Una idea atraviesa al Atlas de Literatura Latinoamericana (Nórdica Libros): que las letras de la región están llenas de tierras salvajes, casi vírgenes, que demandan ser exploradas con urgencia. Se trata de un volumen que recopila breves ensayos sobre 50 escritores nacidos por estos lares, escritos por otros 47 autores. Ambas listas se engalanan mutuamente, destacándose en la segunda los nombres de figuras como Leila Guerriero, Martín Kohan, Mariana Enríquez, Federico Falco, Héctor Abad Faciolince, Lina Meruane, María Negroni, Ana María Shua, Andrés Neuman, Edmundo Paz Soldán, Carmen Valcarcel, entre otros.

Un prólogo puede ser una carta de intención, sobre todo cuando lo escribe la propia editora. Así, Clara Obligado (ecce editora) da cuenta de las intenciones cartográficas de esta enciclopedia de apenas un tomo. Para ello reúne una colección de mapas en prosa, con el fin de poner en valor la riqueza de la literatura desarrollada en la breve y laberíntica historia de América latina. A través de ellos propone una serie de recorridos que excluyen con premeditación y alevosía a aquellos autores que, con justicia, se han convertido en lugares turísticos demasiado visitados. Acá no hay Borges, Bioy Casares, García Márquez, Vargas Llosa, Paz, Cortázar, ni Fuentes que valgan.

Mapas de literatura

La intención que rige a este Atlas, en cambio, es la de avanzar sobre territorios menos transitados. Algunos no tan ocultos, como ocurre con Rodolfo Walsh, Roberto Bolaño, Augusto Roa Bastos e incluso

Atlas de Literatura Latinoamericana
Ilustración dedicada al chileno Roberto Bolaño.

Gabriela Mistral, primer Premio Nobel latinoamericana, pero en muchos casos se trata de verdaderos mapas del tesoro. Como los que diseñaban los piratas, dibujados a mano, que servían para identificar en los parajes más recónditos, diez pasos a la derecha de una palmera o bajo la sombra que proyecta una roca, el lugar exacto en el que ha quedado enterrado un cofre con joyas.

Por eso el viaje incluye varios autores a los que se describe como “desconocidos” o “casi secretos”, como el colombiano José Asunción Silva, el nicaragüense Carlos Martínez Rivas, el panameño Rogelio Sinán o el peruano Carlos Calderón Fajardo. El viaje también llega hasta la costa oriental, para dar un paseo por el bosque de raros arbustos literarios que se oculta detrás del grueso tronco del árbol de Onetti. Ahí es posible (re)descubrir especies exóticas, como la hechicera Marosa Di Giorgio, el escritor pianista Felisberto Hernández o Mario Levrero, el inclasificable.

Estos mapas también cumplen en revelar espacios que durante décadas permanecieron a la sombra del canon, por razones siempre ajenas a lo literario. Es el caso de la mayoría de las escritoras rescatadas por el Atlas de Literatura Latinoamericana, que fueron menospreciadas o directamente silenciadas en sus épocas por interpósito patriarcado, cuyas obras comenzaron a ser revalorizadas mucho después. No tanto por el mero paso del tiempo, como por la labor rescatista de trabajos como este, dispuestos a poner las cosas en su lugar. Entre ellas se destacan la argentina Sara Gallardo, la boliviana Adela Zamudio, la chilena Marta Bonet, la colombiana Marvel Moreno, las mexicanas Nellie Campobello o Elena Garro (y siguen las firmas).

Pero si ser mujer es la causa más habitual para volverse invisible, no solo en la literatura, este libro recuerda que no es la única. También están las cuestiones de clase o de “raza”, como las que pesaron sobre el guatemalteco Luis de Lion, indígena, maestro rural y sindicalista, desaparecido en 1984 por una de las tantas dictaduras que desangraron a su país entre los 60 y los 80. O sobre Julia de Burgos, considerada la mayor poeta de Puerto Rico, pobre, negra, feminista y también maestra rural. En 1953, a los 39 años, fue encontrada muerta en una callecita de Nueva York, sola y sin documentos, víctima del cáncer, la cirrosis y la soledad.

Pero el Atlas de Literatura Latinoamericana no solo contiene historias narradas con palabras. También están las exquisitas ilustraciones del argentino Agustín Comotto, en las que la influencia de Alberto Breccia, uno de sus maestros, brota con elocuencia. Lejos de funcionar como apéndice de textos ajenos, las imágenes creadas por Comotto cuentan su propia versión de cada una de las 50 historias de escritores acumuladas en estas 222 páginas. Tal es el peso de su presencia, que es tan válido pensar que se trata de textos ilustrados como de ilustraciones con texto adjunto.