Argentina: la “política” del vómito
Elisa Rando*
Hartos, pero de verdad, hartos, nos despreocupamos del estilo. De la semántica. Y de alguna manera, también de la prudencia. Lo que podría decirse como generalmente ocurre en emergencias “electoreras”, -que no electorales-, hacer “un análisis serio de la situación política en general”, en esta modesta nota, no lo encontrarán.
No te rindas, aún estás a tiempo
de alcanzar y comenzar de nuevo.
Aceptar tus sombras,
enterrar tus miedos,
liberar el lastre,
retomar el vuelo.
No te rindas
Mario Benedetti
No lo busquen. No lo esperen. No lo encontrarán. Lo que no existe, no se puede analizar. Y la verdad es, que la situación política electoral seria, no la vamos a inventar. No existe.
Nada de lo que hoy se está desarrollando como campaña electoral, se puede analizar como tal. No se analiza con seriedad la abstracción. No se debe confundir una tómbola camandulera, como si fuera en realidad una consulta al pueblo. Sería un desprecio a la verdad. Una burla a la razón. Sería aceptar un sistema de acertijos ninguneando la voluntad del pueblo.
Con rigor. Con pautas ideológicas. Con principios y con programas, no encontramos nada para analizar. Y mucho menos para entusiasmar. De manera que si empleamos la dureza del lenguaje. La dureza de la palabra. Lo hacemos por honestidad militante. Para que nada quede implícito.
Esta vez decimos los sentimientos con las tripas, porque el cerebro tropieza con lo intolerable. Aquí, entre nosotros, el absurdo le gana a la razón y la simulación maquilla la decrepitud y la indecencia.
¿Qué es lo que se puede analizar? Así como el latrocinio licua la honradez, la alquimia encuestadora de estos días deja abandonado en las esquinas al ciudadano, a la verdad y a las urnas. Lo que implica decir, que se utiliza una rama del cálculo matemático para manipular a la opinión y a su sujeto. Los ideales no cuentan. La ideología casi ninguno la tiene. Murieron en la emergencia. Lo grotesco de la farsa es lo que impera. Abundan por todos lados los bufones. Dante y Maquiavelo nos miran sorprendidos.
De programas no habla ni uno solo. De proyectos, son cosas que aburren y dispersan. De partidos, elecciones internas, militantes, plataformas, origen del dinero derrochado… parecen cosas de libros archivados. Cosas de viejos aburridos. De gente antigua. Tanto como el Juzgado Electoral.
De la lucha…, de la lucha se olvidaron todos. Sólo pelean los restos del festín.
Del hambre ajeno, almuerzan muchos.
Y de la ventanilla, se colgaron todos.
Del 19 y 20 de diciembre, del estado de sitio establecido y de los 37 muertos que quedaron en las calles, nos acordamos nosotros. Los sobrevivientes. Los de abajo. Los que salimos una madrugada a gritarles que se vayan todos.
Todos, todos se escondieron un tiempo. Cuando pasó la cuarentena se sentaron, más tranquilos. Todos juntos.
Hacemos estas líneas por lo afirmado en el título. El vómito ciudadano es el síntoma de un asco colectivo. Y eso es sumamente peligroso.
Por respeto a la verdad, la que en todos los frentes se saltan a la torera. Sin métodos para observar. Sin principios que sostener. Sin advertir que en las maniobras por ganar algo, se pierde hasta la vergüenza. Por ganar algo se hacen trizas la razón y la conciencia. Por ganar algo desaparece el objeto del deseo y se quedan sin deseos y sin historia que puedan mostrar al vecino o al hermano.
Recordamos, señalamos, nos enojamos, por respeto a los compañeros y a los lectores. Por respeto a los militantes que quedan y en homenaje a los que lo han sido, y ya no están.
Por respeto a los que sufrieron cárceles, exilios y muerte, por esa, su insobornable militancia.
Por los que no preguntaban por cuanto sino por qué. Y sabían por qué se hacía lo que hacían. Sin aceptar imposiciones. Ni ordenes. Ni bajadas de líneas miserables y traidoras.
Respeto a los que no discutían sin información. Y la información era la lucha y la lucha era por su clase y su ideología. Su clase y las ideas de su clase. Concebidas y difundidas por su partido de clase. Que era la razón de su militancia. Su razón de vida militante.
Respeto a los que se jugaban por todos. Abriendo caminos. Marcando conductas. Eran los anónimos constructores de la liberación.
Incorruptos. Cincelaron la decencia en carne propia. Decencia sin alharaca. Decencia de gente pobre. Decencia de luchadores.
Hombre y mujeres, decentes con ellos mismos.
Consecuencia por ideales. Consecuencia que tuvieron siempre dolorosas y sufridas consecuencias.
Por conciencia propia y vergüenza ajena, lucharon y muchos cayeron para siempre, porque no sabían ni querían entregarse. Porque no traicionaron.
¿Dónde reside en nuestros días la decencia?
¿Dónde se escurren los ideales?
¿Dónde se subasta al pueblo?
¿Dónde puede y debe estar la clase obrera y dónde y cuál es su partido?
¿Dónde puede un trabajador considerar que ha encontrado un lugar para desarrollar la lucha por la liberación?
¿Quién, dónde y cuándo denunciará alguien, de verdad, la explotación del hombre? El hambre de los niños. El abandono de los viejos. La enfermedad no tratada. Y la tierra en latifundios que son ahora perversas banderas de especulación y latrocinio. Ladrones sin callos y con tranqueras.
¿Qué significado tiene para la insensibilidad de los poderosos la lucha de los desposeídos?
¿Cuándo el capital salvajemente inhumano será enfrentado por el Partido de la clase obrera organizada?
¿Dónde y cuándo los pueblos resolverán la unión de sus fuerzas para comenzar a consolidar la internacional de los hombres y mujeres libres?
¿Es que nunca llegará esa hora?
¿Es que creen, de verdad creen, que la historia detendrá su marcha para esperar a que otros desbrocen el camino?
Nadie ni nada reemplazará a la clase obrera en la tarea de defender sus intereses de clase y ejecutar los mandatos de las mayorías que integra.
¡Cuántos intentos frustrados! ¡Cuántas traiciones sufridas!
Las oportunidades, los momentos que se pierden muy pocas veces se vuelven a presentar. Sólo basta recordar que hay dos cosas que no esperan: el hambre y la muerte. No resisten encuestas ni traiciones. Ni tilingos que prometan la abundancia.
Mi homenaje sea hoy, en estos días sombrío, para los compañeros que nos enseñaron siempre que la Revolución Social, que la Revolución Socialista es posible. Pero también aprendimos que no la íbamos a encontrar a la vuelta de la esquina. Había que luchar. Había de derribar barreras. Había que tener principios y sobre todo, había que ser decentes. Había que querer ser libres.
En la noche del domingo 28, cuando se abran las urnas, allí no encontraremos regalada la liberación de nada.
Una gran sombra opacará la algarabía de los que ahora creen que todo se acomodará andando. Como los melones en los carros. Andando. Como melones.
Sólo resta advertirles a los presidentes de mesas, a los fiscales, a los jueces electorales y a los ciudadanos todos, que en los padrones de la democracia declamada, habrá 30.001 ciudadanos que no concurrieron al comicio. Que no votaron. Ni votarán jamás. La A que pondrán junto a sus nombres, no es A de ausencia. Es, sencillamente, A de asesinado.
Jorge Julio López, también.
Son la muestra lamentable de la tragedia argentina. Que no es farsa. Ni será comedia.
* Despacho de Argenpress (www.argenpress.info).