Asuntos… ¿Quién es humano en los Derechos Humanos ?

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Nieves y Miro Fuenzalida*

Cuando los herederos de la Revolución Francesa hablaban de los Derechos del Hombre… ¿de que Hombre hablaban? En el siglo XIX el formalismo de los derechos humanos fue uno de los blancos favoritos de Marx.

 

A finales del siglo XX, después de la caída de la Unión Soviética y el desprestigio de los sueños utópicos totalitarios, la proclamación triunfalista del fin de la historia se ha topado repentinamente con nuevos estallidos de conflictos étnicos y religiosos, de movimientos xenofóbicos y masacres raciales (desde la fragmentación de Yugoslavia, a Ruanda, Darfur, Guantánamo y los "sin papeles") forzando a los Derechos del Hombre a transformarse, curiosamente, en los derechos de los sin derechos.

En los derechos de las víctimas, de los expulsados de sus tierras, de los perseguidos y amenazados con el exterminio, de los que no tienen mas propiedad que la propiedad de ser humanos.

Desde el momento en que ellos no poseen el poder para reclamar estos derechos, tienen que ser defendidos por otros en nombre de un nuevo derecho, el derecho a la interferencia humanitaria que, en el fondo, se convierte en el derecho a la invasión.

Este deslizamiento de lo Humano a lo humanitario se debe al reconocimiento de que el “hombre” de los Derechos del Hombre no designa a todos los Hombres porque sólo reconoce como derechos reales los derechos de los ciudadanos, los derechos de los que ya forman parte de una comunidad nacional. El resto permanece en un continuo estado de excepción, no tanto porque no son iguales ante la Ley, sino porque no existe ley para ellos.

El flujo de refugiados sin papeles y los programas de exterminación y limpieza étnica en los últimos tiempos ha hecho a la vida desnuda, a la vida reducida a la pura animalidad, desprendida del velo de la nacionalidad aparecer como la clave de los Derechos Humanos inaugurando así una nueva línea de argumentación que promete ser más efectiva.

Esta vida ya no es la vida del sujeto que tiene que ser reprimido o la vida el enemigo que tiene que asesinarse. Ni siquiera es la vida del explotado. Es la vida suspendida entre la vida y la muerte y que no puede ser identificada con la vida del condenado o la vida de la persona en estado de coma. Es la vida de un ser cuya vida no vale la pena de ser vivida.

La exterminación planificada de los judíos en la Alemania nazi, por ejemplo, los convirtió en una población experimentalmente reducida a una condición puramente biológica. En este sentido el Holocausto es la verdad oculta de los Derechos Humanos. El “campo”nazi reaparece en la historia contemporánea en los campos de refugiados, en las zonas donde se estacionan los inmigrantes ilegales y en las prisiones especiales para los combatientes ilegales o los enemigos del Estado.

Es aquí, entre el poder del Estado y la vida sin atributos cívicos, donde el conflicto puede ubicarse. Cualquier llamado a los derechos o cualquier lucha tendiente a su implementación se topan con este “estado de excepción”, con el lado obsceno de la soberanía estatal que, en la practica, borra las diferencias entre democracia y dictadura.

Hannah Arendt observaba que los derechos del ciudadano son los derechos del Hombre. Y los derechos del Hombre son los derechos del ciudadano, los derechos atados al hecho de pertenecer a este o aquel Estado constitucional. En otras palabras, son los derechos de aquellos que ya tienen derechos. Lo que equivale a una tautología.

La otra alternativa pareciera indicar que son los derechos de la persona sin atributos cívicos, es decir, son los derechos de los que no tienen derechos. Lo que no tiene sentido. Una tautología o un vacío, y, en ambos caso, los derechos del Hombre aparecen como un truco engañoso.

 ¿Cómo podemos salir de esta trampa? Según Ranciere hay una tercera posibilidad. Los Derechos del Hombre son los derechos de los que hacen algo con ellos, de los que deciden, no solo usarlos, sino verificar el poder que su declaración contiene. De acuerdo con esta declaración, por ejemplo, todos los hombres tienen el derecho a la igualdad y libertad. Pero… ¿Cuál es la esfera en donde estos predicados se actualizan?

Si decimos que es la de los ciudadanos, la de la vida política distinta de la vida privada el problema parecería estar resuelto. Solo que nos quedamos con el problema de donde trazamos la línea divisoria entre una y otra. La política es, justamente, acerca de este borde. Es la actividad que constantemente cuestiona la línea divisoria.

El ejemplo clásico que ilustra esto es Olympe de Gouges, durante la revolución francesa, cuando declaro que si una mujer podía ir a la guillotina, también podía ir a la asamblea. En el hecho la igualdad de la mujer no era equivalente a la igualdad del ciudadano. Ellas no podían votar ni ser elegidas porque su ser no se ajustaba a las exigencias de la vida política. Ellas pertenecen a la vida privada, domestica, para el beneficio de la comunidad.

El argumento de Olympe muestra que los bordes que separaban una de otra no eran tan claros. Hay por lo menos un punto en donde la vida desprovista de derechos cívicos muestra su lado político… hay mujeres sentenciadas a muerte por ser enemigas de la revolución. Si ellas pueden perder la vida de acuerdo al juicio público basado en razones políticas significa que su vida desprovista de atributos cívicos era política. Si bajo la guillotina ellas eran iguales que los hombres, entonces, ellas también tenían el derecho a la igualdad total, incluyendo la participación en la vida política.

Por supuesto, reclamos de este tipo nunca transforman la mentalidad de los legisladores. Pero pueden iniciar un proceso de disensión que no debemos confundir con un conflicto de intereses, opiniones o valores, sino una división en el centro mismo del sentido común, una discusión acerca del marco a través del cual vemos lo dado. Lo que la mujer podía hacer ahora era demostrar que estaban privadas de los derechos que ellas tenían basados en la Declaración de Derechos.

Y ellas podían demostrar, a través de su acción publica, que poseían los derechos que la constitución les negaba, que ellas podían actualizar estos derechos y, también, ser sujetos de los Derechos del Hombre.

Ellas actuaron como sujetos que no tenían los derechos que ellas tenían y tenían los derechos que ellas no tenían. A esto, Ranciere llama disensión. Poner dos mundos en uno. Ahora, el termino “hombre”, en lugar de ser una pura abstracción, se presenta con un contenido positivo que deshecha cualquier diferencia entre los que viven en diferentes esferas de existencia posibilitando así el proceso de subjetivacion política.

¿Por qué todo esto debiera importarnos?

Porque es solo el sujeto político el que construye criterios de verificación. No solo confronta los casos de negación de derechos, sino, también, coloca el mundo en donde estos derechos son válidos dentro del mundo en donde ellos no lo son. Es esta racionalidad la que hoy permite a los ciudadanos de un Estado regido por leyes religiosas o por la arbitrariedad gubernamental o a los inmigrantes clandestinos, los refugiados y prisioneros de los campos de concentración contemporáneos que permanecen en estado de excepción, invocar los derechos humanos. Son suyos en la medida que puedan hacer algo con ellos, en la medida que puedan crear la disensión y la lucha en contra de su negación. Y siempre hay alguien que lo hace.

Esta identificación de los Derechos del Hombre con los sujetos desprovistos de cualquier derecho no es solamente un cuestión teórica, sino también el resultado de una reconfiguracion del campo político, del proceso actual de despolitización conocido como consenso. Éste, además de ser la práctica de resolver conflictos a través de la negociación y el acuerdo asignándole a cada parte lo que le corresponde según el interés común, es el intento de desprenderse del sujeto politizado y reemplazarlo por grupos sociales o intereses especiales, es decir, por la política de la identidad.

Los conflictos se transforman en problemas que pueden ser resueltos con la ayuda de expertos y la negociación de intereses. El consenso es la clausura de la disensión.

La abstracción de los Derechos del Hombre tentativamente se convierte en derechos reales, pertenecientes a grupos reales, unidos a su identidad y al reconocimiento de su lugar en la población global. El fin de la política del consenso es la identidad de la ley y los hechos, la democracia inscrita en la vida social. El espacio político, por tanto, disminuye cada vez más hasta el punto en que los derechos aparecen como derechos vacíos, sin uso y cuando ya no se necesitan se hace con ellos lo mismo que las personas de buen corazón hacen con la ropa que ya no usan. Se la dan a los pobres.

Los derechos que ya no se necesitan se envían al tercer mundo junto con medicinas y ropa. Los Derechos del Hombre pasan a ser los derechos de aquellos que no tienen derechos, los derechos de los seres humanos sometidos a la represión y a la existencia inhumana, las victimas de la negación absoluta de toda ley.

Así es como los Derechos Humanos pasan a ser derechos humanitarios. El problema con la situación actual, sin embargo, es que si los que sufren represiones inhumanas son incapaces de actualizar los Derechos Humanos, que son su último refugio, entonces alguien tiene que heredar estos derechos para actualizarlos en su lugar.

El derecho a la interferencia o invasión humanitaria se transforma ahora en el derecho que ciertas naciones adoptan en beneficio de las poblaciones victimizadas, incluso, cuando los consejos de las mismas organizaciones humanitarias indican lo contrario.

Los derechos que se habían enviado a los países sin derechos retornan ahora como los derechos de la victima absoluta que justifica, en su nombre, la imposición de la justicia y la transformación de los principios de la ley internacional que prohíbe la interferencia en los asuntos internos de otro país… ¿No es esta nueva situación la que nos obliga a repensar la cuestión de los derechos humanos?



 

* Escritores y docentes. Residen en Canadá.

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