Ayer estábamos al borde del precipicio, ¿y hoy?

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 La visita a Taiwán de la presidenta de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, la octogenaria Nancy Pelosi, duró menos de 24 horas, pero sus consecuencias serán profundas y se harán sentir, al menos, en el mediano plazo. Para Beijing, Estados Unidos usó el disfraz de la democracia para violar la soberanía china.

La visita oficial de Pelosi, la tercera en la cadena de mando civil estadounidense, fue de una clarísima provocación a Pekín, lo que podría agilizar el proceso de terminar el estatuto de autonomía de la isla, y pueden obligar a China a tomar acciones concretas a favor de la anexión de Taiwán. La semana pasada el presidente Xi Jinping advirtió a su homólogo Joe Biden: quien juega con fuego, se quema.

El desafío lanzado por Estados Unidos a China, ha prendido fuego al polvorín geopolítico de Extremo Oriente. Fue un paso más, y anunciado, en la estrategia de hegemonía global de Washington, bien definida en el nuevo concepto estratégico de la OTAN al servicio de los intereses de Washington, que pasa por el acorralamiento de Rusia en Europa y el acoso a China como su único gran rival político y económico.

El error en la estrategia diplomática de Estados Unidos está en la equiparación de sus dos rivales, el europeo y el asiático. En el caso de Rusia, el planteamiento liderado por Washington le ha reportado pingües beneficios de la guerra, para su industria armamentística, sus ventas de gas licuado a Europa y de cara al renacimiento de la OTAN como bloque militar.

Pero este enfrentamiento con China augura una respuesta más peligrosa por parte de Pekín y no necesariamente armada. Respuesta que tendrá en el ámbito económico un fuerte impacto en los aliados estadounidenses en el Pacífico -Japón, Corea del Sur y Australia- y en la propia economía de EU, muy ligada a la china.

Lo curioso es que Estados Unidos no reconoce a la isla como un estado independiente, pero no ha dudado en armarla hasta los dientes, como parte de su estrategia para afianzar un «cordón» de seguridad entre China y la cuenca del Pacífico, que incluye a Corea del Sur, Japón y Australia. Pero Biden, en un acto más de incontinencia verbal, dijo que ayudará militarmente a Taiwán si China trata de invadir la isla rebelde.

Pelosi explicó las razones de su visita en un editorial publicado en el Washington Post poco antes de su llegada a la isla. «No podemos quedarnos impasibles mientras el PCC (el Partido Comunista Chino) procede a amenazar a Taiwán y a la democracia misma», explicó Pelosi. Estados Unidos, dijo al concluir su visita, «no abandonará a Taiwán».

El Ministerio de Asuntos Exteriores chino afirmó que este paso rompe de nuevo la adhesión de Estados Unidos al principio de «una sola China», tiene «un grave impacto en los fundamentos políticos de las relaciones entre Estados Unidos y China», e «infringe gravemente la soberanía y la integridad territorial de China».

Recordemos que hace un año se produjo la apresurada salida estadounidense de Afganistán y el retorno del régimen talibán a Kabul. El retorno al «juego afgano» de China y Rusia, fueron considerados en Asia como una deshonrosa derrota de Estados Unidos, que demostraba que la aparente victoria de 2001 sobre los talibán había sido solo parcial.

El comediante convertido en presidente ucraniano, Volodímir Zelenski está preocupado ya que se cumplen los vaticinios de la cumbre de la OTAN de Madrid: sí, Rusia es el enemigo oficial, pero el contrincante real es China. Son los europeos quienes deben afrontarlos efectos de la guerra de Ucrania, mientras la política exterior estadounidense se centra en el gran partido con China por el dominio de la región indo-Pacífica y, por ende, del mundo.

En el nuevo concepto estratégico de la OTAN aprobado el pasado 29 de junio se definía a China como «un desafío» y se denunciaban sus métodos para «subvertir el orden internacional basado en las normas», de Occidente. El documento subrayaba que China «busca el control de sectores tecnológicos e industriales clave» abusando de su ventaja económica. Estados Unidos responde, pues, al desafío chino con las amenazas de su brazo armado internacional, una OTAN con sus tentáculos expandidos a Oriente.

Al contrario que Rusia, incapaz de lastimar a EU, pero sí a una Unión Europea empecinada en su guerra de sanciones contra Moscú, China sí puede afectar y mucho a la economía estadounidense. Como Rusia, China puede resistir una guerra económica mejor que Estados Unidos o Europa. Ya lo está ensayando con su larguísimo confinamiento.

Parece poco probable un enfrentamiento militar entre China y Estados Unidos por Taiwán. Si aún consideramos la guerra de Ucrania como el mayor problema que amenaza este otoño e invierno en Europa, esperemos a cubierto la tormenta que en estos momentos se está gestando en el Mar de la China meridional.

China ya anunció una serie de represalias comerciales contra Taipéi, entre las cuales se incluye el bloqueo a las exportaciones de arena natural, componente básico en la fabricación de semiconductores, sector en el que la isla es líder mundial, y puso en pausa la construcción de una planta de producción de baterías de litio para suministros a empresas como Tesla o Ford, y ha trascendido que varios proveedores de Apple suspendieron sus envíos.

La determinación de Pelosi de reunirse con autoridades taiwanesas, aunada a las incendiarias declaraciones que hizo durante su estancia, son manifestación de ciega arrogancia imperial, que lleva a la clase gobernante estadounidense a emprender actos de provocación sin reparar en las consecuencias y sin respeto alguno por la soberanía y los intereses de otros estados.

Su belicosidad dialéctica y sus muchos años de críticas a la dictadura china se convierten en unos arietes muy bienvenidos para la propaganda de Biden. Una estrategia que está basada en la definición de claros enemigos exteriores para unir al país en unos momentos de grave crisis económica mundial y cuando la hegemonía estadounidense en el exterior es muy cuestionada por su inconsistencia.

Es desconcertante que estas actitudes arrogantes, condenables en cualquier contexto, se desplieguen en momentos en que la comunidad internacional encara el desafío de encontrar una salida al conflicto bélico en Ucrania, y en que la interrupción de las cadenas de suministro como efecto tardío de la guerra y las sanciones impuestas contra Rusia, que desataron una crisis inflacionaria, que tiene a la economía global contra la pared y a más millones de personas en situación de inseguridad alimentaria.

Lo que quedó claro es que en este desafío a Pekín tiene que ver con la agenda propia: en noviembre son las elecciones legislativas: los demócratas pueden perder su mayoría y Pelosi la presidencia de Diputados. Poco tuvo que ver con las preocupaciones y necesidades de sus conciudadanos.

Los círculos de poder de Washington debieran desistir de su trato insultante e incitador hacia Pekín, renunciar a la tentación de escalar la confrontación con China, reconocer que el futuro de Taiwán es un asunto interno chino en el que nada tienen que hacer las potencias occidentales,EE.UU. vs. China: ¿cómo deben afrontar una posible guerra comercial? - CNN Video

y adoptar una política de distensión que evite un desenlace catastrófico cuyo peor escenario sería la guerra abierta entre potencias nucleares, pero que también tendría repercusiones comerciales, financieras, tecnológicas y políticas de alcances imprevisibles. Pero para los políticos estadounidenses, pareciera ser más importante ganar las elecciones legislativas, aunque estén echando gasolina a una confrontación bélica, con amenazas, incluso del presidente Biden, de una guerra nuclear.

 

* Periodista chilena residenciada en Europa, analista asociada al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, www.estrategia.la)

 

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