Argentina: la mujer que desmanteló un imperio de burdeles

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

La historia de Raquel Liberman empezó a escribirse, sin que ella lo supiera, mucho antes de que esta mujer fuera noticia. El origen de su notoriedad empezó a fraguarse años atrás en la ciudad polaca de Cracovia. Allí nació Noé Trauman, anarquista que, siendo joven, se vio envuelto en un atentado contra el ejército. En su huida recaló en la República Argentina. Despuntaba el siglo XX, eran los años del hambre en Europa y oleadas de inmigrantes llegaban a este país del cono sur americano buscando una oportunidad. Con ellos llegó Trauman.

Todos los investigadores de la trata de blancas en Argentina se han visto, de una u otra forma, seducidos por la personalidad del judío polaco. Y es que Trauman no era un hombre cualquiera. Combinaba un gran talento para la organización con una cultura apabullante. Conoció intelecctuales y escritores, como Roberto Arlt.

Trauman se dio cuenta de que el gran negocio de aquellos años giraba en torno a la prostitución. Argentina -en plena época de recepción de inmigrantes- era un país de hombres solos, desarraigados, dispuestos a no regatear con tal de conseguir compañía femenina. Trauman y otros ocho judíos polacos fundaron La Varsovia y la autodenominaron Sociedad Israelita de Socorros Mutuos. Trauman, cínico de categoría, estableció una cláusula en la que se exigía «buena conducta» para pertenecer a la sociedad.


Tres mil burdeles y muchos «asociados»

fotoDesde su sede, un palacete de la calle Córdoba al 3200 de Buenos Aires, levantó un imperio que agrupaba más de quinientos socios-accionistas y que superaba los tres mil burdeles. Desde sus comienzos la organización se desmarcó de los métodos violentos. Las cuchilladas, los tiros y los ademanes chulescos eran exclusivo patrimonio de los rufianes marselleses y catalanes. En La Varsovia las buenas maneras y el dinero fueron las herramientas de trabajo.

Una de las grandes bazas de la organización fue la de implicar en sus ganancias y actividades a amplios sectores de la poderosa sociedad bonaerense. Políticos, jueces y policías fueron comprados de una u otra forma. Para los que le acusaban de ser un rufián Trauman tenía una respuesta elaborada:

«Dicen de nosotros que somos explotadores, pero a mí eso no me importa. Me da la risa. Explotadores son los que hacen trabajar a los obreros diez, doce, quince horas diarias a cambio de una miseria. Nosotros empleamos mujeres y les damos un salario, techo y comida decentes. En la antigua Grecia a estas mujeres se las llamaba hetairas y eran reverenciadas por todo el mundo. Es la sociedad de estos tiempos la que descubre unos vicios para silenciar otros».

Sus compatriotas judíos, sin embargo, pusieron el grito en el cielo y les prohibieron entrar en la sinagoga común y más tarde impidieron incluso que los rufianes se «enterraran en sagrado». Fue un duro golpe para La Varsovia formada, en parte, por hombres de profundas convicciones religiosas. Trauman, ateo convencido y lector -y contradictor- de Bakunin no se dejó impresionar por la medida.

En Avellaneda, afueras de Buenos Aires, compraron una parcela de terreno y allí establecieron su propio camposanto. Pasa por ser el único en el mundo en el que los enterrados son todos rufianes o madames de los prostíbulos.

Sin embargo, la realidad no era tan romántica como pudiera desprenderse de las palabras de Trauman. La mayor parte de las mujeres que ejercían la prostitución en Buenos Aires eran de origen polaco o rumano.

El sistema de captación es bien conocido: un agente de La Varsovia viajaba hasta las miserables aldeas del este de Europa y allí, guiado por alcahuetas a sueldo, ofrecía trabajo en Suramérica. Otras veces se prometía matrimonio a las muchachas, generalmente huérfanas o hijas de familias numerosas.

Eran años de hambre y muchos padres se alegraban de desprenderse de una boca más a la mesa. A su llegada a Buenos Aires, la mujer «se casaba» en la sinagoga de la organización y a los pocos días comenzaba a ejercer la prostitución. En general, la mayoría de las inquilinas no podían protestar por su suerte. Desconociendo el castellano y recién llegadas de un ambiente rural y miserable, sus posibilidades de rebeldía eran -en la práctica- inexistentes.


Un carácter diferente

fotoRaquel Liberman fue una de tantas mujeres que se vio envuelta en la trama de prostitución organizada por la Zwi Migdal -La Varsovia hubo de cambiar el nombre ante una denuncia del embajador polaco en Buenos Aires-.
El ansia de libertad de la Liberman la llevó a ahorrar peso sobre peso durante diez años de ejercer «el oficio». Conocedora de que muchos rufianes solían vender sus mujeres a otros prostíbulos persuadió a un cliente amigo suyo para que presentara una sustanciosa oferta por su persona. De esta forma, simulando ser vendida a otro lupanar, Raquel Liberman compró su libertad con su propio dinero.

Su error fue no abandonar la ciudad. Se estableció en el centro de Buenos Aires y compró un negocio de antigüedades. El engaño no tardó en ser descubierto. Como siempre la organización prefirió recurrir a la astucia para volver a recuperar a la díscola mujer. Una tarde cualquiera, Salomón Korn, hombre de la Migdal entró en su establecimiento.

Alto, elegante y bien parecido Salomón no tardó en enamorar a la polaca. Se casaron a las pocas semanas y en breve plazo Raquel Liberman fue desposeída de sus bienes y se encontró de vuelta al burdel de la calle Valentín Gómez, el mismo en el que había trabajado durante diez años. Su amor se transformó en un odio ciego. Entonces, con audacia, recurrió al comisario Julio Alsogaray, «El loco», un policía con fama de incorruptible.

El comisario le preguntó si estaba dispuesta a testificar ante un juez. «Todo lo que usted quiera» fue la respuesta. La organización empleó de nuevo los halagos, las promesas y al fin amenazas de muerte. La polaca se mantuvo firme en sus convicciones. «Sólo se muere una vez, la denuncia no la retiro».

El 20 de mayo de 1930 el juez Rodríguez Ocampo, joven y no corrompido, ordenó la captura de los dirigentes de la Migdal. Raquel Liberman les había arruinado el negocio. El imperio de los tres mil burdeles se desplomó de la noche a la mañana.

El dinero, que todo lo puede consiguió la libertad de los encausados en poco tiempo. La mayor parte de los dirigentes fueron advertidos por la propia policía y se refugiaron en Uruguay. Los judíos bonaerenses hicieron todo lo posible por tapar la historia.

Raquel Liberman murió pocos años después, en 1935, en el Hospital Argerich de Buenos Aires. Trauman de cáncer en su refugio uruguayo. La organización nunca pudo volver a ser reconstruida. Sólo queda un testigo mudo de la trama: el cementerio de Avellaneda, última morada de rufianes y hoy casi oculto por el abandono y las malas hierbas, al que, sin embargo, un cuidador suele impedir la entrada.

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*Periodista español.
Del autor: http://noticias.arcoiris.tv/modules.php?name=News&file=article&sid=241

Addenda
fotoRaquel Liberman ha sido objeto de diversos estudios e inspirado obras literarias. Una organización ciudadana lleva su nombre en Buenos Aires.
Humberto Constantini, cuentista, novelista y dramaturgo fallecido en 1987 dejó inconclusa su novela Rapsodia de Raquel Liberman.
Las polacas fue el título elegido por las directoras argentinas Laura Yusem, Clara Pando y Elvira Onetto para presentar tres obras de poco más de una hora cada una sobre aspectos de la trata de blancas; la figura de Liberman es preponderante.
Myrtha Schalom, escritora y feminista, publicó La Polaca. La historia de Raquel Liberman, una inmigrante que desafió los límites de la historia.
Isaac Bashevis Singer describe en una escena de cortejo a una de las futuras víctimas de la trata de blancas de la organización judía en la Argentina.
De Nora Glickman se editó en Inglaterra hace pocos años Jewish White Slave Trade and the Untold Story of Raquel Liberman
Marta Dillon, argentina, publico en el diario Página 12, de Buenos Aires, un artículo sobre Liberman: Romper el silencio. Se encuentra en: www.pagina12web.com.ar/suplementos/las12/vernota.php?id_nota=797&sec=13.
Casos similares se dieron también a principios del siglo XX en Brasil, pero en éste país el tráfico de «polacas» no tuvo la importancia económica ni la trascendencia social que llegó a adquirir en la Argentina.
En la actualidad -globalización mediante- el «negocio» del sexo podría manejar unos siete mil millones de dólares anuales.

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