Bola de Nieve: – LA PALABRA Y LA MÚSICA

1.254

Aparecida en la revista Piel de Leopardo, integrada a este portal.

Ignacio Villa, Bola de Nieve, el artista que exhibía siempre en el rostro una sonrisa amplia, desmesurada incluso, se definía a sí mismo como un hombre triste, que cantaba canciones alegres. Las razones de esa tristeza nunca las hizo públicas, pero quizás hayan tenido que ver con su íntima naturaleza, y con los escollos que debió sortear para convertirse en un artista de categoría, en una sociedad no apta para tolerar las diferencias, y en la cual ser negro y pobre, eran desventajas casi insalvables.

Soñaba ser doctor en Pedagogía, en Filosofía y Letras o profesor, y estudiaba afanosamente para lograr su propósito. Mas hubiera equivocado el camino, porque él no podía haber sido otra cosa que artista. Así pues, aunque afirmaba que jamás pasó semejante idea por su mente, ello no excluye que tuviera ese inconfesado anhelo, no sólo porque los santos de su tía-abuela Mamaquina, lo hubieran predicho, sino ante todo, porque el arte, con su poderosa fuerza, había encadenado su voluntad.

Nació el 11 de septiembre de 1911 en Guanabacoa, la villa del misterioso encanto, y creció en un hogar humilde y numeroso, donde siempre hubo ocasión para la fiesta. Su madre Inés, una negra criada por congos y carabalíes, estaba siempre presta para el baile y el canto, ya fuera un bembé o una rumba de cajón. Y fue ese el medio donde se desarrolló el pequeño Ignacio, una cotidianidad signada por el fuerte apego a las costumbres y a la religión de sus antepasados.

Inició sus estudios de música en una escuela de barrio, y a los doce años comenzó las clases de solfeo y teoría musical en el conservatorio Mateu, de Guanabacoa.

A la sazón, la familia no había determinado qué instrumento debía estudiar, pero coincidían en qué tenía que ser el que más posibilidades de empleo proporcionara. Pensaron en la flauta, luego en la mandolina y, finalmente, se impuso el piano.
En una entrevista que concedió a finales de la década de 1961/70, Bola de Nieve narró que cuando vivía en la calle Máximo Gómez, en muchas de las casas había piano, y él trepaba la reja de un vecino para verlo tocar, porque le gustaba mucho el instrumento.

 

De Ignacio Villa a Bola de Nieve

fotoNumerosas son las versiones en cuanto al surgimiento del mote, que adoptó luego como nombre artístico. Pero él mismo reveló que Bola de Nieve era un personaje del cine, y que un buen día sus condiscípulos, para burlarse, comenzaron a llamarlo así.

No cabe duda, sin embargo, que fue Rita Montaner quien lo hizo presentar con ese apelativo cuando, en los años treinta del pasado siglo, debutó en México, como su pianista acompañante. Acerca de este hecho, Ignacio Villa reveló: “(…) Rita no me dijo nada, pero el nombre Bola de Nieve era muy comercial y muy interesante. Es el gran favor que me hizo en la vida, ponerme Bola de Nieve en el teatro”.

Mucho se ha escrito sobre la exitosa carrera de este artista; la manera como expresó el espíritu de la música popular cubana y la vistió de etiqueta para pasearla por los más famosos escenarios del mundo. Mucho se ha hablado también acerca de su histrionismo, de esa gestualidad con la que cautivó a públicos de países y culturas muy diferentes.

Numerosas han sido las opiniones de musicólogos y músicos cubanos y extranjeros en relación con su excelencia interpretativa. Harold Gramatges dijo al respecto: “(…)tenía ese conocimiento técnico, ese conocimiento de la estructura de la obra, desde el punto de vista polifónico, armónico; entonces estaba diciendo la canción, y por debajo estaba la melodía que acababa de escucharse, pero entre líneas; no era hacer un acorde, sino hacer una polifonía”.

Santiago Auserón, músico español, ha opinado: “En Bola no sólo son importantes las relaciones armónicas, sino los períodos rítmicos entrecortados, la relación con los silencios, esa especie de reto rumbero de la nota, en relación con el silencio”. Por su parte el investigador Helio Orovio lo define como un precursor de la canción, del feeling y del mambo.

Ajenos, tal vez, al dominio técnico, que daba sostén a sus interpretaciones, el público que disfrutó de su arte en casi toda la geografía latinoamericana, en Estados Unidos, Europa y Asia, agradeció la autenticidad de su entrega, dio vivas su alegría terrestre, y lo definió como algo natural y misterioso.

En resumen: como un artista irrepetible.

———————————–

Periodista.Difundido por la emisora cubana Radio Rebelde (www.radiorebelde.com.cu).

También podría gustarte
1 comentario
  1. Caridad Miranda Martínez dice

    La que suscribe es la autora de este trabajo, y debió dàrseme crédito. No obstante, gracias por publicarlo en este pretigioso sitio.

Deja una respuesta

Su dirección de correo electrónico no será publicada.


El periodo de verificación de reCAPTCHA ha caducado. Por favor, recarga la página.

Este sitio usa Akismet para reducir el spam. Aprende cómo se procesan los datos de tus comentarios.