ARGENTINA: LA TIERRA BRAMA

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Cinco provincias argentinas (Catamarca, Córdoba, San Luis, Santa Fe y Santiago del Estero) padecen graves inundaciones. Otra (Chubut) tiene más de 40 mil hectáreas de bosques reducidos a cenizas. Estos hechos, junto a otros “fenómenos naturales”, obligan a reflexionar sobre lo qué pasa y la responsabilidad de la sociedad y los gobernantes en los mismos.
A la hora de buscar las causas, aparecen tres cuestiones que merecen ser consideradas:
Una: el cambio climático. Múltiples reuniones y resoluciones de países y organismos internacionales procurando reducir sus efectos, de nulo o escaso cumplimiento, dan cuenta de este suceso. El lanzamiento de gases al espacio, la mayoría de ellos producto de los procesos industriales, está entre las causas más directas. El cambio climático lo que está produciendo, según las consideraciones científicas, es una tendencia a que los fenómenos naturales se hagan más extremos. Donde llovía, llueve más; donde había sequía, éstas se profundizan; los huracanes y fenómenos marítimos se hacen más virulentos. Además estos hechos se van haciendo cada vez más frecuentes.
Dos: el modelo económico, cada vez más agresivo hacia la naturaleza favorece esta tendencia. Además de los mencionados gases lanzados sin control al espacio, nos encontramos con la tala de bosques nativos, procurando aprovecharse de la riqueza maderera o para destinar esas tierras a otras actividades económicas. Nuestro país, con el cultivo de la soja transgénica y los “paquetes tecnológicos”, es un ejemplo de esta tendencia que se agrava con el paso del tiempo. La destrucción del monte le quita capacidad de absorción a la tierra, los productos químicos producen una “corteza” en el terreno que dificulta -aún más- esa absorción y los campos se transforman en “rutas pavimentadas”, a través de las cuales se desliza el agua, que cae en mayor cantidad. Ello motiva el desborde de los ríos y las inundaciones en las zonas bajas. Las sequías, a su vez, crean las condiciones para los incendios que se desarrollan al amparo de la debilidad de las políticas de prevención y combate al fuego.
Tres: la ausencia de una planificación estratégica, hace que lo señalado con anterioridad tenga efectos graves para las poblaciones que los van padeciendo. En efecto, los diferentes niveles gubernamentales es poco lo que planifican y –en la mayor parte de los casos- intervienen una vez producido el fenómeno. Allí vienen los lamentos diciendo que “contra los hechos de la naturaleza no se puede hacer nada”. Casi siempre, eso es una mera justificación o –lo que es más grave- una simple y llana mentira. Gobiernan mirándose su propio ombligo hasta que la bronca de la naturaleza estalla y la población –casi siempre empezando por los más pobres- la siente en carne propia. Esto pasa con la dirigencia que decide las cuestiones globales imponiendo modelos económicos destinados a producir bienes, al servicio de su propia acumulación de riquezas, sin preocuparse por lo que eso puede significar para la humanidad contemporánea y futura. Esa situación se reproduce en los demás niveles de gobierno. Sin planificación estratégica, a nivel nacional, los gobernantes provinciales y municipales muchas veces realizan obras sin ton ni son, sin saber los efectos reales de su proceder, aun que lo hagan con la mejor buena voluntad.
Así están las cosas en la mayor parte de las llamadas catástrofes naturales. Es bueno saber que ellas no son “castigos de Dios”, sino que las irresponsabilidades humanas tienen mucho que ver en su gestación y en los efectos que producen. Es justo reconocer que hay otras “catástrofes” como los volcanes que, según las investigaciones hasta ahora existentes, nada tendrían que ver con el cambio climático. Estos fenómenos, uno de los cuales se está desarrollando en Chile, en las proximidades de importantes localidades argentinas (San Martín y Junín de los Andes, en la provincia de Neuquén) estarían vinculados a movimientos de diferentes capas geológicos.

Juan Guahán, Question

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