –explicó en lel juzgado de Miami– el ex vicepresidente de Pdvsa Diego Uzcátegui. “¿Dónde está el resto del dinero?”, contó que le preguntó Uzcátegui cuando se vieron en Buenos Aires, dos días después de la incautación de los 800 mil dólares. Y cuando le respondió “¿qué dinero?” le habló de los “4,2 millones de dólares restantes”. Aunque sigue negando cualquier relación con los 800 mil dólares (cuyo origen atribuye a Pdvsa y su recepción, a Uberti), por su descripción de ayer difícilmente pueda seguir sosteniendo que no sabía que en la valija que él cargaba había billetes.
Por otro lado, ayer el fiscal presentó una libreta que pertenecería al único hombre en el banquillo, Franklin Durán, donde está escrito que el envío era, en realidad, de seis millones.
Esta versión hace algún cortocircuito con lo que figura en el expediente argentino, donde los pilotos del jet, al dar su testimonio, dijeron que el vuelo salió con dos horas de demora porque los habían estado esperando a Antonini y a Daniel Uzcátegui, hijo del ex directivo de Pdvsa. La ex secretaria de Uberti, Victoria Bereziuk, declaró que suponía que a esa altura, cuando los rezagados llegaron, ya estaba todo el equipaje cargado. En ese caso quedaría la duda: ¿en qué momento vio Antonini que Uberti subió valijas? ¿Pudo verlo?
A los pilotos, en su momento, no se les preguntó quién subió las valijas. Por otro lado, la ex agente de la Policía Aeroportuaria María Luján Telpuk, en sus tres declaraciones, reiteró que ella revisó todo el equipaje ingresado. Un funcionario aduanero, Jorge Lamastra, había dicho que en la Aduana la inspección suele ser selectiva.
En una carta con fecha 16 de agosto de 2007, dos semanas después de que se incautara la valija con los 800.000 dólares, el fiscal Thomas Mulvihill le plantea a Theresa van Vliet, la abogada de Antonini Wilson, un acuerdo judicial. Son once puntos y el Departamento de Justicia aclara que no se trata de un “acuerdo de cooperación”.
En él Mulvihill señala que “tendrá derecho a usar sin limitación cualquier declaración hecha a su cliente durante este proceso”. Insiste, además, en que esa nota “no implica que imparta un uso derivado de inmunidad” a Antonini. Además de la firma de Mulvihill, la carta lleva al pie el nombre de su jefe, el fiscal general del Sur de Florida, Alexander Acosta, y la aceptación de la abogada Van Vliet y el propio Antonini.
El enredado y enredoso asunto no tiene visos de acabar pronto. En Miami y en Buenos Aires se siguen dos juicios paralelos, con dos investigaciones paralelas. Para el sistema judicial suramericano Antonini tiene calidad de prófugo.
Lo cierto –tal vez curioso– es que el contrabando de billetes se detectó 48 horas antes de la visita oficial del presidente venezolano Hugo Chávez a la Argentina, cuando Wilson y algunos funcionarios de la petrolera PdVSA viajaron a Buenos Aires en un avión alquilado por la empresa estatal argentina Enarsa.
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