Argentina y México: las reservas conflictivas
Alejandro Nadal.*
¿Para qué sirven las reservas del Banco Central? Es una buena pregunta porque en la mitología del modelo neoliberal de economía abierta, la acumulación de reservas tiene un papel extraño. Su misión es ambigua, su costo no es despreciable y sus efectos sobre el proceso de ajuste de una economía con fuerte liberalización financiera suelen ser peligrosos.
Detrás del tema de las reservas se esconden graves contradicciones del modelo neoliberal en materia de política cambiaria, cuentas externas, política monetaria e independencia del banco central. El origen y el manejo de las reservas del banco central en Argentina y México son un buen ejemplo de lo anterior.
En la última semana Argentina ha ocupado un lugar privilegiado en la prensa internacional por el conflicto político que desató el intento de la presidente Cristina Kirchner para utilizar parte de las reservas en el Banco Central de la República Argentina (BCRA) para pagar un tramo de su deuda externa. La presidencia buscó trasladar unos 6.500 millones de dólares a un fondo especial (el llamado Fondo del Bicentenario) para afrontar pagos de la deuda soberana con acreedores privados y organismos multilaterales en 2010.
El total de las reservas del BCRA es de unos US$ 46.500 millones. El objetivo primordial de esta medida era dar seguridad para permitir el regreso de Argentina al mercado financiero global.
El titular del BCRA, Martín Redrado, se negó a realizar esta transferencia, argumentando que la legislación vigente impide utilizar las reservas para el pago de deuda. Por su desobediencia, el gobierno optó por destituir al titular del BCRA, mientras que una juez invalidó esa orden. Todavía no es claro cuál será el desenlace. El escándalo político ha contribuido a alejar más el prospecto de un regreso argentino a los mercados de capitales.
La argumentación de Redrado también se basa en la autonomía del Banco Central frente al ejecutivo. En su ortodoxia neoliberal, el titular del BCRA no quiere enterarse de que la autonomía del banco se ha convertido en tema de un debate acalorado desde que estalló la crisis financiera global. Es más, la noción de que el Banco Central sólo debe ocuparse de mantener la estabilidad de precios es visto como anacronismo: el banco central no puede seguir ignorando las burbujas en los precios de los activos, la evolución del ciclo real de negocios y las estructuras de los principales agregados monetarios y financieros.
Las reservas en el BCRA se originaron en el superávit comercial de los últimos años. Ese resultado se debe, en buena medida, a las exportaciones de soya transgénica, con lo cual Argentina ha sembrado (literalmente) un desastre ambiental en gran parte de la Pampa y el Chaco, lo que es tema de otro análisis.
Las reservas provienen de la esterilización aplicada por el BCRA para mantener la oferta monetaria y el tipo de cambio estables. El gobierno piensa que la utilización de las reservas para pagar deuda dejaría suficientes reservas para mantener el tipo de cambio (3.80 pesos/dólar) estable. En realidad, aunque en este momento no se perciben presiones sobre la paridad debido al superávit en la cuenta corriente (4.2% del PIB en 2009), las cosas podrían cambiar rápidamente.
Si el gobierno busca acceder a los mercados financieros internacionales es porque enfrenta una pesada carga de vencimientos de deuda (aproximadamente 13,000 millones de dólares) este año. Además, Argentina acaba de iniciar los trámites para refinanciar los bonos por 20 mmdd que todavía están en moratoria (en manos de acreedores que rechazaron el canje propuesto en 2005). Con la creación del Fondo Bicentenario se busca calmar los nervios crispados de esos acreedores: Argentina está dispuesta a pagar, aunque sea con sus reservas.
Es posible que la inconformidad del responsable del BCRA esté basada en pasajes algo vagos de la legislación vigente sobre el destino y control de las reservas. Pero su desacuerdo también puede tener raíces políticas. El responsable del BCRA es un neoliberal convencido (en su tiempo cercano a Menem) y probablemente su reflejo también sería el de calmar a los mercados financieros y a los acreedores. Pero la oposición en el congreso le abre un flanco débil a la señora Kirchner y la crisis política que se ha desatado no debe estar desconectada del todo del calendario electoral.
Lo más probable es que esta crisis política es más bien por diferencias al interior del círculo interior del neoliberalismo argentino. Resulta que el ministro de economía es un conocido neoliberal ortodoxo. El candidato de la señora Kirchner para reemplazar a Redrado en el BCRA, Mario Blejer, es un antiguo funcionario del Fondo Monetario Internacional y un neoliberal ultraortodoxo. Así que los personajes en esta tragedia son un indicador claro sobre el verdadero objetivo del gobierno de la señora Kirchner: regresar al endeudamiento para proseguir el desenfreno neoliberal en Argentina.
En realidad, el Fondo Bicentenario no resuelve ninguno de los graves problemas estructurales de la economía argentina. Simplemente permitiría seguir profundizando el implacable experimento neoliberal en ese país del cono sur.
México
El otro gran laboratorio de la teología del libre mercado en América Latina es México. En diciembre 2009 el Banco de México reveló que las reservas internacionales alcanzaron su nivel más alto: 90 mil millones de dólares (mmdd). La gente se pregunta: ¿cómo puede un país que sufre una terrible crisis económica, que tiene saldos negativos en las cuentas externas y cuyas finanzas públicas acusan un serio desequilibrio, acumular reservas "históricas"?
La explicación se encuentra en la naturaleza y funcionamiento de una economía abierta. Los flujos de capital hacia una economía que garantiza una mejor recompensa son la clave para explicar el brutal contraste entre los pésimos indicadores de la economía mexicana y lo que podría antojarse como un buen resultado macroeconómico, el aumento en las reservas en el banco central.
Una parte sustancial de esas reservas en el Banco de México se debe a la entrada de capitales. Por ejemplo, datos de la Comisión nacional bancaria y de valores revelan que la inversión de no residentes en títulos de renta variable ascendió en noviembre 2009 a US$ 132.000 millones, en contraste con 105.000 millones en junio. Esta inversión en cartera es sólo una parte de los flujos de capital colocados en el espacio económico mexicano en busca de una rentabilidad superior a la ofrecida por las principales economías capitalistas del mundo que hoy mantienen posturas de política monetaria con tasas de interés cero (Estados Unidos) o muy bajas (Unión Europea) para contrarrestar la crisis.
Pero, ¿qué no es algo bueno la entrada de capitales? Para la teoría macroeconómica detrás del modelo neoliberal, la libre movilidad de capitales canaliza el ahorro a donde más se necesita, financia las importaciones, incrementa la inversión, el crecimiento y el empleo. Pero la realidad es que esa teoría está basada en nociones equivocadas sobre la relación entre ahorro e inversión, así como sobre la dinámica del modelo de economía abierta.
En los hechos, los flujos de capital tienen varios efectos desestabilizadores. Entre otras cosas, contribuyen a apreciar el tipo de cambio y eso se puede presentar en el preciso momento en que se necesita un ajuste para corregir el desequilibrio externo. En lugar de premiar las exportaciones y castigar las importaciones, los flujos de capital profundizan el desequilibrio externo.
Además, para los dueños del capital financiero, la estabilidad cambiaria es la garantía de que sus "inversiones" estén protegidas. De este modo, la estabilidad en el tipo de cambio se convierte en una prioridad clave de política macroeconómica. Cualquier indicio de que la economía no puede mantener el tipo de cambio sirve para detonar una estampida hacia las puertas de salida del casino, digo de la economía.
Surge así una tríada de prioridades para que el capital financiero se sienta a gusto. Primero, mantener una rentabilidad adecuada para los flujos de capital (lo que implica altas tasas de interés). Segundo, el tipo de cambio debe mantenerse estable. Tercero, la inflación debe controlarse por encima de cualquier otra consideración. Por cierto, es preciso esterilizar esos flujos para controlar la oferta monetaria, lo que entraña un costo financiero no despreciable. Y lo más grave es que la esterilización destruye el proceso de ajuste al mantener alta la tasa de interés. Eso fomenta más entrada de capitales en lo que constituye un círculo vicioso.
La tensión entre el tipo de cambio sobrevaluado y el deterioro en las cuentas externas se resuelve posponiendo el ajuste hasta que explota la crisis: sobreviene entonces una macro-devaluación con todos sus efectos en materia de presiones inflacionarias y un desajuste mayúsculo en toda la economía.
Todo esto es conocido: nada cambió en el modelo mexicano que provocó la crisis de 1995. Permanecen la mismas contradicciones. Si los capitales golondrinos comienzan a abrigar dudas sobre la estabilidad cambiaria, pondrán pies en polvorosa, tal y como lo han hecho en innumerables ocasiones, detonando otra crisis financiera. Y si actualmente el riesgo de una explosión devaluatoria no es tan grave, las cosas se pueden poner color de hormiga si el desequilibrio externo se intensifica (hoy el déficit externo es moderado porque el colapso del PIB ha frenado las importaciones).
Así comienza el año con una nueva oleada de alzas en impuestos y en las tarifas y precios de bienes y servicios proporcionados por el sector público. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que el agujero de las finanzas públicas es visto como una amenaza para los "equilibrios macroeconómicos". En especial, un déficit abultado en las finanzas del gobierno es interpretado como una fuente de presiones inflacionarias, lo que asusta al capital financiero.
No importa que esos impuestos y los aumentos de precios y tarifas agraven la recesión y hagan más difícil la recuperación. Lo primero son las "expectativas inflacionarias" de los dueños del capital financiero.
En conclusión, la economía mexicana está organizada para servir y recompensar al capital financiero. Por eso la Secretaría de Hacienda y el Banco de México mantienen esta infausta política macroeconómica recesiva. No importa que aumente la pobreza, que se sacrifiquen empleos, que el paisaje agrícola se convierta en un páramo, que la industria se encuentre en ruinas, que el gasto en educación permanezca estancado o que el medio ambiente sea un desastre.
Las prioridades son la rentabilidad para los flujos de capital, el tipo de cambio estable para tranquilizarlos y la inflación bajo control para dulcificar su existencia. México y Argentina siguen siendo gigantescos laboratorios en donde el experimento neoliberal se lleva a cabo con algunas variantes de forma y todos los vicios de esencia de este modelo.
* Economista.
Profesor investigador del Centro de Estudios Económicos, El Colegio de México. Integra el Consejo Editorial de la revista Sin Permiso (www.sinpermiso.info), donde se publicó este artículo.