La prolongación de la crisis en Honduras no tiene un efecto neutro pues juega a favor de los golpistas. El repudio y el asilamiento universales no conmueven a los usurpadores. Todo lo contrario: confirman su visión paranoica de un mundo dominado por comunistas, subversivos y revolucionarios que conspiran sin cesar para frustrar su patriótica empresa.
Tanto los militares como los civiles hondureños comparten ese delirio que sigue siendo alimentado, día a día, por el Pentágono, la CIA y buena parte del establishment político del imperio, para los cuales la guerra no ha terminado ni va a terminar jamás. Guerra sobre todo contra todo ese inmenso e inesperado movimiento social que se ha puesto en marcha a partir del golpe y que rebasa amplia –y tal vez irreversiblemente- los estrechos marcos de la mal llamada “democracia representativa” en Honduras.
Bastó que aquél pretendiese honrar esa fórmula para que la santa alianza abandonase en tropel las cavernas y saliera a dar batalla: allí se juntaron, para unir fuerzas, los representantes militares y políticos del imperio con la corrupta oligarquía local, la perversa jerarquía de la Iglesia Católica, las diversas fracciones del patronato y el poder mediático que este conglomerado de la riqueza y el privilegio controla a su antojo, haciendo de la libertad de prensa una broma sangrienta.

Atilio Borón es analista polìtico y ensayista.
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