Argentina, periodismo. – ÉTICA DE LA INFORMACIÓN Y TORTA DEL ESTADO

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

La mayoría de las empresas periodísticas –en todo el mundo- actúan con un alto grado de parcialidad y hasta con falta de ponderación en la manera de proporcionar las informaciones al público. Para los empresarios del sector esto significa poner a resguardo un buen negocio que consiste, casi siempre, en hacerse cargo de una línea editorial que defiende los intereses de un grupo económico –generalmente empresas trasnacionales– o de una determinada política acorde a eos mismos intereses.

Es el caso –uno entre tantos– del empresario Rupert Murdoch, dueño de un imperio periodístico transnacional. Jorge Fontevecchia lo menciona en su libro Entretiempo para decir: «El dueño de la FOX es el supramagnate Rupert Murdoch, quien a pedido del gobierno chino no demoró más que minutos en levantar del aire a la propia BBC de sus satélites en Asia, porque mencionaba la masacre de (la plaza) Tienanmen en Pekín”.

Es así como el periodismo se transforma en un santuario de oportunidades económicas en vez de ser un santuario de sagradas verdades. Porque este acto de censura Murdoch se lo cobró con creces en favores y dinero al gobierno chino. Es sabido: en el mundo de los negocios quien maneja las comunicaciones también cuida su inversión: nada es gratis. Esta es la regla básica que nunca se dice, pero implícita en cada gesto del empresariado periodístico.

El silencio como estrategia

Un ejemplo que documenta una actitud como la de Murdoch es el tratamiento periodístico –o, mejor, el no tratamiento– que le dio la prensa mundial el 13 de septiembre de este año 2006 a las declaraciones del presidente de Venezuela, Hugo Chávez, quien dijo que las Torres gemelas (WTC) habían sido destruidas acaso por el mismo gobierno de Estados Unidos para disponer de un pretexto valedero para invadir Afganistán e Iraq.

El asunto nunca fue profundizado por la prensa de todo el mundo a pesar de una serie de declaraciones –hechas meses antes que las de Chávez y en el mismo sentido– entre las que se cuenta, por ejemplo, la del general Leonid Ivashov, que en un próximo futuro podría sustituira Putín como jefe del gobierno de Rusia. (Ver nota aquí: ). También acompaña esta opinión el 36 % de los ciudadanos de Estados Unidos (Andrés Repetto, TN Internacional del Grupo Clarín).

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¿Qué le pasa a la prensa? ¿No es suficiente semejante noticia para comentarla? ¿Por qué la silencian? Poner en claro estos hechos es muy importante para que el ciudadano se maneje con sus propias conclusiones en el intricado laberinto de la política internacional.

La misión de los medios de comunicación es la de documentar lo que acontece en nuestro entorno, informar acerca de lo que sucede en la sociedad. Por eso llama la atención que la prensa se junta toda y de una vez, en un significativo silencio que hace que los dichos de Chávez y del general Ivashov pasen inadvertidos, tal como los hechos de la plaza Tienanmen. Este silencio hace pensar que hay verdades detrás de los conceptos de Chávez y Ivashov.

Los noticieros de la TV y la prensa escrita ponen toda su atención en las noticias deportivas –declamadas hasta el hartazgo–, el tiempo y sus temperaturas, y muchas banalidades. De Chávez y de Ivashov nada. No existieron. ¿Por qué? Se puede intuir que hay una conexión entre los medios de prensa, “asociados” en ecualizar con el mismo comportamiento su actitud frente a sus lectores/espectadores. Hay como una “figura suprema” que imparte la orden a seguir y hace que todas laten juntas y a la vez con el mismo corazón cuando se trata de no dar o dar informacaiones.

Volviendo al WTC se puede intuir y especular sobre el por qué de tanta desatención de los medios de comunicaciones sobre noticias tan importantes: Es el pacto tácito que une a la prensa mundial en su apoyo encubierto a las maniobras del triple imperio inglés/ estadounidense/ israelita cuyo objetivo es el de conquistar las riquezas petroleras del Oriente Medio. Memoria y viveza de reyes que nunca olvidan que un buen rey debe ser en rigor además de histórico y bíblico, también un buen ladrón.

Me extenderé por una líneas sobre este asunto porqué es sintomático y documenta con claridad las fallas que soportan hoy en día la comunicación periodística. Utilizando el sentido común surge una reflexión: ¿Quién se benefició con la caída del WTC? Respuesta: No por cierto los árabes. Ellos sabían que si organizaban una acción terrorista de semejante tamaño jamás hubiesen escapado al tremendo castigo de EEUU. Por otro lado, ¿Cuál hubiese sido la finalidad y la ventaja árabe de una acción terrorista de semejante porte?

La finalidad nunca fue declarada por ningún miembro de red terrorista alguna, tampoco ninguna se hizo cargo. ¿No es inútil una acción guerrillera tan contundente sin una finalidad? Se tiraron abajo las Torres Gemelas, ¿y ahora que? ¿Donde se quería llegar? ¿Dar un escarmiento a EEUU? ¿Porqué? Pero ¿qué pretenden los terroristas? ¿Para que? ¿Qué significado? ¿Cuál la ventaja y porqué?

Por donde quiera que se lo mire, más bien parece un enemigo sorpresivo cuyas pretensiones nunca fueron declaradas. Surge de la nada, de improviso, sin una verdadera razón que justifique una amenaza; atenta por primera vez contra la embajada de EEUU en Kenia, ¿pero porqué?: Estéril, nunca una razón clara, nunca un manifiesto que explique algo, nada de nada, estéril, estéril por donde se quiere.

A los “terroristas” les importa y mucho decir porqué hacen un atentado, las razones del atentado son el alma que alimenta la causa, ¿Por qué callarlas?

Entonces si los árabes no tuvieron ninguna ventaja es difícil pensar que hayan sido ellos los autores de los ataques.

Sí, vemos buenas prerrogativas por el lado de la fundación del Estado de Israel, EEUU y la corona inglesa. Estos derrumbes del WTC fueron un excelente trampolín para autorizar moralmente la invasión a Afganistán e Iraq y poner también en la mira a Irán y a toda nación del área –o del mundo– que no fuese alineada con el “imperio”. Es la vieja y conocida ambición británica cuya reina tiene en su cabeza la cultura por los buenos viejos tiempos de latrocinio y piraterías diversas luego convertidas en conquistas.

Se calcularon los riesgos. Inglaterra no podía exponerse sola en la aventura del Oriente Medio. No era suficiente su fuerza moral frente a la opinión de los otros gobiernos del mundo. Así imaginó, mejor dicho regaló, un pedazo de tierra (que no era suyo) para que con ello se constituyera el Estado de Israel. ¿Por qué Inglaterra se arrogó este derecho? Porqué esto le aseguraba a futuro un pie en la zona. Después, con más calma y con el lobby judío de la poderosa Reserva Federal (FED), se alió al todo poderoso EEUU para disponer de la fuerza bruta necesaria para la conquista. Un verdadero trabajo profesional como solo los reyes avezados y de larga visión son capaces de llevar a cabo.

Ya contaban con buenos motivos para eso: la amenaza musulmana, creada mientras tanto por el estado de Israel que siempre se adueñaba de nuevos territorios que defenderían ‘todos’ con sangre y fuego. Al margen: ¿Por qué no regalaron un pedazo de su propia tierra a los judíos en vez de situarlo en una zona que con toda certeza iba a causar conflictos? Ahora podemos intuir el porqué.

Como se puede observar, hay argumento de sobra para que la prensa investigue y desarrolle con el objeto de iluminar a la opinión pública para bien o para mal. Pero, silencio. Silencio de radio. Literalmente.

Toda la prensa –gráfica o radial/televisiva– no hace excepción a las reglas cuando se trata de cubrir estos temas tabúes. Clarín, La Nación, Pagina 12, y ahora el diario Perfil – todos de la Argentina y con pequeños matices que apenas los diferencia–, recorren el mismo camino. De ellos, el medio más radicalizado en estas posturas de ignorar algunos hechos o travestirlos a propia conveniencia es el Perfil , que aparece una vez a la semana, los domingo. Vale la pena comentar lo que escribe su editor /dueño, Jorge Fontevecchia.

Los editoriales de Fontevecchia permiten ver el minúsculo círculo de pequeños horizontes en el cual se debate la trayectoria de su empresa editora. A través de sus escritos se descubre que empresarios inteligentes, constructores de imperios en sus especialidades, son criticados por su “sumisión” a supuestas “órdenes” gubernamentales, Pescarmona o Brito, por ejemplo. ¿Es esta una desinformación? En efecto.

Omite Fontevecchia que son los empresarios, con su poderío económico, los que imparten órdenes a los gobiernos de turno o llegan a acuerdos para implementar las directivas económicas que trazan el desarrollo de la política social del país. Si los mismos empresario le dicen sin tapujos que están conformes con el programa del gobierno no tiene por qué él dudarlo o hacer pensar al lector que dichos empresarios son “esclavos” (sic) del poder gubernamental.

Fontevecchia siempre afirma, en especial en el diario Perfil, que sus propuestas periodísticas son “periodismo crítico” y, por eso, es castigado con la omisión de publicidad en sus medios, no tan sólo por el Estado sino también por los empresarios, la mayoría de ellos amigos y/o cómplices del gobierno. También compara al dictador ruso Stalín con Kirchner, quien ejercería presión sobre los mismos empresarios para que no compren espacio de publicidad en el citado periódico. Y que la actitud de no soportar las supuestas “injuriosas” tapas de sus publicaciones se debe a la falta de roces del jefe de estado y de los políticos que lo rodean, etc, etc.

Aunque Fontevecchia se expresa de manera convincente, luego un examen más atento hace difícil no considerar que no hay descanso ni límites a su imaginación, y profundizando aún más la lectura se intuye que lo que escribe se puede denominar “piruetas ideológicas”. ¿De que otra maneradefiniríamos tanto trajín? Son piruetas ideológicas dictadas por sus urgentes necesidades de negocio. Es lo que se desprende por lo que él mismo dice de su empresa, la Editorial Perfil.

Decía Francis Bacón (1561-1626): “El hombre vale tanto cuanto sabe”. Saber es poder y Fontevecchia debe ser un discípulo de este dicho por los éxitos empresarios que ha cosechado en Europa y resto de América. Pero, a veces, esta velocidad mental que bien le sirve para los negocios –y también para desarrollar teorías en las cuales despeja todo su sentido común– se transforma en un enredo lleno de contradicciones.

fotoLa lengua siempre toca donde el diente duele y su dolor es no recibir publicidad del Estado, que parece ser indispensable para el éxito de sus publicaciones. Pero un empresario de las comunicaciones no puede cometer pecados de lengua con tanta desenvoltura y emitir criterios superficiales que no hayan sido comprobados con suficiente seriedad. Y luego abusar de las palabras para intentar convencer a sus lectores que se castigan sus medios con esa falta de publicidad porqué hacen el más correcto y mejor periodismo del mundo, cuando está demostrado que sus contenidos son en algunos casos una Babel de palabras que intentan confundir al lector más desprevenido.

Insiste que a su periodismo se lo “persigue” –por su no participación en la publicidad del Estado– porque es crítico, cuando la verdad es que se trata informaciones u opiniones que distorsionan la realidad, muy cercanos a las calumnias, y están dirigidas a favorecer intereses específicos bien definidos. Sería una ingenuidad describirlo como ‘crítico’, una falta de respeto por los lectores que sí son siempre más críticos en la en la observación de la realidad diaria. Y es por eso que los tirajes semanales de sus revistas y diarios, bajan de manera perceptible a pesar de la fuerte recuperación económica que vive el país.

No puede connfrontar con el entorno diciendo que sus medios practican un periodismo crítico cuando no existe el periodismo crítico, que es un invento «marquetinero» utilizado para justificar un tipo de periodismo a veces confuso, sembrador de discordias e insidias. Existe un solo periodismo: el que comenta con la verdad las noticias que se suministran a los lectores. Y esto, en el caso de las publicaciones de Perfil, casi nunca sucede, por lo menos cuando escribe sobre política.

Lo que no se puede hacer es insinuar, descalificar, demonizar sin una razón que lo justifique. Por ejemplo poner por título que un jefe de Estado hizo su fortuna con negocios que se insinúan –en el título– como sucios, cuando en realidad, leyendo la nota se descubre que fueron legítimos como tanto otros. Ahí, en vez de periodismo se hace parodia. Periodismo es servicio a los ciudadanos a los cuales están destinadas las noticias, no lo contrario, o sea: la utilización de esos lectores para convencerlos de una realidad inventada u omitida. O también a los ciudadanos usados como armas que apuntan a los políticos.

Miremos los títulos del diario PERFIL del 1º de octubre 2006:

Argentinas vende armas y proyectiles a una firma paraguaya proveedora de los narcos brasileños.

En su suplemento El Observador la tapa y cinco páginas con otro título parecido: La Argentina vuelve a protagonizar una polémica venta de armas y municiones.

Leyendo con cuidado la nota se puede advertir que el único enfoque del artículo está dedicado a perjudicar la imagen del gobierno porque en un tramo muy breve y al pasar se cita textualmente: “Aunque desde la forma legal estas dos operaciones habrían cumplidos todos los requisitos, fuente judiciales dejaron trascender que el fiscal federal Jorge Di Lello inició investigaciones preliminares para intentar establecer si hubo alguna irregularidad”.

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Se olvida de aclarar Perfil que el control por parte de un fiscal es rutinario y propio para evitar actos de corrupción. Es esta una nota deshonesta que siempre gratuita insidia para convencer a sus lectores de que hay un nuevo escándalo con armas, como el que nos tocó vivir en la época de menenismo. Por otro lado se publica una fotocopia de un documento oficial brasileño donde se relata la cantidad de armas secuestradas por países: En primer término se ve Estados Unidos seguido de otros países cuales Italia, España, Argentina, Alemania y otros. Las armas argentina secuestradas son unas pocas decenas a lo largo de 10años. Realmente una nota hecha con mucha mala fe. Una especie de periodismo contra la corriente de la misma misión del periodismo, que es aclarar, explicar los hechos en vez de tornarlos confusoss.

Al terminar la nota de las armas se puede leer una página de publicidad referida a la revista Noticias “30 años ayudándote a entender”, con una foto del Presidente de la República y una de sus frases habituales que dice: “Con los dos ojos en el país” y se completa con: “en ciertas ocasiones se necesita un tercero para mirar a la prensa” y muestra la foto del presidente con una herida en la frente, simulando el tercer ojo, con mucha habilidad retocadas y ampliada. Este aviso intenta demostrar que la prensa lo hirió – involuntariamente– el día de su asunción, y que puede seguir con la herida, ahora no en la frente, pero sí, de una manera más sustancial. Una verdadera grosería, un golpe bajo indigno. Los lectores castigan esta falta de percepción y van dejando de lado las compras de los medios que no saben adecuarse a los tiempos que corren. Así, con un estilo muy personal, y muchas veces ajenas la realidad, son las propuestas periodísticas, número tras número, del diario Perfil.

Se puede comprender la ansiedad que debe de soportar un editor cuando sus medios de comunicación pierden lectores, en especial cuando pese a una clara recuperación económica del país las ventas decrecen en vez de aumentar. Este hecho puede alterar la lectura de la realidad. Es muy posible que hoy los lectores de la prensa escrita sean menos que los de años atrás. En años pasados todo el mundo viajaba con un diario debajo del brazo. Crónica tenia un tiraje asombroso en un público de capas medias y bajas.

Una de las causas de esta merma es “la maldita televisión” que nos acompaña hasta en el baño y ha deformado los gustos de los ciudadanos. Pero estos mismos lectores –y por efecto de la misma tele– son más exigente y preparados. Hay que atenderlos mejor, con texto más esenciales y claros, sin demasiadas vueltas.

Si algunos lectores no se han dado cuenta de todo eso, sí los anunciantes, que y no confían sus avisos publicitarios a un medio que no le inspira confianza y solidez de trayectoria futura. Esto es lo que está sucediendo con el diario Perfil,y las revistas Noticias y Fortuna. La misma editorial carga, para colmo, editorialistas fantasmas, ya fallecidos para la mayoría de opinión pública masiva, como Jorge Lanata, «Pepe» Eliaschev, Nelson Castro y James Neilson. Un cuarteto dueño de verdades caducas o conminados a escribir sobre encomienda complicadas notas de no fácil lectura.

A diferencia con estos columnistas,Fontevecchia convence con el sentido común que expresa en sus editoriales, mientras aquelos son muchos menos sutiles y poco contundentes. Eliashev insinúa en su último editorial claramente que Kirchner es un antisemita (¡!). No lo dice directamente, pero sí lo deja como un fantasma en el aire; y se sabe cómo es con los judíos, de ahí a acusar de serlo el paso es breve. Cuando la noticia es tan así maltratada da que pensar: el equipo de Fontevecchia más bien se parece a la armada Brancaleone porque cuando se ofende al periodismo con inexactitudes manifiestas, se falta a la seriedad y al respeto con la cual deberían ser tratados los lectores.

En el mismo diario Perfil con fecha 10 de septiembre ee 2006 se publicó un aviso –pagado– de la Cámara De Empresarios Argentinos de Energía en apoyo a la tarea gubernamental, a despecho de todas las palabras de Fontevecchia al respeto. O sea, un grupo de empresarios pagó un aviso para decirle al diario Perfil de manera directa que están de acuerdo con el gobierno, ergo: se deduce en desacuerdo con su línea editorial. Más claro…

A caballo de esas infructuosas iniciativas no se entiende por qué sigue manteniendo una línea editorial tan llena de piruetas literarias y maquillajes vistosos, diciendo –a quién quiera oír– que su periodismo crítico es castigado por el gobierno que lo deja morir de inanición al no darle publicidad. ¿Acaso el gobierno debe auxiliar una empresa periodística que le hace la contra con mentira? ¿Ha probado a hacer un periodismo de crítica seria y constructiva? Tal vez así pueda lograr lo que no consiguió hasta hoy: que el gobierno le preste atención.

Esto sucede con Clarín por ejemplo. Clarín tiene columnistas que se «tiran contra el gobierno» –Julio Blank, Van Der Koy etc.–, pero fundamentan con cierta lógica sus criticas. ¿Y las empresas? ¿Qué tienen que ver las empresas con el gobierno? Ellas pueden dar toda la publicidad que quieren si el mensaje le resulta conveniente para sus negocios. ¿No se le ocurrió pensar que tal vez sus contenidos no agradan a los anunciantes?

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Esta actitud sólo se justifica si detrás de Perfil hay alguien “soplando” desde la sombra para que mantenga semejante línea editorial. Esto dicta el sentido común. La lógica y el raciocinio son tan incuestionables como la matemática. Ese alguien puede ser de la derecha extrema representada por los capitales foráneos en contra de los intereses nacionales. Es sólo mirar de donde surgen las críticas y hacia donde están dirigidas. Lo más lógico…

Existe un solo periodismo posible que no es ni crítico ni opositor. Es el que intenta utilizar la verdad cuando habla con sus lectores/auditores/espectadores. Las noticias deberían tener un solo color: el de la buena fe y la verdad.

Pero la verdad sólo a veces está en foco y, casi siempre, es la que pierde.

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* Periodista. Dirige el periódico digital Los buenos vecinos (www.losbuenosvecinos.com.ar).

Addenda

LA «TORTA» DEL ESTADO Y LA PRENSA

fotoSe ha descrito al periodismo como un océano de gran extensión, pero de escasa profundidad. Quizá. En todo caso cabría agregar: siempre tormentoso. Tormentas, la mayoría, generadas por la manifestación de las contradicciones que devienen en luchas sociales y políticas, el choque de intereses económicos y además por los fenómenos de aculturación. Pero también otros vientos nacen en su interior. Son polémicos, analíticos, entrecruzados y no menos contradictorios que aquellos.

Puede que estas características tengan que ver, menos que con la verdad, con la manera cómo se percibe e interpreta el acontecer –o se lo quiere percibir e interpretar–. Antaño solía afirmarse al interior de la profesión, medio en broma, medio en serio, que el periodismo es un sacerdocio.

El desarrollo del capitalismo dejó a esta curiosa vocación sin su altar: la máquina de escribir. No es un hecho menor: la máquina de escribir fue una herramienta absolutamente personal; el ordenador –la computadora– en las redacciones no es otra cosa que un nudo, pequeño, de una red más amplia. Conecta al redactor con su editor y a la redacción con el departamento de diagramación, a éste con el director y al director con el exterior.

El exterior es el mundo político y económico de las autoridades, corporaciones, grupos de opinión y presión. La dirección del diario o de la revista –o del departamento de noticias de la estación de televisión, de la radioemisora– tiende a convertirse en cadena de transmisión; el periodista –curioso sacerdote sin otra iglesia que su conciencia– es absorbido; se transforma en engranaje, en forzado portavoz de lo que le es ajeno –propagador, callado discomforme, amargado. O sin trabajo–.

La conciencia, a su turno, se convierte en conformidad. Son las reglas del juego. El mundo, tan «agrandado» y «achicado» al mismo tiempo por la mundialización de la economía y el reinado tecno nunca ha sido tan ajeno.

De cierta manera los sectores dominantes de las distintas sociedades regionales conforman un grupo único y trasnacional que sí pueden pensar que –para sus integrantes– se «terminó la historia». En la punta de la pirámide no hay corrientes, sólo peso que pesa hacia abajo, allí donde la historia, otra historia probablemente, ha comenzado a escribirse.

En su fuero más íntimo pocos periodistas –tentado por escribir ninguno– querrán pertenecer al señalado «jet set» cupular. Y aquellos que aspìran a «llegar» de seguro han dejado de ser periodistas para vestirse con el traje empresario.

«Esta nota es un acto de amor, no contiene odio» señala Luigi Lovecchio. ¿Por qué no creerle? En algo yerra, sin embargo. La pasión por el oficio –¿la gana de «recuperar» a Fontevecchia?– le hace olvidar una cuestión de doctrina que hace a la definición vigente de Estado. Esta cuestión se refiere al reparto de la publicidad estatal. No es un asunto menor.

Suponemos al Estado sobre las divisiones y disensiones de clase, grupo, sectores sociales, porque todos ellos han confluido en su formación. Concebimos al estado –que opera básicamente a través de los gobiernos de turno– como una suerte de árbitro imparcial y todopoderoso cuyas actuaciones las preside el «bien común».

Desde esta óptica –y por un mandatao de equidad y democracia– las inversiones fiscales que se realicen en los medios periodísticos en materia de publicidad deben canalizadas ponderadamente entre los existentes. Lo demás es favorecer a unos en desmedro de otros –y de paso no llegar con el mensaje de la misma manera expedita a todos los segmentos sociales–.

Esto no es un favor del gobierno en ejercicio, es un mandato doctrinal que emana de la misma constitución de los Estados y que resguarda su «neutralidad» en materias políticas y sociales. Lo contrario hace pensar en una alianza entre el sector público y algunos representantes del privado, en temor de los gobernantes ante alguna prensa o en el contubernio entre determinados sectores políticos y privados. Esto es evidente si se toma en cuenta que en América Latina –y el resto del mundo– el periodismo conforma cadenas multimediáticas con una altísima concentración del capital.

No corresponde a los gobiernos «elegir» en quien invierten; primero porque no da: son dineros de todos los contribuyentes. El Estado cuyo gobierno no contempla el raparto equitativo de su inversión publicitaria es obviamente un Estado que intenta influir –como parte– en la discusión social o que ha sido maniatado por intereses corporativos particulares.

Y eso significa que se corre el riesgo de asistir al regreso del fascismo más desembozado.

L.N.

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