Barbie: cuando la vida no es de plástico

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Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Mi nombre tal vez no les diga nada: me llamo Bárbara Pérez y soy sobrina de una mujer que entregó las herramientas en Japón víctima de un cáncer. Mi tía se llamaba Jesika Sakamoto. A mí me dicen Barbie.

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Nací el 4 de Marzo de 1974 en Isla Dawson, en el Estrecho de Magallanes; allá fui concebida y crecí. Cuando niña viajábamos a menudo los fines de semana, desde Puerto Harris a la estancia1 que hay en la isla, en un camión de la armada y me extrañaba ver esos barracones rodeados de alambres de púas en Río Chico. Una sensación, recuerdo, de angustia y de miedo recorría mi cuerpo entero, obligándome a tiritar pero no de frío.

Todo era muy extraño para mi mentalidad de niña. Soñaba por las noches con rostros de hombres brillantes como compuestos por miles de trozos de espejos quebrados. Quizás había notado a través de alguna rendija en la lona del camión que nos transportaba, la bandera chilena flameando en el mástil tras las rejas, hecha girones por el viento, sacados pedacito a pedacito, hilacha a hilacha. Veía siempre a hombres jugando al fútbol tras las rejas, pero muchos soldados rodeando el campo de juego con armas bajo el brazo.

Yo no sé cuánto he sufrido en los 30 años que he vivido, pero me dan ganas de llorar cuando hago un recuento. Pero para que vaya quedando claro desde un comienzo tengo que decir que mi padre era infante de la marina chilena, o sea un «kozako», como se les llamaba en Chile, no muy bien de acuerdo con la realidad.

El hecho es que mi padre estaba con el gobierno de Allende y eso sí que fue una tragedia. No el gobierno de Allende, desde luego, sino el hecho de que mi padre, sargento trabajador del astillero ASMAR -que era lo mismo que la Armada en aquel tiempo-, se fuese como infante de la marina a isla Dawson cuando frisaba los 30 años.y, además, mal que mal, tuviera algunas nociones de justicia social.

También mis tíos en Valparaíso eran socialistas y eso fue un drama para toda mi familia. Ello ha significado dispersarnos como las tribus de Israel: dos hermanas en EEUU, una tía en Suecia, una tía en Noruega, una hermana en Punta Arenas -Chile-. Y yo sufriendo, como la menor, la ausencia de mi padre desaparecido en un comienzo, cuando aún estaba yo en el vientre de mi madre. La angustia de aquellos momentos sufridos por ella se me pegaron al alma y al cuerpo.

Mi madre se vió obligada a escapar con nosotros -mis tres hermanas, mi hermano y yo que estaba por nacer- hacia Argentina, pues todos corríamos peligro y según decían, mi padre estaba desaparecido.

Nos habían quitado la casa en la Población Fitz Roy en Punta.  Arenas y un día nos allanaron en la casa de mi abuela enferma en  Valparaíso. Llegaron los «kozakos», quebraron todos los vidrios y pusieron a mi abuela y a mis hermanas y hermano manos arriba contra la pared. Mi hermana mayor tenía doce años.

Eso fue el inicio de nuestro éxodo y del mío personal.

Como los espejos que soñaba

fotoPara bien o para mal, mi madre consiguió averiguar que mi padre estaba preso; mal, torturado, pero vivo en un campo secreto de concentración en isla Dawson, exclusivo para miembros de la fuerzas armadas, fieles al gobierno de Allende. Un campo y que duró mucho tiempo.

Eso tronchó mi vida en pedazos, quizás como los espejos de los hombres sin rostro que yo soñana. Mi madre rogó a mi padre que se desdijera de todo por amor a nosotros, sus cuatro hijas y un hijo.

Ya dije que nací en 1974, como es natural totalmente ajena a lo que se gestaba políticamente. De lo que le hicieron a mi padre, no hay testimonio hasta el día de hoy, porque él se niega a hablar. Lo dejaron vivir, para bien o para mal. Y no habrá comisión alguna de verdad y tortura, de reconciliación y olvido que pueda sacar a flote la verdad.

Cuentan que cuando mi padre fue torturado para delatar a otros compañeros de la armada también leales al gobierno de Allende, pasó durante largo tiempo por terribles padecimientos y que, cuando a instancias de mi madre, se declaró partidario del «pronunciamenito militar», golpe de estado preventivo para evitar el posible comunismo del gobierno popular, fue obligado a torturar a otros compañeros, como muestra de fidelidad, estando él mismo con una metralleta en la espalda.

Al paquito «Ratón Pérez» lo asesinaron por choro, por salir siempre en defensa de sus compañeros de las FFAA en presidio. El «Ratón Pérez», se cayó a la olla. A raíz de los golpes …la compasión era una palabra inexistente- comenzó a escupir sangre anunciando su muerte cada día: «de esta noche no paso, camaradas».

Es lo poco que mi padre me ha contado, pues siempre he vivido en el extranjero, es decir, desde un comienzo viví el exilio. Mi padre sobrevivió. Lo dejaron como una planta… Pero y yo, qué…

Hemos recibido en otras ciudades de Chile a otras mujeres de «kozakos» torturadas, por «parientes lejanos de la familia militar». Una de ellas, nos contó de cómo las violaban entre tres o cuatro, haciendo desaparecer después de algún tiempo a las que quedaban embarazadas. Por eso, cuando estaban en el período de concebir, no podían permitir dejarse violar y ello les costaba inmensas torturas. Y por eso yo no puedo callar. Callar sería para mi una canallada, pues me han robado el alma.

Soy una niña que nació en Isla Dawson porque mi madre regresó a rogar a mi padre que se pasara al campo de los golpistas.Ya no soy una recién nacida, no soy ignorante de lo que vino después.

Cuando tenía 17 años, en las clases de Educación Cívica, la profesora nos decía que el gobierno de Pinochet en sólo dos años había restablecido la tranquilidad y el desarrollo económico en el pais. Me daban ganas de vomitar. Una vez me paré y le dije que la tranquilidad de las tumbas y desaprecidos no era manera de gobernar. Tampoco el mentado desarrollo económico del pais, significa más que enajenar lo que pertenece a todos los chilenos y no a los nuevos piratas.

Luego de ser acusada de traidora, insurrecta, indisciplinada y falta de respeto, no me quedó colegio alguno que me quisiera recibir en Punta Arenas ni en Valparaiso, puerto principal, dónde habíamos emigrado, cuando trasladaron a mi padre por tres años consecutivos a las bases Antárticas, que los chilenos cuidan a los estadounidenses o a los ingleses.

Mi padre llegó viejo, cansado y enfermo y nunca pasó de sargento. Normalmente se es sargento segundo o sargento primero, pero él nunca tuvo escalafón y hoy recibe una pensión inferior a los cien mil pesos mensuales. La casa en la población Fitz Roy en Punta Arenas, nos la quitaron con todo adentro y nos obligaron a zarpar a la «Joya del Pacífico», como dice el vals.

La pesadilla interminable

Entonces mi tía Jessika, me mandó a buscar desde Japón. Allí terminé la enseñanza media y me casé con un japonés que me hizo dos hijos. Pero en Japón las mujeres son propiedad privada y a lo sumo algo así com un «pet» (mascota).

No recibía dinero de mi marido japonés y trabajaba 30 horas a la semana haciendo traducciones, pues a parte de castellano, hablo inglés y japonés. Aprendí inglés trabajando ilegalmente en EEUU, cuando fui en ayuda de mi hermana mayor, que lo estaba pasando mal con un infante de marina norteamericano: el tipo la maltrataba y violaba al hijo de cuatro años y también a la hijita menor. Yo estaba embarazada de mi segundo hijo y le pedí a mi mamá que viajara a EEUU para ayudar a mi hermana. Fueron con mi padre.

En Japón tenía una academia de baile que me dejaba buen dinero. Mi hermana se convenció de que se debía separar del «kozako» norteamericano (sé que me salto muchos detalles: de como, por ejemplo, entré ilegal a USA y de cómo la solidaridad de algunos mejicanos me salvó el pellejo).

Regresé a Japón. Tuve mi segundo hijo y el japonés fracasó como ser humano. Yo tenía un miasma interno, pero él no me permitía operarme por no costear la operación. Casi morí, ograron salvarme en el filo de la navaja. Pero me quitó los hijos, me lanzó a la calle como a una pordiosera y se niega a darme el divorcio pues así él gana más y aquí ando, como bola huacha por el mundo.

En Japón, las viejas chilenas cuicas (señoras bien) me cerraron las puertas y me volvieron la espalda. En esas cisrcunstancias sólo me quedaba pasar la noche en los bares y permanecer de día en casa de algunas amigas, humildes y no cuicas.

Regresé en Chile, tratando de estudiar.., pero me pareció una miseria un sistema dónde no existe educación ni cultura, sino un puro adiestramiento para pasar algunas pruebas. A nadie le interesa educar sino sólo ganar el dinero fácilmente. Yo pagué 400.000 pesos a un preuniversitario, donde los profes parecían cabos del ejército.

Anduve en Australia bailando, porque soy bailarina profesional. En Japón tienes que ser la mujer o el «pet» de algún hombre, porque si no la sociedad te mata. No te cortan la yugular, pero te van matando poco a poco, desangrándote poco a poco.

Conocí en Japón a la famosa Anita Alvarado, ¡podría contar tantas cosas! Le traduje unos documentos. En resumen, nunca se saben las vueltas de la vida.

Un amigo austríaco a quien yo ayudara alguna vez en Japón, me envió el dinero para venirme a Europa. Conseguí un trabajo en Dinamarca, no me fue bien y ahora estoy en Holanda, en casa de charlye7, viendo alguna posibilidad. Tengo un plan de trabajo y de vida: trabajar, estudiar leyes y luchar por recuperar mis hijos en Japón.  Y al mismo tiempo luchar por la liberación de las pobres mujeres humilladas y sometidas en una sociedad tradicional y machista.

Mi sangre de india Ona y mi estirpe casi extinguida, me enseñarán el camino y me darán la fuerza.
No tengo prisa. Cumplí 30 años y sé que veré pasar al hombre libre por las grandes alamedas …Algún día.

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